La pretendida frontera estanca entre la esfera privada y la pública ha sido pulverizada por los nuevos conflictos sentimentales del presidente de la República francesa
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Desde la revelación de la nueva infidelidad de Françoise Hollande, llegan de todas partes defensas más o menos sinceras del “respeto a la vida privada” y de la separación estanca que convendría respetar entre esta y la vida pública. Por supuesto que toda persona tiene derecho a su intimidad, pero este mismo derecho no es infinito.
Un matrimonio, por ejemplo, es un acto público porque concierne al conjunto de la sociedad y de ahí el testigo de un compromiso fundador. Es precisamente este carácter público el que François Hollande y su primera compañera, Ségolène Royal, rechazaron, incluso después de haber engendrado juntos cuatro hijos. Se había puesto en evidencia el carácter ideológico en este rechazo.
Pero por un extraño retorno del destino, François Hollande es elegido presidente de la República (con el favor de otro asunto “privado” convertido en escándalo internacional que implicó al favorito de la elección presidencial, Dominique Strauss-Kahn, un cacique del Partido socialista). Y después de haber anunciado, durante su famoso discurso de futuro jefe de Estado “normal”: “yo presidente de la República haré lo necesario para que mi comportamiento sea en todo instante ejemplar”, impone, recién elegido, a su nueva compañera como “primera dama de Francia”. ¡Extraña anomalía, nueva “excepción francesa” que sorprende, asombra y desentona bastante en el universo de la diplomacia internacional donde gusta salvar las apariencias!
Los franceses que sufren una crisis económica agravada por una fiscalidad que se hace insoportable luchan por entender que esta “primera dama”, que no es en realidad más que una concubina, beneficie, por disposición de las autoridades, a la esplendidez del Estado.
Y por indiscreción de una revista sensacionalista, se conoce que el presidente se concede escapadas en un scooter pilotado por un guardaespaldas para encontrarse con una nueva compañera, sin olvidar –detalle pintoresco- los croissants de las mañanas aportados, calentitos, por dicho guardaespaldas…
En fin, para poner el broche de oro a este vodevil digno de Feydeau, la compañera nº 2, herida y ulcerada por saberse así eliminada, se hace hospitalizar y anuncia, a través de su gabinete –financiado también por la República- que su estado no le permitirá salir del hospital antes de la intervención televisada del presidente de la República.
“Su posición es imposible, está en vías de causar desgracia a las dos mujeres”, decía en BFMTV un experto en comunicación. Seguramente. Pero en el origen de esta doble desgracia se encuentra el rechazo al compromiso, al matrimonio y a la familia como base de la sociedad. Es un contra-ejemplo, por no decir un cáncer que atenta, desde la cima del Estado, contra la familia como célula básica de la sociedad.
En cuanto a la repercusión mediática de la cuestión, una vez más, nuestros compañeros periodistas extranjeros se han sorprendido de la poca agresividad de sus colegas franceses respecto a la unión de François Hollande con la actriz Julie Gayet y al estatus de la ex o de la próxima “primera dama de Francia”. Distintas tradiciones, sin duda, pero el mismo jefe de Estado ha dado una explicación de este gran pudor de los periodistas franceses: “Podría llegarnos a todos”. Pequeña frase en forma de advertencia a un pequeño mundo parisino en el que se mezclan las relaciones complicadas y a menudo íntimas entre políticos, vedettes y periodistas (la lista de ministros y de diputados que tienen o han tenido compañeros que pertenecen a una categoría o a la otra –o a ambas- es asombrosa).
Respecto a las promociones y favores derivados de esta intimidad, acabamos de ver un nuevo ejemplo, revelado en un momento muy inoportuno para François Hollande: la propuesta, el mes pasado, de su amante Julie Gayet como miembro del jurado de la prestigiosa Villa Médicis [academia francesa de Roma, n.d.t.] por Aurore Filipetti, ministra de cultura (revelación del semanario satírico Le Canard enchainé de la que han informado ampliamente, por ejemplo Le Monde o Le Nouvel Observateur). El escándalo explotando, el nombramiento rechazado catastróficamente… pero reserva deferente sobre el vodevil Gayet.