Respondemos a una pregunta de una lectora
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Constelaciones Familiares es el nombre de una organización que se presenta como un método de psicoterapia familiar desarrollado en sesiones tanto grupales como individuales. Todo en ella gira en torno a una persona, la de su creador y actual líder: Bert Hellinger.
En su método, la Terapia Sistémica Familiar, ya aparecía la expresión “constelaciones familiares”. Básicamente sus elementos son: la armonía familiar se rompe con acontecimientos traumáticos que se incorporan a una especie de inconsciente colectivo familiar y repercuten en sus miembros, incluso cuando ya han transcurrido varias generaciones. En sesiones preferentemente colectivas con familiares, se trata de hacer aflorar todas los hechos generadores de ruptura, asumirlos y recomponer la armonía familiar necesaria para la salud psíquica personal, de forma que el entorno familiar vuelva a ser una verdadera “constelación” armónica, a semejanza de las estelares.
Hasta aquí, lo que encontramos no tiene mucho que ver con el mundo de las sectas. Se trata de una escuela más de psicoterapia, todo lo discutible que se quiera, pero no muy diferente a otras. Sin embargo, algo ha alterado toda esta trayectoria. Si se abre la página web de CF se encuentra una descripción general de un método psicológico de terapia sin más connotaciones. Pero al margen, aparece una breve cita firmada por “Osho”. Éste no es ningún psiquiatra, sino el gurú hindú Bhagwan Shri Rajneesh (para saber más de él, recomendamos la pregunta de Aleteia: ¿Quién es Osho?).
Osho, a diferencia de otros gurús indios conocidos, practica la terapia e incluye sesiones terapéuticas de grupo. Se sitúa más cerca del budismo que la mayoría de los gurús indios; había tenido contactos con destacados exponentes New Age como el llamado Movimiento de Potencial Humano; incluía algún elemento cercano al psicoanálisis, como sostener que había que liberar la mente de represiones procedentes del pasado; e incorporaba psicoterapia occidental como preparación para la meditación.
¿Quién es Bert Hellinger, el fundador de Constelaciones Familiares?
Bert Hellinger nació en 1925 en el seno de una familia católica tradicional alemana. Se ordenó sacerdote y fue enviado como misionero a Sudáfrica entre los zulús, donde desplegó una gran actividad. Su crisis hay que situarla a finales de los 60, y en ella parece que fue decisiva su asistencia a un cursillo ecuménico organizado por unos anglicanos.
En 1970 abandonó el sacerdocio y la fe. Con 45 años vuelve a Alemania. Trae consigo esa mentalidad fenomenológica, una profunda impresión del contraste entre la fuerte cohesión familiar africana y la situación europea, y el deseo de seguir resolviendo problemas humanos. Allí decide buscar en la psiquiatría lo que piensa no haber encontrado en la religión. Se traslada a Viena; estudia psicoanálisis y se casa con Herta, su primera esposa. No parece que quedara del todo satisfecho con la escuela vienesa que tenía a Freud como principal figura, pues en 1973 se traslada al país que se había convertido en la nueva vanguardia de la psiquiatría: Estados Unidos. Allí se interesa por las nuevas tendencias centradas en aspectos relacionales, que van a influir en sus propuestas.
De entre las varias corrientes que le influyeron, destacan dos. La primera es el llamado Análisis Transaccional, creado por Eric Berne. Se trata de un derivado del psicoanálisis, según el cual cualquier conducta disfuncional tiene su origen en decisiones autolimitadoras tomadas en la infancia a raíz de los mensajes transmitidos por los padres. El individuo crea de este modo lo que Berne llamaba el “guión vital”, y la obvia tarea del psicoanalista es aflorarlo y modificarlo para extirpar las disfunciones. Hellinger acepta este origen familiar, pero lo atribuye a traumas familiares -no necesariamente de los padres- que pasan a formar parte del inconsciente colectivo familiar.
La segunda corriente es la Terapia Gestalt, creada por el matrimonio Fritz y Laura Perls. Es un método que lleva la fenomenología a la psicoterapia. Viene a decir que los elementos básicos que determinan el estado de una persona son la situación presente y los nudos de relaciones. La tarea del terapeuta es ayudar a que el cliente (aquí se prefiere a “paciente”) tome conciencia de su verdadera realidad en función de esos elementos, y la acepte. Sólo así podrá éste afrontar y superar sus problemas, liberarse de bloqueos -por ejemplo, los producidos por trasladar la responsabilidad de sus actos a sujetos colectivos-, asumir de modo satisfactorio su propia personalidad y eventualmente cambiar lo que necesite ser cambiado. Hellinger se vio atraído por el método de esta psiquiatría fenomenológica, aunque resultaba para su gusto demasiado individualista.
Con estas influencias y alguna más, como la de Arthur Janov -sus ideas son el prototipo de sistema que atribuye al trauma infantil todo trastorno psíquico-, Hellinger volvió a Alemania. Pero no le debió parecer que su formación era completa, pues pocos años después, en 1979, vuelve a Estados Unidos para enriquecer sus conocimientos. Estudia allí varios sistemas de terapias familiares y alguna otra cosa como la hipnoterapia, una terapia que, como su nombre mismo señala, está basada en la hipnosis. Si los años 80 son para Hellinger los de la culminación de su formación y de inicio de la práctica, los 90 serán los de su triunfo. Publicó varios libros que tuvieron muy buena aceptación en el mundo académico, y se hizo un nombre en ese mundo. En 2000 crea el Hellinger Institute.
Entonces, ¿CF es o no una secta?
