Parte de la sociedad ningunea a los sacerdotes; incluso los cristianos a veces se muestran interesados, duros y exigentes con ellosSer sacerdote no es fácil: es una vida en la que siempre ha habido una importante componente de soledad. Pero hoy, con las iglesias casi vacías y frías, su figura denostada y ridiculizada en los medios de comunicación y en la opinión pública, y con la propia escasez de vocaciones, un sacerdote muchas veces no se siente solo, sino abandonado. ¿No es el momento de que los laicos empiecen a ser conscientes de que la vocación – y la santidad – de los sacerdotes también es asunto suyo?
Don Juan es párroco de veinte pueblecitos de los Pirineos. Por las mañanas, al salir de la rectoría, no ve un alma por la calle; los domingos a algunas iglesias apenas llegan tres. Las catequesis y actividades que propone no cuajan: “Propones cosas a la gente y no dicen ni sí ni no, pero en la práctica es un no… Un poco sí que uno se encuentra solo –confiesa a Aleteia-. Es estar solo contra el mundo, es como nadar contra corriente, y uno ve que está nadando solo; desde el punto de vista humano, claro que el sacerdote a veces experimenta un poco de tristeza, desánimo”.
“El sacerdocio no es como el matrimonio, entendido como esa relación entre marido y mujer y como familia hacia el mundo, ni como la vida religiosa en la que lo primero es la comunidad, presencia de la radicalidad evangélica”, explica el secretario de la Comisión episcopal del clero de la conferencia episcopal española, Santiago Bohigues.
“Hay una cierta soledad que el sacerdote tiene que asumir; uno necesita una cierta separación para seguir dándose”, añade.
A ello se añaden los numerosos movimientos de aislamiento que genera la sociedad moderna, en la que el ruido y la prisa empujan a una vida acelerada pero sin arraigo, a un frenesí que dificulta las relaciones personales sanas y profundas, destaca a Aleteia el arzobispo de Oviedo monseñor Jesús Sanz. En este sentido, “la soledad solitaria es una patología que nos aísla tanto de Dios como de los demás, y también de nosotros mismos”, constata.
Pero más allá de la soledad propia de un hombre que se entrega hoy totalmente en Cristo al servicio de los demás –elegida-, muchos sacerdotes sufren aislamiento, abandono. Los obispos de la provincia eclesiástica de Oviedo se referían, tras una reunión el pasado 15 de mayo en Astorga, al “ninguneo que a veces se observa por parte de la sociedad, donde hemos pasado de la consideración llena de prestigio y veneración hacia el sacerdote, a una nueva etapa en la que el sacerdocio no cuenta, y casi la Iglesia en general y el cura en particular es alguien a excluir”.
“Hay sacerdotes que ante toda esta hecatombe de heridas se sienten perplejos y no dejan el sacerdocio, pero quizás tampoco arriman el hombro como debieran”, constataban.
El secularismo, el anticlericalismo y la manipulación llevan en ocasiones a la indiferencia y a la hostilidad hacia los sacerdotes. Por ejemplo, los casos de abusos sexuales a menores por parte de algunos curas han provocado en muchas ocasiones un ataque a su figura y una desconfianza desproporcionados, si comparamos los 400 casos condenados recogidos por la Congregación para la Doctrina de la Fe a fecha de 2011 con los 20.000 casos de profesores en 50 años sólo en los Estados Unidos, apunta Bohigues.
También en la Iglesia
En las mismas comunidades cristianas se da a veces una cierta desafección hacia el sacerdote.
“Hay gente que va a la parroquia como si fuera a un mercado en el que el sacerdote da una especie de productos sagrados sin darse cuenta de que es una persona que es presencia del Señor, pero también necesita una atención”, destaca Bohigues.
“A veces no meditamos suficientemente en la humanidad de los sacerdotes”, prosigue, pero “a través de la humanidad del sacerdote, con sus virtudes y sus limitaciones, Cristo nos va a santificar”.
