Expiación, refuerzo de la oración, preparación para recibir vida espiritual
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Por ayunar se entiende comúnmente el privarse de comida o de bebida, eventualmente también de las relaciones sexuales, durante uno o más días, desde la puesta de sol hasta el ocaso.
Los occidentales de hoy, aunque sean cristianos, lo practican poco. Aprecian la moderación en la comida y en la bebida, pero el ayuno les parece que es dañino para la salud o bien no se comprende su utilidad espiritual.
Es un comportamiento opuesto al que los historiadores de las religiones se enfrentan: por motivos de ascética, de purificación, de tristeza, de oración, el ayuno tiene un lugar muy importante en los ritos religiosos.
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El ayuno en la Biblia
En la Biblia, concretamente en el Antiguo Testamento, Moisés lo practica para disponer el cuerpo y el alma para recibir la Ley de Dios en los Mandamientos: “permaneció con el Señor cuarenta días y cuarenta noches sin comer pan y sin beber agua” (Ex 34,28).
Es una práctica voluntaria para humillarse voluntariamente ante Dios, liberarse de dolores y de preocupaciones, alejar las calamidades, y ser escuchados por Dios reforzando la oración con un sacrificio personal.
Para los judíos el ayuno está previsto por ley “el gran ayuno” en el día de la Expiación, en el “iom kippur” (Lv 16,29-31), que se celebraba en el equinoccio de otoño.
Esta práctica era una condición de pertenencia al pueblo de Dios (Lv 23,29). Duraba, como el reposo absoluto, todo el día, y los transgresores recibían la pena capital.
Personajes que ayunaron de manera inspiradora
En la época de Jesús algunos judíos ayunaban por devoción personal, como la vieja Ana que aparece en la Presentación de Jesús en el Templo. Reforzaba con el ayuno la súplica a Dios para que mandase a la tierra el Mesías:
“No se alejaba nunca del templo, sirviendo a Dios noche y día con ayunos y oraciones” (Lc 2,37).
En esta línea se encuentran los discípulos de Juan Bautista y los fariseos, algunos de los cuales ayunaban dos veces por semana (Lc 18,12).
También Jesús ayuna durante cuarenta días y cuarenta noches.
Su ayuno tiene un significado nuevo. Mientras que Moisés, ayunando, se prepara para recibir la revelación divina, Jesús, que es la misma Revelación porque es Dios que se manifiesta en una naturaleza humana, ayuna para merecer que los que habían escuchado su Palabra tuviesen la fuerza de abrirle el corazón.
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El ayuno realizado por los cristianos conserva el significado de los ayunos realizados en el Antiguo Testamento: expiación, refuerzo de la oración, preparación para recibir las gracias.
Pero se le añade el significado del realizado por Jesús: es una forma concreta de adherirse al Señor y a su sacrificio para completar en nuestra carne lo que falta en los padecimientos de Cristo (nuestra participación) a favor de su Iglesia, para la conversión de muchos.
A los que preguntaban por qué los apóstoles no conseguían expulsar demonios, Jesús les responde que cierta especie de demonio solo se expulsa con la oración y el ayuno (Mt 17,21).
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En la Iglesia católica
La Iglesia apostólica conserva las costumbres judías del ayuno, realizándolas con el espíritu concreto de Jesús.
Los Apóstoles ayunan en algunas circunstancias para prepararse a conocer la voluntad de Dios y también para comunicar con mayor adherencia al Señor la gracia de la orden sagrada:
“Mientras ellos estaban celebrando el culto al Señor y ayunando, el Espíritu Santo dijo: ‘reservad para mía a Bernabé y a Saulo para la obra a la que yo les he llamado’. Entonces, después de haber ayunado y rezado, les impusieron las manos y los despidieron” (Hch 13, 2-3).
Así hacen también Pablo y Bernabé cuando nombran a los presbíteros en las distintas iglesias:
“Designaron en todas las Iglesias a algunos ancianos y, después de haber rezado y ayunado, los confiaron al Señor, en el que habían creído” (Hch 14, 23).
Pablo no se contenta con sufrir el hambre y la sed, cuando las circunstancias lo exigen, sino que además realiza repetidos ayunos (2 Cor 6,5; 11,27).
Por el ayuno y las prácticas penitenciales realizadas en comunión con Jesús muchos reciben la fuerza para abrirle el corazón y cambiar, y viven un tiempo de florecimiento espiritual, como una nueva primavera.
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