Entrevista a Rosaura de Jesús, responsable de las Hermanitas de Jesús en España y Portugal
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Una Iglesia pobre y para los pobres. El sueño del Papa Francisco se hace realidad en las Hermanitas de Jesús. Su opción radical por la pobreza constituye el núcleo mismo inspirado por el hermano Carlos de Foucauld y la hermanita Madeleine de Jesús. Lo explica la hermanita Rosaura, responsable desde hace cuatro años de la fraternidad en España i Portugal, que ha pasado la mayor parte de su vida trabajando en una empresa de limpieza, y entre mocho y mocho, se escapa a la cárcel de Málaga, donde ha encontrado su particular «segunda residencia».
Lleva más de 30 años siendo hermanita de Jesús… ¿Qué le atrajo de este carisma?
Entré en la fraternidad con 26 años. La conocí a través de unos escritos de Carlos de Foucauld en Cavall Fort. Era muy jovencita. Me llamó mucho la atención la radicalidad con la que este hombre buscó el Absoluto de Dios. No se conformó ni instaló, siguió siempre buscando…
Más tarde, en el tiempo del discernimiento vocacional, cuando me empecé a plantear qué quería hacer con mi vida, conocí al hermano Adrià Trescents y entré en contacto con el mundo de la marginación. Sentí que aquello era lo que quería vivir y un sacerdote amigo me animó a conocer a las Hermanitas de Jesús.
Realmente su carisma respondía muy bien a lo que estaba buscando y ardía en mi interior: «Sí, yo quiero vivir con la gente; no quiero hacer nada por los demás, sino hacerlo con ellos. Quiero ser una mujer contemplativa en medio del mundo.»
¿Contemplativa en medio del mundo?
La gracia y la gran aportación de la hermanita Madeleine de Jesús, fundadora de la fraternidad, fue sacar la vida contemplativa de la clausura. Su carisma, siguiendo las huellas del hermano Carlos de foucauld, es una invitación a ser contemplativos en medio del mundo.
La clave de nuestra vocación se halla en Nazaret. Jesús vivió 30 años de vida oculta en Nazaret y sólo 3 años de vida pública. Tengo la sensación de que en la Iglesia quizás nos hemos fijado demasiado en la vida pública, pero que hemos profundizado poco lo que significan estos 30 años de vida oculta en Nazaret sin que nadie lo identificara como Hijo de Dios.
Este Nazaret del día a día, de dignificar el trabajo sencillo, la vida de pueblo, las relaciones de amistad… ¡Ésta es nuestra espiritualidad! Nuestra misión es vivir como contemplativas en medio del mundo, compartiendo el día a día con los vecinos y amigos.
Nuestro apostolado es el de la amistad. Queremos proclamar el Evangelio con nuestra vida y esto tiene que ser una invitación al resto de cristianos a vivir siempre conectados con Dios.
¿Cuál es el secreto para ser contemplativos en medio de un mundo cada vez más lleno de ruidos e impactos externos? Vosotras, además, vivís en barrios no precisamente tranquilos…
El único secreto es que Jesús está en el centro. La clave es la relación con él. Es aquí donde nos jugamos el equilibrio. Si vivo el día a día centrada en Jesucristo, puedo hacer todo lo que sea necesario sin perder la paz.
Me gusta hablar de «la presencia en la Presencia», es decir, vivir presente el que es el gran Presente. ¡Es este Dios Padre amoroso de todos, que lo invade todo, y que está en el corazón de mi hermano!
Con las hermanitas, viviendo en pequeñas comunidades muy modestas, ha aprendido a rezar por las calles, en el autobús, trabajando… también en la capilla con el ruido de fondo de las motos, la televisión o los gritos de los niños.
«Rezar —como decía el hermano Carlos— es pensar en Dios amándole.» Entiendo la contemplación como un enamoramiento.
Por eso si vives enamorada puedes orar en cualquier lugar y situación. Es en la vida donde encuentro a Dios. Un Dios de comunión, de relación, de amor.
Pese a contar con una carrera universitaria, se ha dedicado casi toda su vida profesional a la limpieza. ¿Cómo se explica esta opción por los trabajos aparentemente más modestos?
Entiendo que nuestra vocación es difícil de entender, incluso dentro de la Iglesia. Las hermanitas hemos optado por vivir pobres con los pobres. Por eso acostumbramos a trabajar en sitios muy sencillos y poco cualificados, como fábricas, empresas de limpieza o en el campo con los temporeros.
Son lugares donde el mundo religioso y la Iglesia no acostumbran a estar demasiado presentes. Yo nunca he tenido una compañera de trabajo que fuera monja. Tanto es así que mis compañeras de trabajo no se creen que yo lo soy. «¿Pero monja católica?», me preguntan «Sí, sí», les digo, «católica de verdad, de las del Papa de Roma». [Ríe]
Realmente es difícil de creer.
Las hermanitas estamos para construir el puente entre la realidad más cruda del mundo, las periferias, y la Iglesia. Esta gente no va a la iglesia. Por eso vamos nosotras a ellas. Y lo hacemos desde la amistad y desde la vida.
Muchas veces nuestra casa se convierte espontáneamente en un espacio sencillo de encuentro y oración. Lloramos, reímos y oramos juntos, sin demasiados formulismos. De esta forma les intentamos acercar a la realidad eclesial y el Evangelio, que es también suyo aunque a veces se sientan excluidos.
Porque nuestra casa también es la Iglesia. Es verdad que lo que hacemos no responde al estándar de la eficiencia que el mundo nos intenta imponer, pero estoy convencida de que así estamos poniendo nuestro granito de arena en la construcción del Reino: ¿cómo se mide el amor, la atención, la acogida? La gratuidad es un valor clave en mi vida.
Con el Papa de la pobreza os sentiréis muy en sintonía…
Con el Papa Francisco nos sentimos comodísimas… Lo que hemos vivido toda la vida ahora el Papa lo subraya día tras día. ¡Qué alegría! Si quieres compartir la vida de los pobres tienes que vivir como ellos. ¡No podemos montar un convento que no sea un piso como el de los demás en el barrio de La Palmilla [Málaga, España]! Sería una contradicción.
A menudo vivimos de alquiler, sin grandes posesiones… Compartimos la vida de personas que viven con los 400 euros de la pensión no contributiva. Nuestra preocupación no es resolver problemas, sino vivir los problemas con la gente. E intentar resolverlos juntos. No tenemos ninguna varita mágica, pero podemos buscar juntos qué podemos hacer.
Nuestra vocación es una especie de permanencia de 24 horas. Pero que no es permanencia, porque no hacemos ningún sacrificio, ¡ésta es nuestra vida! Es muy distinto venir a trabajar al barrio que vivir en un barrio como el nuestro.
¿Implica mucho desgaste una opción de vida como la vuestra?
Nuestra vida vivida desde el Evangelio no sólo no provoca desgaste, sino que te da una fuerza que no hay quien la detenga. Me siento más viva, motivada y fortalecida que hace 30 años. No soy tan miedica como antes.
Ahora me canso más físicamente, y las rodillas me duelen más, pero no me siento desgastada. Una vida como la nuestra no debería cansar. Para mí es un camino que permite vivir cada vez más plenamente la experiencia de un Dios presente en la vida y en la historia. ¡Esto es fascinante! Y si, además, sirve para que los demás tengan más esperanza, ¡mejor aún!
Fragmento de una entrevista publicada en el semanario Catalunya Cristiana