En ocasiones vemos la pertenencia a la Iglesia como un conjunto de normas sin fin, pero pecado es simplemente aquello que nos aleja de Dios, que nos desordena el corazón, que no nos deja llevar una vida plena
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¿Qué es el pecado? Es todo aquello que nos aleja de Dios, que nos desordena el corazón, que nos limita en la entrega, que no nos deja llevar una vida plena.
El otro día una persona me preguntaba cómo distinguir un pecado venial de uno mortal. Yo creo que a veces caemos en la casuística y nos perdemos en disquisiciones que no nos dan luz. Pensamos: «Hasta aquí puedo; si lo hago en este margen es posible; si no me paso de esta medida sí vale».
Nos hacemos un poco mezquinos calculando, especulando con Dios, poniendo límites al amor y a la vida. En ocasiones vemos la pertenencia a la Iglesia como un conjunto de normas sin fin.
Santo Tomás de Aquino destacaba que los preceptos dados por Cristo y los Apóstoles «son poquísimos». Citando a san Agustín, advertía que los preceptos añadidos por la Iglesia posteriormente deben exigirse con moderación «para no hacer pesada la vida a los fieles» y convertir nuestra religión en una esclavitud, cuando «la misericordia de Dios quiso que fuera libre»[4].
Dios sólo puso una norma al primer hombre. Le dijo que no tocara uno de los árboles. Que no lo tocara, que no lo usara de forma inadecuada, que no pervirtiera el fin para el que había sido creado.
Dios creó todas las cosas con un fin. Cuando el hombre no usa la naturaleza según el fin querido por Dios se pervierte. El hombre es tentado y cae. Ante el miedo al castigo, huye de Dios, corre delante de Él, se aleja con miedo. El pecado nos aleja de Dios. Nos hace no buscarlo porque nos avergonzamos.
Pero perdemos el verdadero sentido del pecado y de la vida y dejamos de comprender la esencia de vivir en Dios cuando nos obsesionamos con lo que es pecado y con lo que no lo es.
Ponemos límites y barreras, calculamos el amor y su medida. Pensamos que la meta es no pecar. Pero eso no es posible, porque siempre pecamos.
Como nos recuerda el Papa Francisco: «El problema no es ser pecadores, sino no arrepentirse del pecado, no tener vergüenza de lo que hemos hecho. Pese a que Pedro era pecador, Jesús mantuvo su promesa de edificar sobre él su Iglesia. Pedro era pecador, pero no corrupto. Pecadores, sí, todos: corruptos, no».
Todos somos pecadores, todos caemos aunque nos prometamos no volver a hacerlo. La debilidad de nuestra voluntad, el peso y la atracción de la tentación. El arrepentimiento es el camino para salir de ese laberinto de la tentación y del pecado. La meta sólo puede ser el amor.