separateurCreated with Sketch.

El buen periodismo fascina

whatsappfacebooktwitter-xemailnative
Aleteia Team - publicado el 12/07/13
whatsappfacebooktwitter-xemailnative

Los medios de comunicación, cuando cumplen con su misión, dan oxígeno a la democracia

Para ayudar a Aleteia a continuar su misión, haga una donación. De este modo, el futuro de Aleteia será también el suyo.


Deseo donar en 3 clics

Las virtudes y las debilidades de los periódicos no son recatadas. Las certifican los sensibles radares de los lectores. Por eso, necesitamos derribar innumerables desvíos que conspiran contra la credibilidad de los periódicos.

Uno de ellos, tal vez el más resistente, es el dogma de la objetividad absoluta. Transmite un pomposo tono de verdad y falsa certeza de la neutralidad periodística. Sólo que esa separación radical entre hechos e interpretaciones simplemente no existe. Es una tontería.

El periodismo no es una ciencia exacta y los periodistas no son autómatas. Más allá de eso, no se hace buen periodismo sin emoción. La frialdad es antihumana y, por lo tanto, antiperiodística. La neutralidad es una mentira, pero la imparcialidad es una meta a perseguir. Todos los días. La prensa honesta y desengañada tiene un compromiso con la verdad. Y es eso lo que cuenta.

Pero la búsqueda de imparcialidad se enfrenta con el sabotaje de la manipulación deliberada, a falta de rigor y al exceso de declaraciones entre comillas.

El periodista sobornado siempre es un mal reportero. Militancia y periodismo no combinan. Se trata de una mezcla, tal vez comprensible y legítima en los años sombríos de la dictadura, pero que ahora tiene la marca del atraso y el vestigio del sectarismo.

El militante no sabe que lo importante es saber escuchar. Olvida, ofuscado por la arrogancia ideológica o por la niebla del partidismo, que las respuestas son siempre más importantes que las preguntas. La gran sorpresa en el periodismo es descubrir que casi nunca una historia corresponde con aquello que imaginábamos.

Un buen reportero es un curioso esencial, un profesional que es pagado para sorprenderse. ¿Puede haber algo más fascinante? El periodista ético escudriña la realidad, el profesional prejuicioso elabora la historia.

Todos los manuales de redacción consagran la necesidad de oír los dos lados de un mismo asunto. Se trata de un esfuerzo de imparcialidad mínimo e incontrolable. Pero algunos desvíos transforman un principio intocable en un juego maleable.

Materias previamente decididas en guetos sobornados buscan la complicidad de la imparcialidad aparente. La decisión de oír el otro lado no es sincera, no se fundamenta en la búsqueda de la verdad. Es una estrategia. El asalto a la verdad culmina con una táctica ejemplar: la repercusión selectiva. El pluralismo de fachada convoca, entonces, a supuestos especialistas para que declaren lo que el reportero quiere oír. Personalidades entrevistadas avalan la “seriedad” del reportaje. Se mata el periodismo. Se crea la ideología.

Es necesario cubrir los hechos con una perspectiva más profunda. Conviene huir de las artimañas de lo políticamente correcto y del contrabando arbitrario sembrado por los emisarios de las ideologías.

La precipitación y la falta de rigor son otros virus que amenazan la calidad de la información. Los titulares de impacto, opuestos a los hechos o fuera de contexto de la materia, transmiten al lector la sensación de un fraude.

El autor del libro más famoso sobre la historia del New York Times, Gay Talese ve importantes problemas que castigan a la prensa de calidad. “No hacemos material alternativo, porque el reportaje se volvió muy táctico, confiando en correos electrónicos, teléfonos, grabaciones. No es cara a cara. Cuando yo era reportero, nunca usaba el teléfono. Quería ver el rostro de las personas”.

“No se anda en la calle, no se agarra el metro o el autobús, un avión, no se ve, cara a cara, la persona con quien se está conversando”, concluyó Talese. Y el lector, no dudemos, capta todo eso.

Buena parte del noticiero de política, por ejemplo, no tiene información. Está dominado por el chisme y por lo declarativo. No tiene el menor interés por los lectores. El uso de ganchos como material periodístico cambió como herramienta de trabajo. El viejo y buen reportaje fue sustituido por el dossier. De un tiempo para acá, el lector pasó a recibir dossier que, muchas veces, no se mantenía en pie por más de tres días. Curiosamente, quien lo publica no se siente obligado a dar ninguna satisfacción al lector. Entramos en la era del periodismo sin periodistas, en los tiempos del reportaje sin reporteros. Quedamos, todos, encerrados en el ambiente rarefacto de las relaciones. Mientras esperamos el próximo dossier, tratamos de reproducir declaraciones entre comillas, de repercutir frases vacías de políticos experimentados en el arte de manipular a la prensa.

Aún así, los periódicos han prestado un magnífico servicio en el combate a la corrupción. ¿Alguien imagina que la cascada de dimisiones en el gobierno hubiera ocurrido sin una prensa independiente? Periódicos de credibilidad dan oxígeno a la democracia. Los tentativos de control de los medios, abiertos o disfrazados, son siempre un intento por asfixiar la libertad.

El lector que necesitamos conquistar no quiere lo que puede conseguir en la TV o en Internet. Él quiere algo más. Quiere un texto elegante, un material profundo, un análisis que lo ayude, efectivamente, a tomar decisiones. Conquistar lectores es un desafío formidable. Reclama realismo, ética y calidad.

La autocrítica, justa y necesaria, deber estar acompañada por un firme propósito de transparencia y de rectificación de nuestras equivocaciones. Una prensa ética sabe reconocer sus errores. Las palabras pueden informar correctamente, denunciar situaciones injustas, cobrar soluciones. Pero también pueden descuartizar reputaciones, desinformar. Confesar un error de portugués o un intercambio de subtítulos es fácil. Pero admitir la práctica de actitudes de prejuicio, preconceptos informativos o liviandad noticiosa exigen valentía ética. Reconocer un error, limpia y abiertamente, es el prerrequisito de calidad.

El periodismo tropieza con artimañas. Nuestra profesión se enfrenta con desafíos, dificultades y riesgos sin fin. Y es ahí donde reside el desafío.

(Publicado originalmente Di Franco: Consultoria em Estratégia de Mídia. http://www.consultoradifranco.com/index.php?mact=News,cntnt01,detail,0&cntnt01articleid=16&cntnt01lang=pt_BR&cntnt01returnid=53&hl=pt_BR)

¿Te ha gustado leer este artículo? ¿Deseas leer más?

Recibe Aleteia cada día.

banner image
Top 10
See More
Newsletter
¿Te ha gustado leer este artículo? ¿Deseas leer más?

Recibe Aleteia cada día.