Tres miembros de una familia mueren intoxicados por comer alimentos en mal estado
Para ayudar a Aleteia a continuar su misión, haga una donación. De este modo, el futuro de Aleteia será también el suyo.
Ayer nos golpeó la noticia de que una familia había muerto intoxicada por comer alimentos caducados. Al parecer no había sido un despiste sino una forma de vida en un contexto de paro, embargo y falta de recursos.
Es pronto para echar la culpa cuando el caso aún está bajo secreto de sumario y no se sabe a ciencia cierta qué produjo el trágico desenlace pero sea cual sea el desencadenante, apunta a una realidad que a menudo no queremos ver.
Pienso en ese perfil de gente que no es pobre, que no pide por la calle, que no vive en nuestro imaginario de ‘indigente’ y por eso quizás se enfrenta a una barrera mayor. Es clase media venida a menos. Hasta hace dos días no tenía problemas para comprar, sin excesos, lo suficiente para ir tirando. Pero, de pronto, él se queda en el paro; los recibos de la luz y el agua se ponen imposibles; la hipoteca se lo lleva todo y ellos se encuentran con esa barrera: la vergüenza. No tienen nada de qué esconderse pero lo hacen. Y no ante los demás sino ante sí mismos. Conozco un caso de ese estilo. Se muere de vergüenza cuando me pide que le pague un recibo de luz. Le falta tiempo para decirme: no, no, que yo te lo devolveré. Yo sé que no. A cambio, le pido que me saque a Whisky (mi perro) a pasear de cuando en cuando. Que me lo ‘devuelva’ trabajando. Muchas veces no me hace falta pero es un modo de dar dignidad a la caridad que hago con él. Que no se sienta tan mal por aceptar mi dinero. Es una vuelta al trueque para rebajar la vergüenza.
Por eso me imagino a esta familia en la misma tesitura con la agravante del miedo a que "las niñas se enteren". Es posible que todo sea un terrible accidente que, incluso, puede suceder entre quienes abren cualquier día una lata de mejillones y no están buenos. Sin embargo, nos golpea con brutalidad. Como lo hace que alguien conocido te pida dinero para las medicinas de su abuela porque, sin ellas, se muere. Y sabes que es cierto, que no es una milonga ni te están timando. No puedes decir que no. No puedes mirar hacia otro lado aunque los bancos, los gobiernos y los poderes del mundo lo hagan a diario. Ellos no tienen hígado.