Benedicto XVI habla de conversión, de autenticidad y unidad de la Iglesia
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Ante una basílica vaticana a rebosar de fieles, el Papa Benedicto XVI presidió como tal su última gran celebración eucarística pública, y desvelando la razón de uno de los cambios de programa de última hora desde el anuncio de su renuncia: la Misa de las Cenizas esta vez no se ha celebrado, como es tradición, en Santa Sabina en el Aventino, sino en la misma Basílica petrina.
“Las circunstancias han sugerido reunirnos en la Basílica Vaticana”, dijo Benedicto XVI, pidiendo la intercesión del Apóstol “por el camino de la Iglesia en este momento particular”.
El Papa aprovechó la ocasión “para dar gracias a todos, especialmente a los fieles de la diócesis de Roma, mientras me dispongo a concluir el ministerio petrino” Precisamente, mañana el Papa celebrará su último encuentro con los sacerdotes de su diócesis, Roma, que también será retransmitido por Aleteia.
En las sencillas y profundas palabras del Papa, es imposible no hallar ecos que resuenan aún más después de conocerse su decisión de renunciar al ministerio petrino.
El Pontífice volvió a dedicar su intervención, como en la mañana, a hablar de la conversión del corazón: “con todo el corazón significa desde el centro de nuestros pensamientos y sentimientos, desde las raíces de nuestras decisiones, elecciones y acciones, con un gesto de total y radical libertad”.
Pero, se preguntó, ¿cómo es posible volver a Dios? “Es posible como gracia”, respondió, “porque es obra de Dios y fruto de la fe que nosotros ponemos en su misericordia”.
En nuestros días, afirmó, “muchos están dispuestos a rasgarse las vestiduras frente a escándalos e injusticias – naturalmente, cometidas por otros –, pero pocos parecen dispuestos a actuar sobre su propio corazón, sobre su propia conciencia y sobre sus propias intenciones, dejando que el Señor transforme, renueve y convierta”.
El Papa siguió hablando de la Iglesia, subrayando que sin ella no puede darse la fe: “esto es importante recordarlo y vivirlo en este Tiempo de Cuaresma”, añadió, invitando a los presentes a reflexionar “sobre la importancia del testimonio de fe y de vida cristiana de cada uno de nosotros y de nuestras comunidades para manifestar el rostro de la Iglesia”.
Los pecados que más afean el rostro de la Iglesia son, afirmó, los pecados contra la unidad: por tanto exhortó a todos a vivir la Cuaresma – y por tanto, también este tiempo de sede vacante y de elección del nuevo Papa – “en una más intensa y evidente comunión eclesial, superando individualismos y rivalidades”.
Refiriéndose después al evangelio del día, sobre los preceptos del ayuno, el Papa subrayó que más allá de los gestos externos, “Jesús subraya cuál es la calidad y la verdad de la relación con Dios, que califica la autenticidad de todo gesto religioso”.
“Por esto, Él denuncia la hipocresía religiosa, el comportamiento que quiere aparecer, las actitudes que buscan el aplauso y la aprobación. El verdadero discípulo no se sirve a sí mismo ni al público, sino a su Señor, con sencillez y generosidad”.
“Nuestro testimonio, por tanto, será cada vez más incisivo cuando menos busquemos nuestra gloria y seamos conscientes de que la recompensa del justo es Dios mismos, estar unidos a Él, aquí abajo en el camino de la fe, y al término de la vida, en el encuentro cara a cara con Él para siempre”, concluyó el Papa.
Y concluyó con su propio ejemplo, al final de la ceremonia, sencillamente, prosiguiendo sin hacerse eco ni responder al breve discurso laudatorio de su Secretario de Estado, cardenal Tarcisio Bertone, y saludando a los aplausos de los presentes con una tímida sonrisa.