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“La Iglesia, una gran conservadora de la música de todos los tiempos”

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Enrique Chuvieco - publicado el 27/12/13
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Entrevista al violonchelista José María Mañero

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Desde hace 40 años forma parte de la Orquesta Nacional de España (ONE) en la que ha tocado con casi todos los grandes instrumentistas y directores del siglo XX, pero Mañero destaca a Celebidache y Sanderling que le “impactaron” y le dejaron huella y a Juan Sebastián Bach, como compositor por “encima de todos”.
 
Lleva más de mil conciertos exponiendo su alma a través de su inseparable violonchelo en la ONE y en diversas agrupaciones musicales, como la Sonor Ensamble, un grupo de música de cámara que reúne “calidad técnica y humana”, asegura, y que es la “niña” de sus ojos.
 
Demanda una recurrentemente anunciada pero nunca aprobada Ley de Mecenazgo que ayude a sacar de su postración actual a la educación musical en España, una “enferma que precisa de cuidados  intensivos”.
 
Lleva más de 40 años dedicado a la música clásica, ¿cómo surgió esa pasión y de quién?
 
Lo tuve bien fácil porque mi padre y mis cuatro hermanos son músicos profesionales. Mi padre fue un gran violonchelista, que recabó en Canarias para hacer unos recitales y allí se casó.
 
Empecé tardíamente porque iba para el periodismo. Había hecho algunas incursiones en la música, pero sólo por divertirme. Cuando terminé el bachillerato es cuando empecé a estudiar el violonchelo, pues era mi pasión, y ese sí ha sido un instrumento con el que siempre me he identificado.
 
A partir de ese momento, empezaron los viajes, los recitales y surgió la oportunidad de la primera renovación de la Orquesta Nacional de España (ONE), saqué la plaza en unas oposiciones y estoy celebrando mis 40 años en ella. Aunque he tenido oportunidades fuera y he tenido períodos de excedencia, he mantenido mi vinculación con la ONE.
 
Imagino que ha recorrido un camino de trabajo, sacrificio y renuncias hasta  llegar hasta aquí.
 
Efectivamente. Para tocar un instrumento, hay dos factores fundamentales: método y disciplina. Ambos suponen renunciar a muchas cosas: a los juegos, a las salidas por la tarde. Después ese método y esa disciplina se mantienen a lo largo de toda la vida profesional.
 
¿Han merecido la penas todas esas renuncias? ¿Volvería a hacerlo?
 
Sí, volvería a hacerlo. Es difícil explicar cuándo se produce el hecho musical dentro de un escenario, pero es un verdadero alimento espiritual y para el cuerpo; es un placer difícil de describir, pero ocurre.
 
Además de ser profesor e instrumentista de la ONE, ha mostrado predilección por el grupo de cámara Sonor Ensemble, ¿a qué se debe?
 
Siempre he hecho música de cámara: celebramos los 1000 conciertos de música de cámara. He estado en otros grupos, como la Orquesta de Cámara Villa de Madrid, el grupo LIM –donde permanecía 15 años-, pero el Sonor Ensemble es la niña de mis ojos: es el estado ideal del camerista.
 
Fue una idea que surgió al unísono del maestro Luis Aguirre, que es quien dirige el grupo, y mía. Tuvimos una conversación (yo había abandonado el grupo anterior) para crear un grupo musical en el que conjugáramos calidad de los elementos con la amistad personal. Hemos conseguido formar un grupo muy compacto y compenetrado artística y personalmente. A la vez estamos rodeados de un amplio grupo de amigos, porque creamos una asociación.
 
¿Cree que por encima de la técnica, hay personas que tienen un don innato para el arte?
 
Claro que sí. Te puedo hablar de distintas disciplinas instrumentales, pero, por ejemplo, un Rostropóvich o un Casals salen cada 50 años. Es un don innato, por el que son músicos antes de nacer y porque además tienen un carisma –y ese no se estudia en una escuela de música o conservatorio- que es el que trasmite la música.
 
Por ejemplo, un Gustavo Dudamel, en la dirección de orquesta, un Rubistein, con el piano, son personas tocadas por una varita mágica que les convierte en superdotados.
 
Dudamel es venezolano y es producto del sistema de escuelas que tienen en su país (podría dar una conferencia sobre esto). Hay 700.000 niños estudiando allí música. De allí salió él, que es ahora mismo el director titular de la Filarmónica de Los Ángeles.
 
