Viaje a Lampedusa: “los inmigrantes ahogados en el mar, una espina en el corazón”
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Una “espina en el corazón”: esto representan para el Papa Francisco las noticias de los tantos inmigrantes muertos en el mar mientras intentaban llegar a Europa. Él mismo, durante la celebración eucarística en el campo deportivo de la isla, explicó el motivo de su visita sorpresa a Lampedusa, la isla italiana a la que llegan cientos de pateras procedentes del norte de África, como sucede con Canarias o las costas de Cádiz en España.
El pensamiento de las “barcas que en lugar de ser camino de esperanza se convierten en caminos de muerte” se asomó una y otra vez en sus discursos como “una espina en el corazón”. “He sentido que debía venir aquí a rezar, como un gesto de cercanía. Pero también para despertar las conciencias para que esto no se repita más”.
El Papa Francisco llegó a la isla alrededor de las 9,15 h., y desde Cala Pisana se embarcó en una motonave para llegar por mar al puerto de Lampedusa. Mar adentro, cerca de la Puerta de Europa, el pontífice lanzó al mar una corona de flores en memoria de cuantos han perdido la vida en las pateras, se calcula que unos 19.000 desde 1988. En Punta Favarolo, en el puerto nuevo de Lampedusa, Bergoglio encontró a un grupo de inmigrantes, unos cincuenta, en representación de los centenares que llegan cada día a la isla italiana, más cercana a África que a Sicilia.
Precisamente este mismo lunes por la mañana ha llegado al muelle otra patera con 166 inmigrantes, entre ellos 4 mujeres. Un muchacho, con la ayuda de un intérprete, explicó al Papa los sufrimientos vividos para llegar hasta allí, la fuga por motivos políticos y económicos, de cómo se están convirtiendo en objeto de comercio por parte de los traficantes. Historias tristemente conocidas a las que no hay que acostumbrarse, como pidió después el Papa, él mismo hijo de la emigración italiana a Argentina.
En el recorrido en coche hacia el lugar de la celebración, los agentes de la seguridad vaticana y los carabinieri no consiguen frenar la ternura del papa que saluda, estrecha las manos, besa a los pequeños y los bendice. El Papa Francisco no tiene prisa, tiene tiempo para todos los isleños que han acudido a acogerle y le estrechan de cerca contra toda medida de seguridad. “Bienvenido entre los últimos” dice un cartel en el gran contenedor de agua (el bien más precioso per una isla sin fuentes propias de agua potable), “Eres uno de nosotros” sintetiza este grito popular escrito en una sábana que cuelga en una de las casas adyacentes al campo de deportes, hacia el pontífice llegado del fin del mundo. Los 120 pequeños pesqueros que han seguido por mar el viaje del pontífice tenían en la proa la imagen de Bergoglio y la inscripción: “El papa de los pescadores”.
“Gracias”, dijo más de una vez Bergoglio a los habitantes de Lampedusa y Linosa, por “la atención a estas personas en su viaje hacia algo mejor”. El papa les animó a ser un “faro” en todo el mundo, para que “tengan el valor de acoger a aquellos que buscan una vida mejor”.
Solo una mesa colocada sobre una pequeña barca por altar y una cubierta hecha con velas: el pontífice ha pedido expresamente que para esta visita suya no se gastaran recursos económicos que podían emplearse mejor en otros lugares. Incluso el cáliz y el pastoral han sido hechos con madera de las embarcaciones: en la isla, algo a la izquierda de donde el pontífice ha celebrado la misa, hay un entero “cementerio” de pecios, lo que queda de las pateras que han llevado a lomos la esperanza y el dolor de tantos inmigrantes. Para la celebración, que ha seguido la liturgia penitencial, desde el atril con un timón al centro se ha leído el pasaje del Génesis con el relato fratricida de Caín y Abel.
“¿Dónde está tu hermano?”: no es una pregunta dirigida a otros, afirmó Bergoglio en la homilía, colocándose él mismo entre los “desorientados”, los que “no están atentos a la vida del mundo”, sino “a mi, a ti, a todos”. ¿Quién es responsable de la sangre de los hermanos y hermanas que han encontrado la muerte mientras buscaban un lugar mejor para ellos y sus familias? “Todos y nadie”, responde el Papa citando una comedia de Lope de Vega. Cada uno cree que no es responsable en primera persona porque “hemos perdido el sentido de la responsabilidad fraterna”. “La cultura del bienestar – afirma el papa Francisco -, que nos lleva a pensar en nosotros mismos, nos hace insensibles a los gritos de los demás, nos hace vivir en pompas de jabón, que son bonitas, pero no son nada, son la ilusión de lo fútil, de lo provisional, que lleva a la indiferencia hacia los demás, es más, lleva a la globalización de la indiferencia”.
En este mundo de la globalización, repite el pontífice, “hemos caído en la globalización de la indiferencia” y “nos hemos acostumbrado al sufrimiento del otro, no nos afecta, no nos interesa, ¡no es asunto nuestro!”.
Como en el Innombrado de Manzoni, la globalización de la indiferencia nos hace a todos “innombrados”, responsables sin nombre y sin rostro. La nuestra es una sociedad, según Bergoglio, que ha olvidado también la experiencia de llorar “con”. “¿Quién de nosotros ha llorado por este hecho o por hechos como este? – preguntó el Pontífice –. ¿Quién ha llorado por la muerte de estos hermanos y hermanas?”. Por esto – concluyó con fuerza el Papa Francisco – es necesario pedir perdón y “la gracia de llorar sobre nuestra indiferencia, de llorar por la crueldad que hay en el mundo, en nosotros, también por aquellos que, en el anonimato, toman decisiones socio-económicas que abren la puerta a dramas como este”.