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Apuntes sobre la Evangelii Gaudium: la revolución de la ternura

On the right : November 20, 2013 : Pope Francis smiles as he leaves at the end of his weekly general audience in St. Peter's Square at the Vatican.

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Felipe Monroy - publicado el 27/11/13
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El Papa pide una Iglesia que se “adelante” a responder a los anhelos del hombre de hoy

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En su exhortación apostólica Evangelii Gaudium, el papa Francisco prácticamente ha hablado de todo: economía, bien común, comunicación, tecnología, ciencia, antropología, política, ecología, lenguaje, religiones; pero también ha dibujado bocetos concretos sobre los temas que acontecen e importan en el mundo contemporáneo: violencia, crisis, exclusión, búsqueda de dignidad, respeto a la vida, libertad, explotación, diálogo, etcétera.

Por si fuera poco, explora el terreno de la psique humana y los comportamientos sociales como el egoísmo, el individualismo, la espiritualidad, la comodidad, la avaricia, el placer, la autosatisfacción, la pérdida de sentido o la soledad. Y lo mismo señala perspectivas para abordar ámbitos sociodemográficos precisos: mujeres, pobres, pueblos originarios, jóvenes, víctimas de las nuevas esclavitudes, ministros o consagrados…
 
Más parecida a una Encíclica, esta exhortación apostólica ofrece muchas pautas pero la primera y quizá más importante es la de la humildad: “ni el Papa ni la Iglesia tienen el monopolio en la interpretación de la realidad social o en la propuesta de soluciones para los problemas contemporáneos”. Pienso que es la más relevante porque desde esta actitud el Papa está indicando que el camino hacia el destino que aguarda al ser humano debe abrirse constantemente al acontecimiento y discernir en consecuencia.
 
Evangelii Gaudium es un texto amplio, en el sentido de amplitud y no de extensión; cuya finalidad quizá sea precisamente esa: abrir la oportunidad de que la Iglesia católica mire fuera de sí y tenga más certeza en su amplitud de horizonte cultural que en su extensión territorial de dominación. Pasar a una “dinámica de justicia y ternura, de contemplar y caminar hacia los demás” porque así “volvemos a creer en lo revolucionario de la ternura y el cariño”.
 
Francisco insiste en la experiencia de la alegría, el servicio, el diálogo y la entrega como actitud de respuesta a los no pocos ni sencillos riesgos de la sociedad contemporánea, riesgos que mantienen a la humanidad triste y llena de resentimiento, autosatisfecha y llena de inequidad, pobre y llena de desdén.
 
Esto es lo que más llama la atención de este texto, Francisco parece no temer a la consternación que provocan (y deberían provocar) sus palabras. Su cruda descripción de los desafíos sociales es nada frente al verdadero sufrimiento. Ya apuntará más adelante en su exhortación que “la realidad es más importante que la idea”.
 
En su texto, por ejemplo, Francisco es crítico y se posiciona claramente frente a una economía de la exclusión y la inequidad: “Esa economía mata (…) Se considera al ser humano en sí mismo como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar (…) Ya no se trata simplemente del fenómeno de la explotación y de la opresión (…) Los excluidos no son «explotados» sino desechos, «sobrantes»”.
 
Francisco no comulga con las ideas de que un crecimiento económico en las altas esferas se ‘derrame’ y logre provocar mayor equidad e inclusión social en el mundo: “Esta opinión, que jamás ha sido confirmada por los hechos, expresa una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder económico y en los mecanismos sacralizados del sistema económico imperante. Mientras tanto, los excluidos siguen esperando”.
 
El modelo, concluye el Papa, termina por generar violencia porque: “los mecanismos de la economía actual promueven una exacerbación del consumismo, pero resulta que el consumismo desenfrenado, unido a la inequidad (…), genera tarde o temprano una violencia que las carreras armamentistas no resuelven ni resolverán jamás”.
 
La crítica al modelo económico alude a nuestro comportamiento social y a la experiencia cultural: “Para poder sostener un estilo de vida que excluye a otros, o para poder entusiasmarse con ese ideal egoísta, se ha desarrollado una globalización de la indiferencia. Casi sin advertirlo, nos volvemos incapaces de compadecernos ante los clamores de los otros, ya no lloramos ante el drama de los demás ni nos interesa cuidarlos, como si todo fuera una responsabilidad ajena que no nos incumbe. La cultura del bienestar nos anestesia y perdemos la calma si el mercado ofrece algo que todavía no hemos comprado, mientras todas esas vidas truncadas por falta de posibilidades nos parecen un mero espectáculo que de ninguna manera nos altera”.
 
Desde este panorama, Francisco intenta responder el cómo ser Iglesia bajo estos considerandos y la autocrítica es un punto de partida. No se trata de cómo puede ser el mundo para que la Iglesia logre inserirse en él, sino cómo puede renovarse la Iglesia para abrazar al mundo actual.
 
Francisco pone algunos desafíos para la Iglesia católica y sus miembros: superar las tentaciones de pesimismo, del derrotismo, de la mundanidad y la falsa vanagloria. Propone mayor ‘plasticidad’ en la Iglesia: “Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la autopreservación”, sugiere más apertura y constante discernimiento porque “la Iglesia también puede llegar a reconocer costumbres propias no directamente ligadas al núcleo del Evangelio, algunas muy arraigadas a lo largo de la historia, que hoy ya no son interpretadas de la misma manera y cuyo mensaje no suele ser percibido adecuadamente. Pueden ser bellas, pero ahora no prestan el mismo servicio en orden a la transmisión del Evangelio. No tengamos miedo de revisarlas”.
 
Bergoglio insiste en algunas ideas que ya ha formulado: “prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades. No quiero una Iglesia preocupada por ser el centro y que termine clausurada en una maraña de obsesiones y procedimientos”.
 
Propone además, que la Iglesia sepa adelantarse, que esté presta a tomar iniciativas sin miedo, a salir al encuentro, a involucrarse en la vida cotidiana de los demás, a achicar distancias y abajarse hasta la humillación si es necesario, a acompañar a la humanidad, a tener paciencia, a saber fructificar y encarnarse en una situación concreta y a dar frutos de vida nueva celebrando y festejando cada pequeña victoria, cada paso adelante.
 
En esta exhortación hay esperanza en la creatividad y audacia que pueden hacer caminos para una Iglesia en medio de un complejo escenario. El desafío es comunicar y compartir libertad, verdad y belleza, promover el bien a través de la amistad, el encuentro y la alegría, que llevan al ser humano a una realización personal, intensa y superior, plenamente trascendente.
 
@monroyfelipe

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