A su juicio, ¿cuál es el estado de la educación de la música clásica en España?
En este momento es una enferma que necesita de cuidados intensivos. Los medios de los que se dispone son cada día más precarios, y no sólo afecta a la música, es el reflejo de la situación generalizada del país.
 
En mi opinión, un país sin cultura es un país muerto, porque la cultura fomenta el entusiasmo por la vida en todas sus facetas.
 
Ahora mismo, hay profesores que están dando en colegios la asignatura de música sin ser docentes de esta materia.
 
En cuanto al panorama general de la música en España, hay 24 orquestas de primer nivel profesional que lo están pasando actualmente mal. En este sentido, la Orquesta Nacional es una especie de isla en el océano, pues no se han tocado los sueldos y tenemos una magnífica temporada de conciertos.
 
¿Cree que la aportación privada puede ser una puerta de salida para esta situación?
 
Venimos esperando desde hace años la famosa Ley de Mecenazgo, que impulsó primero el Partido Socialista y que tiene entre manos el Gobierno del Partido Popular, pero que no termina de ver la luz.
 
Para que haya una Ley de Mecenazgo solvente e interesantes, debe haber –como en Europa- unos incentivos importantes de carácter fiscal que beneficie a las empresas en un 70 u 80% de desgravaciones fiscales. Por eso no son demasiadas las instituciones privadas que actualmente estén subvencionando la música.
 
¿Tiene por cumplir alguna meta inalcanzada hasta ahora?
 
Probablemente si tuviera 30 ó 35 años, me marcharía fuera. Está ocurriendo ahora porque España está dando instrumentistas de primera magnitud, que no pasaba antes.
 
Imagino que le habrán tentado continuamente…
 
Efectivamente, pero había que elegir y echar las raíces en los lugares… En mi época aquello de las becas de estudio y de los Erasmus no existía.
 
¿Qué directores le han ayudado a crecer musicalmente?
 
Hay dos nombres que me impactaron y marcaron a la hora de hacer orquesta: Sergiu Celebidache y Kurt Sanderling. A lo largo de una vida profesional tan larga y de tantos conciertos, te quedan en la retina una docena, de aquellos que dices que estremecen a un patio de butacas.
 
Es muy difícil e infrecuente encontrar al director carismático capaz de transmitir ideas nuevas a una orquesta que toca continuamente.
 
Me ha dicho que su compositor preferido es Juan Sebastián Bach.
 
Por encima de todos, Bach, pero tengo hay otros muchos que me encantan, como Brahms en el romanticismo, en el clasicismo Mozart, y Stravinsky en el siglo XX. Pero hay tantos, tan buenos que no terminaría de decir.
 
¿Le gusta la música moderna?
 
Soy amante del jazz. En este momento, un grupo de amigos de la Orquesta Nacional hemos montado un grupo de tango y hemos dado conciertos, casi exclusivamente para pasárnoslo bien; es como ir al Parque de Atracciones.
 
Algún argentino estará por ahí metido, ¿no?
Desde luego, eso no puede faltar: nuestro pianista es argentino.
 
¿Qué otras aficiones tiene?
 
Sin duda. La música es muy peligrosa porque es muy absorbente. Frecuentemente, me encuentro con colegas que su vida, tiempo libre y conversaciones giran prácticamente en torno a la música. A mí me parece que eso es malo, porque la vida tiene muchos ámbitos y eso es obsesivo. Me encanta ir al cine, viajar…
 
¿Tiene sentido decir que la música occidental tiene su inicio en el canto gregoriano y en el impulso de la Iglesia?
 
Claro que sí. La Iglesia ha sido una gran conservadora de la música de todos los tiempos, porque los templos están llenos de bibliotecas con partituras musicales en gregoriano, música renacentista y muchas otras.
 
Recogieron también la música de la calle, de los trovadores, que no sabrían escribir lo que cantaban y fue la Iglesia quien plasmó eso en negro sobre blanco.
 
La Iglesia ha tenido un papel relevante y lo continúa teniendo. Por ejemplo, todos los músicos hemos tocado muchas veces en iglesias. Los grandes órganos han servido para hacer una campaña de 15 ó 20 años de restauración de estos instrumentos que existen en grandes iglesias españolas. 

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