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Hay un jesuita leones por el que el Papa Francisco tiene una especial predilección. Se trata del padre Segundo Llorente quien se encuentra en proceso de beatificación y quien entregó su vida para evangelizar a los esquimales. Durante el viaje del Papa Francisco a Canadá seguro que ha tenido muy presente su figura.
¿Quién es el Padre Segundo Llorente?
El padre Llorente entregó su vida para evangelizar a los esquimales. Cuarenta años de vida en el Polo Norte que quedan para la historia en documentos con sus relatos y que resume así: “Por la mañana salgo de las mantas como oso de la madriguera. Enciendo una vela y me calzo las botas de piel de foca llenas de yerba seca para que los pies estén bien mullidos y no se enfríen más de los razonable. Enciendo la estufa y, si se heló el agua, derrito el hielo y me lavo. Abro la puerta, doy dos pasos y ya estoy delante del altar. Le digo al Señor lo que el padre del hijo pródigo le dijo al hijo menor: ‘Tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo”.
Estas palabras las recuerda ahora su sobrino, Secundino Llorente, uno de los numerosos miembros de su familia —nueve hermanos, veintitrés sobrinos y más de un centenar de familiares que se reúnen frecuentemente— cuando conmemoraban la fecha de su muerte con una misa en San Isidoro de León.
«Nada le impidió seguir su camino», asegura. De su carácter aventurero, solidario, «vigoroso y recio» da fe su familia. Secundino Llorente recuerda que, a los veintitrés años, sin saber una palabra de inglés, se fue a Estados Unidos a estudiar Teología y, «apenas fue ordenado sacerdote buscó en el mapa el lugar más recóndito y difícil en todo el mundo y obtuvo permiso para ir a Alaska, su ilusión más grande».
Evangelizar esquimales
Cuentan por ahí que alguien le preguntó: "Padre Llorente, usted, ¿qué hizo cuarenta años en Alaska?". Él contestó: "Estuve cuarenta años enseñando a los esquimales... a hacer la señal de la cruz. Y con eso me doy por contento".
No es de extrañar que cuando el Estado de Alaska creciera y se hizo libre, saliera Segundo Llorente como representante de Alaska, porque los esquimales lo habían elegido. Intentó renunciar pero le convencieron al decirle que era la primera vez que votaban los esquimales y era darles un mal ejemplo no aceptar; que no lo mirara como un honor, sino como una manera de servir.
Fue enterrado en Alaska, en un cementerio en una reserva india dirigida por jesuitas. En ese cementerio no se pueden enterrar más que indios y sacerdotes que hayan estado por lo menos veinte años al servicio de los indios. Como él había estado cuarenta años, le pertenecía el honor de ser enterrado en ese cementerio, a unas setenta millas de Spokane, en una loma frente a las Montañas Rocosas. Lo enterraron bajo una lápida que dice: «En vida y en muerte con aquellos que amamos».