Incluso entre los propios sacerdotes, resulta en ocasiones difícil poner en práctica el ideal de fraternidad y vivir en comunión. Aunque muchos curas sí experimentan la compañía de sus hermanos de ministerio, don Juan, tampoco encuentra en ellos el apoyo para afrontar la frialdad de la gente de montaña que trata de pastorear.
“El hecho de que tengamos la misma fe, el mismo ministerio, no quiere decir que haya una amistad bien vivida –lamenta-. Cada uno hace su vida; a veces, estás comiendo en una misma mesa y no hay ninguna conversación, cada uno está inmerso en sus propios problemas, en su mundo”.
Causas y consecuencias
Pero las personas –también los sacerdotes- no han nacido para la soledad, se asemejan a su Creador, que no es soledad sino comunión de tres Personas y por eso “nuestro corazón no se resigna a ella”, explica el obispo de Oviedo.
“Cuando se da, de hecho, la soledad, no es que nos quedemos vacíos, sino que nos encontramos “okupados” y acompañados por alguien o por algo indebido”, prosigue: “siempre quedan tres dioses menores que continuamente nos acecharán: el poder, la lujuria y el dinero”.
Según monseñor Sanz, “no sólo hay soledades que terminan en una simple depresión, sino que en la mayoría de los casos tal soledad encuentra de modo indebido, transgresor, injusto una alternativa: el dinero y su avaricia, la lujuria y su chantaje, el poder y su ansiedad. También esto se puede dar en la vida consagrada y sacerdotal”.
Soluciones
La lucha contra estas situaciones va desde la labor preventiva de explicar estos retos hasta el acompañamiento personal efectivo, pasando por la oración y el testimonio de una vida de comunión.
“A veces pedimos sacerdotes santos, pero en cierta forma también tenemos que estar dispuestos a, con nuestra santidad, acompañando a nuestros sacerdotes, santificarlos con el poder del amor de Dios”, advierte Bohigas desde su oficina de la conferencia episcopal.
Desde Asturias, monseñor Sanz reconoce que ha tenido varios casos de sacerdotes atrapados en la “trampa de la soledad nociva” y destaca que “hay que tratar de estar cerca para que se pueda propiciar la vuelta a la casa como en la parábola del hijo pródigo”, aunque “la libertad de cada uno nadie la puede suplir ni suplantar”.
Para luchar contra esa soledad, el arzobispo de Oviedo considera esencial cuidar los “nutrientes” de toda historia de relación. “Si no cuidamos lo que construye, lo que teje una relación con alguien, ésta termina por debilitarse e incluso llega a desaparecer”, señala.
“Si yo no cuido, si no nutro mi relación con Dios como sacerdote, me sentiré abandonado de Él (cuando en el fondo soy yo quien es el hijo pródigo) –explica-. Igual sucede con las personas que más a mi lado están. O las personas a las que se me envía.
“La soledad tiene esta componente que coincide con el descuido de lo que nutre una compañía de relación amorosa y amistosa”, añade.
Contra la soledad más física, el prefecto de la Congregación para el Clero, monseñor Mauro Piacenza recomendaba determinadas formas de fraternidad sacerdotal, en un discurso a los obispos españoles el pasado 28 de mayo.
De hecho, en España existen algunas experiencias de este tipo en zonas donde diversos sacerdotes viven juntos y atienden un grupo de parroquias.
Para monseñor Sanz, los diagnósticos y soluciones, tanto preventivas como sanativas, de la soledad, varían mucho.
“La debida compañía del Señor, de los hermanos (se llamen compañeros de presbiterio, de comunidad o de familia y matrimonio), representan para todos nosotros, sea cual sea nuestro sendero hacia la santidad, esa ayuda adecuada que se nos brinda para parecernos a Dios Amor”, subraya.
“Nutrir o descuidar esa compañía y esa semejanza puede significar que acertemos o nos equivoquemos en esta aventura única y apasionante que es vivir –reitera-. Para esto se nos creó. Para esto se nos hermanó. Para esto se nos ha enviado. Dios no hizo nada solitariamente. Somos su mejor icono en la amistad y en el amor”.