Deseamos ser recordados por haber contribuido modestamente a edificar el mundo
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Las generaciones futuras nos pedirán cuentas por las decisiones que hemos tomado durante el periodo de la historia que nos ha tocado vivir.
Nosotros nos lamentamos, muy a menudo, de lo que hicieron y deshicieron los hombres que nos precedieron en el tiempo. Muchos conflictos sanguinarios se hubieran podido evitar con un pelo de sentido común, de humildad, de tolerancia y de diálogo.
Y, además, es verdad: los criticamos y, a veces, los repudiamos por lo que hicieron o dejaron de hacer; pero el pasado no lo podemos cambiar, porque es como de piedra y está más allá de nuestro ámbito de libertad; no pertenece a la voluntad. Nosotros, al final, somos la resultante de este pasado.
La memoria despierta de las atrocidades que nuestros antepasados cometieron, de las siniestras maldades que causaron al entorno natural, deben ser una excusa para pensar, a fondo, las acciones que emprendamos en el futuro.
No deseamos ser recordados por los males que hemos causado, sino por haber contribuido, modestamente, a edificar el mundo, a generar más belleza, más bondad, más unidad y calidez en el mundo.
Demasiado a menudo identificamos las contradicciones y las debilidades de las generaciones que nos han precedido en el tiempo, pero no somos suficientemente conscientes para ver esas contradicciones que estamos gestando en el presente y que tendrán efectos muy negativos en el futuro lejano. El cuidado de las necesidades del presente no puede hipotecar el futuro.
Tenemos que ser, por tanto, cuidadosos que la herencia que dejamos y velar para que el escenario del mundo, las instituciones que hay en él y las condiciones de vida del día de mañana sean dignas para el desarrollo de todos los seres humanos, y no sólo para una pequeña parcela.