Si, a la vista de la realidad, se pregunta si CF es una secta, la mejor respuesta es que, más que una secta, se trata de una institución que en origen es un método terapéutico especializado, y actualmente está en proceso avanzado de convertirse en una sucursal de una secta hindú. Ahora bien, esta distinción no significa que haya necesariamente que cargar los males en el lado de la secta, y dar por buena cualquier psicología. De hecho, puede ser tan dañina para la persona un método psicológico o psicoterapéutico como lo pueda ser una secta. Y no siempre son realidades inconexas.
En el caso concreto de CF, el objetivo en principio es más limitado: recomponer armonías familiares. Básicamente consiste en una especie de juego de rol en donde los participantes asumen un papel familiar unos respecto a otros (que no suelen tener). Con el diálogo afloran los problemas -sucesos traumáticos, enemistades, carencias o lo que sea-, lo cual hace que, con el clima adecuado, se vayan situando las personas subjetivamente en un entorno familiar saneado, con la consiguiente adquisición o recuperación de la felicidad perdida.
En la explicación del hecho es donde hay que situar las divergencias o, según se mire, el punto de contacto entre la psicología y la religión oriental. Para unos es una técnica que permite actuar al inconsciente colectivo; para otros, es el espíritu o energía familiar la que actúa; una tercera posición, ecléctica, identifica los dos agentes. A la hora de la verdad, tampoco importa mucho, pues, aparte de que el resultado sea el mismo, ninguna tiene fundamento. Los dos posibles elementos requieren una especie de mente, espíritu o entidad colectiva que no se sabe de dónde puede salir ni cómo puede operar.
La psiquiatría actual hace tiempo que ha desechado la noción de inconsciente colectivo, creada por el discípulo de Freud Karl Jung. En cuanto a una especie de alma colectiva, la evidencia misma de la individualidad de la persona la rechaza, por mucho que se quiera hacer derivar de misteriosas percepciones del espíritu cósmico.
En contra de esto, se podrán alegar todo tipo de testimonios de que el sistema ha funcionado. Y, en cierto modo, puede que en algún caso haya dado resultados positivos. La causa es que en psicoterapia, a diferencia de otras ramas de la medicina, el placebo en ocasiones tiene efectos curativos. El mismo Freud constató algún resultado positivo al aplicar su psicoanálisis. Lógicamente, lo atribuyó a su método terapéutico. Ahora se sabe que el verdadero motivo es otro, por lo demás muy acorde con el sentido común. El simple hecho de buscar ayuda y de contar todo lo que uno lleva dentro contribuye a la salud mental en más de un caso.
Con todos estos elementos, se puede tener una cierta idea del efecto que pueden tener las sesiones de CF. En primer lugar, hay que ver la naturaleza del problema. No es lo mismo acudir con un problema más bien superficial que con uno de más calado. Si se trata, pongamos por caso, de que a uno le desquicia su suegra, puede que dé cierto resultado; pero si lo da, es porque enfrentarse con esa situación y tratar de comprender a la otra parte -representada en alguien- ayuda a resolver ese tipo de situaciones, no porque actúe una vaga energía cósmica familiar. Si quien acude está afectado por un trastorno -que siempre trastorna asimismo la vida familiar-, puede deducirse fácilmente que, en el mejor de los casos, saldrá igual de mal que ha llegado: es impensable que un “tratamiento” de este estilo remedie un trastorno bipolar o una esquizofrenia paranoide.
Si son problemas derivados de conductas inmorales -bien por ser su autor, bien por ser su víctima-, las doctrinas de Osho resultarán contraproducentes. El infantilismo -eso sí, de persona inteligente- que mostró en su vida se trasladó a su enseñanza, de forma que el cliente encontrará una invitación a trivializar la cuestión de un modo u otro. Y las heridas que causa la inmoralidad no se cierran suprimiendo la moral, por mucho que se disfrace de método terapéutico revolucionario. Tampoco se cierran mostrando una nueva perspectiva de armonía cósmica en la que el mal ocupa un lugar, de forma que forme parte de una nueva experiencia liberadora. Y ese es el tipo de cosas que se deben esperar de gente que se ha formado en la Osho International Foundation.
Hoy en día el mercado de terapias de grupo está muy surtido de todo tipo de montajes. Los hay para desengancharse de vicios -alcohol, drogas, etc.-, para superar defectos de carácter, para rehabilitarse, para arreglar problemas matrimoniales y familiares. Los hay llevados por aficionados, y por profesionales -y en cualquier estado intermedio entre los dos-. Los hay de espíritu cristiano, de inspiración en un naturalismo tipo New Age, de aplicación de todo tipo de teorías psicológicas. También los hay de sectas, o, como en este caso, aprovechados por uno de estos grupos. Algunos ayudan de verdad, otros según a quién, en muchos casos venden humo, algunos son claramente prejudiciales -aparte del perjuicio que supone el alejar de lo verdaderamente eficaz-. Algunos tienen un fundamento único, otros mezclan cosas de diversa procedencia, como sucede aquí.
Es indudable que, ante tanto reclamo, es necesario informarse bien, no ya para apuntarse, sino también para poder hacerse una idea y valorar bien. Lo más decisivo es la antropología que subyace en cada método propuesto. En ese sentido, poco importa, por ejemplo, que el “maestro” inspirador de la técnica sea Freud o sea Rajneesh. Pero, si se observa la etiqueta de una secta en la propaganda de cualquier actividad de este tipo, o si remite de un modo u otro a uno de esos grupos religiosos, lo que hay que hacer, y eso es mucho más fácil, es ir directamente a la información disponible sobre la secta. El resto es pura imagen de marketing.
Artículo adaptado del original publicado por la Agencia Zenit