Cada 5 de agosto se recuerda la increíble nevada que llevó a la construcción de Santa María la Mayor
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Hoy, día de su Dedicación, una tradicional cascada de pétalos dentro de la Basílica de Santa María la Mayor revive la memoria del milagro que, a mitad del siglo IV, llevó a la construcción del más antiguo templo mariano de Occidente. Una iglesia querida a muchos Pontífices, entre ellos el Papa Francisco.
“Me construirás una Iglesia en el lugar donde mañana encuentres nieve fresca”. El prodigio al que la tradición atribuye el origen de Santa María la Mayor tiene lugar la noche anterior al clamoroso descubrimiento. Imaginad una nevada en Roma, a principios de agosto, hoy podría ser una broma del “clima-ficción”. Y no sería muy distinto en la Roma del fin del imperio. Pero es lo que la Virgen comunica en sueños, al mismo tiempo, la noche del 4 de agosto del año 358 al Papa Liberio y a un tal Juan, patricio de la Urbe: una Iglesia donde mañana haya nieve fresca. El patricio Juan la mañana del 5 corre donde el Papa para comunicarle la increíble visión nocturna y poco después la confirmación del milagro: la colina del Esquilino amanece blanca por una nevada de agosto.
La tradición afirma que precisamente sobre la nieve, el Papa trazó el perímetro de la Iglesia, y que el rico Juan financió su construcción. El edificio sagrado que hoy admiramos fue mandado construir en cambio por Sixto III en el 431, erigido sobre el anterior, con el fin de dejar esculpido en piedra lo que se había decidido en el Concilio de Éfeso, es decir, que había de considerarse a la Virgen “Madre de Dios”. Durante siglos la Basílica, la tercera en considerarse “papal”, fue ampliada y embellecida por el arte de célebres maestros. En resumen, se puede decir que desde el Papa Liberio en adelante, no ha habido Pontífice que no haya querido dejar en este templo un signo de su propia devoción. No es una excepción el Papa Francisco, que se dirigió allí a rezar el día después de su elección al Solio pontificio, y de nuevo al volver de la JMJ de Río, y que rezó allí el Rosario el pasado 4 de mayo, acompañándolo con una reflexión sobre el sentido de la maternidad:
“Una mamá ayuda a los hijos a crecer y quiere que crezcan bien; por eso les educa a no ceder a la pereza – que deriva también de un cierto bienestar – a no abandonarse en una vida cómoda que se contenta sólo con tener cosas. La mamá cuida a los hijos para que crezcan cada vez más, crezcan fuertes, capaces de asumir responsabilidades, de comprometerse en la vida, de tender a grandes ideales (…) La Virgen hace esto mismo con nosotros, nos ayuda a crecer humanamente y en la fe, a ser fuertes y a no ceder a la tentación de ser hombres y cristianos de modo superficial, sino a vivir con responsabilidad, a tender siempre a lo alto”. (Rosario en S. María la Mayor, 4 de mayo de 2013)
En la célebre Capilla Paulina que se abre en la Basílica, hay en particular un icono sagrado y milagroso, muy querido a la Ciudad eterna, la Salus Populi Romani, a la que también el Papa Francisco ha mostrado mucho afecto:
“La Salus Populi Romani es la mamá que nos da la salud en el crecimiento, nos da la salud para afrontar y superar los problemas, nos da la salud al hacernos libres para las elecciones definitivas, la mamá que nos enseña a ser fecundos, a estar abiertos a la vida y a ser siempre fecundos en el bien, fecundos de alegría, fecundos de esperanza, a no perder nunca la esperanza, a dar la vida a los demás, vida física y espiritual”. (Rosario en Santa María la Mayor, 4 de mayo de 2013)
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