Lo primero que hay que decir es que, así como la Iglesia ha proclamado de modo solemne la santidad –y por tanto la salvación eterna- de bastantes personas, no ha hecho lo mismo con la condenación: la Iglesia, oficialmente, nunca ha declarado la condenación de nadie. Ni siquiera de Judas.
¿Por qué?
La respuesta es sencilla: porque no lo sabemos a ciencia cierta, y esta parece ser la voluntad de Dios.
Dios da a todos una última oportunidad de arrepentimiento en el momento de la muerte, y no sabemos la respuesta de cada uno.
Por tanto, la respuesta que damos aquí no es propiamente la doctrina o la posición de la Iglesia, sino el reflejo de lo que los cristianos han pensado sobre el tema.
Lo que dice Jesús sobre Judas
Y es que, efectivamente, la frase del Señor "más le valiera no haber nacido" es en realidad la causa de que se haya discutido mucho la cuestión. Sin ella, solo quedaría la incógnita.
Hay que tener en cuenta que el fin de Judas está marcado más por la desesperación que por la traición.
La narración evangélica es clara en señalar que estaba arrepentido de la traición, pero que la desesperación le llevó al suicidio.
Sin embargo, en un caso así siempre queda el margen para arrepentirse de esto último de la misma forma que se había arrepentido de lo primero.
La envergadura del pecado no lo convierte en irremisible; lo verdaderamente irremisible es la falta de arrepentimiento final.
El argumento a favor de la condenación es claro: si uno acaba en el cielo, es indiscutible que vale la pena haber nacido.
El argumento que sostiene que el anterior no es concluyente (nadie pretende demostrar que se haya salvado). Viene a decir que es muy posible que los niños no nacidos vayan a la gloria, y por tanto al no pasar por el purgatorio tienen un destino mejor que quien pasa por él.
Revelaciones a santa Catalina de Siena
¿Pueden aportar algo las revelaciones privadas (haciendo constar que su contenido no forma propiamente parte de la fe de la Iglesia)?
Sí, pero tampoco aquí encontramos una respuesta totalmente concluyente. Mencionaré dos a la misma persona –por cierto, muy de fiar-: santa Catalina de Siena, Doctora de la Iglesia.
La primera:
Este es el pecado que nunca se perdona, ni ahora ni nunca: el rechazo, el desprecio de mi misericordia. Pues me ofende más que todos los demás pecados que han cometido. Por eso la desesperación de Judas me desagradó más y era un mayor insulto a mi Hijo que su traición. De ahí que los que obran así son reprobados por este falso juicio de considerar su pecado mayor que mi misericordia.
La segunda:
No te diré lo que he hecho con Judas para que nadie abuse de mi misericordia.
Con todo esto, puede pensar como quiera.
Obviamente, lo antedicho no resta en ningún caso la gravedad de lo que hizo, y que con razón el nombre de Judas haya quedado y quede como el prototipo del traidor.