Ante la fuerza cada vez mayor de la descomposición creada por el narcotráfico, la solución es… ¿legalizar la marihuana?
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En septiembre de 2005, Benedicto XVI describió la alarmante situación de México ante un grupo de obispos: “Sigue siendo motivo de gran preocupación que en algunos ambientes, por el afán de poder, se hayan deteriorado las sanas formas de convivencia y la gestión de la cosa pública, y se hayan incrementado además los fenómenos de la corrupción, impunidad, infiltración del narcotráfico y del crimen organizado”.
La descomposición se agrava cada día. El deterioro es evidente y, a pesar de los esfuerzos por regenerar el tejido social, son pan cotidiano las noticias que relatan la muerte cruenta y sádica de ciudadanos comunes, policías y criminales; por otro lado, en el sistema judicial quien paga y tiene billetes es digno de justicia pronta; quien no goza de favores y palancas, soportará un calvario incruento encontrando todo, menos la balanza de lo justo.
Otra consecuencia nefasta de esta corrupción es aceptar la descomposición como estilo de vida. Armas, capos, sicarios, cárteles, drogas, guerra, poder, fama, fortuna, levantones, secuestro, muerte son palabras arraigadas; la vida de sicarios es mitificada, la muerte divinizada y el fervor supersticioso a los santos se tolera para ser protectores de la juventud que crece en la desintegración como consecuencia de errores gubernamentales y omisiones sociales.
Emerge la narcocultura donde lo ilícito es permitido, el derecho es ley taliónica y tomar la vida del otro, exhibición de fuerza. Expresiones populares explotan el morbo y el mito por el narco donde lo bueno es el dinero fácil, y lo bello, un arma de alto poder con cachas de oro. En medio del horror y de la sangre, surge una fascinación por la estética burda y escandalosa de los delincuentes, apropiarse de su poder consentido por la pasividad y miedo de una sociedad apabullada y rebasada, desprotegida por quienes juraron hacer cumplir la ley.
En este panorama, los representantes populares de la izquierda ven normal e incluso “medicinal” la legalización absurda de la marihuana, abonando a la narcocultura. Sin embargo, las iniciativas del PRD nacen afectadas, sólo apoyadas por sus paladines verdes y cuestionados por sus correligionarios, quienes ven la propuesta legislativa como aldaba que abrirá la reja al consumo recreativo; en resumen, el PRD engaña a los ciudadanos de la capital del país soltando un lobo bajo la zalea de tierna oveja, es la cultura de la muerte que amenaza con superar el aprecio por la vida y el respeto a la dignidad de las personas.
En días pasados, la propuesta de la Iglesia se presentó en un cortometraje, Hermano Narco, cuyo argumento podría parecer absurdo, ilógico e inaudito; no obstante, se debe romper con este círculo de muerte. La expectativa de presunto bienestar que se ofrece con la legalización llevará al sufrimiento y aflicción de muchas personas. No se puede aceptar este legislativo canto de las sirenas que quiere embelesar a una sociedad madura haciéndole creer que puede vivir con drogas. La narcocultura de izquierda no es un estilo de vida, aunque se quiera tapar el sol con un dedo.
Artículo publicado originalmente por Desde la Fe