La periodista Florinda Salinas destaca la valorización de la mujer por parte de la Iglesia
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Esta periodista española, colaboradora de distintos medios de comunicación, reivindica “el derecho a que una incompetente” se cuele en un consejo de administración o en un gobierno “gracias a una cuota mal utilizada. Porque ¿cuántos incompetentes han ocupado durante décadas los consejos de ministros?”. Salinas se alinea con el derecho de las mujeres sobre su propio útero, pero no sobre lo que “se aloja en él, pues es un ser diferente a mí, un feto humano, no un forúnculo”.
Frente al feminismo ideológico que puja por el aborto como derecho, reclama otro para el siglo XXI, porque el verdadero “caballo de todas las batallas es que los hombres asuman su paternidad de igual a igual con la mujer”, pues aunque Christine Lagarde presida el Fondos Monetario “está rodeada de banqueros”. Sobre éstas y otras cuestiones entra a fondo la exresponsable de distintos medios durante varias décadas en su último libro La mujer visible. Feminismo para el siglo XXI (Digital Reasons).
-¿Por qué ha titulado su libro “La mujer visible”?
Como me comentó el Premio Nobel Octavio Paz durante una entrevista a finales de los años 90, el acontecimiento más importante del siglo XX ha sido la irrupción masiva de la mujer en la vida pública: ámbitos laboral, político, económico, cultural o social. Hasta entonces, la mujer se había desenvuelto exclusivamente en el ámbito privado, es decir, en la familia, como esposa y madre. Este papel, que yo considero muy importante, no era una opción para ella: se entendía que, por naturaleza, constituía su única misión en el mundo.
Pues bien, a lo largo del siglo XX las mujeres reconocieron su derecho y su deseo de participar activamente en la sociedad, aportando sus conocimientos, sus aptitudes y su preparación académica o profesional. En expresión de la filósofa alemana Hannah Arendt, las mujeres se consideraban personas, y, por lo tanto, tenían derechos en el mundo: podían reclamar que querían ver y ser vistas, que querían hablar y ser oídas. Nadie puede ser recluido contra su deseo en la vida privada: todos estamos llamados a participar en la vida pública. Es en ese doble ámbito, vida privada/vida pública, donde los seres humanos desarrollamos nuestro proyecto personal y construimos un mundo más justo y sostenible.
-¿Qué clase de feminismo postula para el siglo XXI?
Más que apostar por un feminismo concreto, lo que me parece importante es señalar la igualdad radical de varón y mujer: varón y mujer son ontológicamente iguales. Pero igualdad no es sinónimo de igualitarismo, no hay que renunciar a la diferencia enriquecedora entre los dos sexos que todos experimentamos en nuestra propia vida. Como afirma la filósofa Blanca Castilla, autora de importantes estudios sobre este tema, “hay que construir una antropología que incluya la diferencia sexual en la igualdad radical entre los sexos”.
Las mujeres sabemos que somos iguales a los hombres, pero tampoco deseamos renunciar a aquello que hemos recibido por genética: nuestra condición de mujeres. Ése sería nuestro gran error: mimetizarnos con el hombre, renunciar a nosotras mismas. Tal como somos, desarrollaremos nuestras capacidades y talentos en el mundo, mano a mano con el otro sexo, en igualdad de condiciones, como personas libres. En ese proyecto personal cada mujer tiene derecho a definir qué tipo de vida desea llevar y qué lugar ocuparán esas líneas de fuerza que configuran nuestro mapa existencial: estudios, profesión, trabajo, familia, hijos…
En las primeras fases del feminismo, la mujer quería ser idéntica al hombre, ese “ser” que se dedicaba exclusivamente al trabajo y la vida pública, y por ello se creyó obligada a renunciar a la familia y a los hijos, a los que culpaba de su postergación. Pero la mujer hoy día lo quiere todo: ser profesional y madre, ¿por qué renunciar a la maternidad, que resulta tan gratificante y es algo exclusivo de la mujer? Otra cosa es que sea difícil permanecer en todos los frentes. Pero ese es el gran reto del feminismo del siglo XXI: que los padres se hagan cargo de su papel, que empiece a hablarse y cultivarse el “instinto paterno”, al menos con la misma intensidad con que se invoca al instinto materno.
-¿Cuál ha sido el papel del cristianismo en la revalorización de la mujer y su promoción en la sociedad?
Cuando Carmen Iglesias ingresó en la Real Academia de la Historia le hice una entrevista para la revista Telva. Hablamos mucho sobre el papel de la mujer en la historia. Y le pregunte: ¿En qué momento encontró la mujer su mejor paladín? La prestigiosa historiadora no dudó ni un segundo: “La irrupción del cristianismo y su cultura supusieron, a largo plazo, un gran avance, gracias a la importancia que se concedía a la individualidad en la doctrina de la salvación. Esto benefició enormemente a la mujer, a la que antes de la llegada del cristianismo, se le negaba entidad y autonomía”.
Tampoco hay que olvidar que la antropología cristiana está basada en los textos del Génesis: “Creó Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó, varón y mujer los creó” (Gen 1,27). Desafortunadamente, de esa nítida manifestación de la conciencia de igualdad entre mujer y varón, revelada en el Génesis, no se desprendieron en la sociedad, durante siglos, consecuencias jurídicas prácticas, ni se elaboró un pensamiento filosófico propio que sustentara esta igualdad.
Juan Pablo II, el papa que más ha escrito sobre las mujeres, afirmó que “el texto bíblico proporciona bases suficientes para reconocer la igualdad esencial entre el hombre y la mujer desde el punto de vista de su humanidad. Ambos, desde el comienzo, son personas en el mismo grado” (Carta Apostólica Mulieris Dignitatem). También ha resaltado Juan Pablo II que Jesús fue el promotor de la verdadera dignidad de la mujer. Desde el primer instante Cristo dirigió su mensaje tanto a hombres como a mujeres, las consideraba tan inteligentes y capaces como los varones para seguir sus explicaciones y su doctrina.
En aquel contexto histórico y cultural en el que la mujer carecía de derechos, podía ser repudiada por el marido sin dar explicaciones y era apedreada si cometía adulterio, Jesús apostó por ellas. Eliminó el repudio y devolvió su dignidad en el matrimonio y dejó sin argumentos a los que condenaron a muerte a la adúltera del Evangelio. Él se dirigía a ellas directamente, respondía sus preguntas y les otorgaba un protagonismo del que carecían en una sociedad que consideraba impura a la mujer que acababa de dar a luz o tenía la menstruación. Nunca dejó sin atender ninguna petición de una mujer, judía o gentil. Y cuando resucitó, Cristo se apareció a María Magdalena y la otra María, y los discípulos tuvieron que otorgar credibilidad en un asunto de capital importancia al sexo femenino, si bien con ciertas reticencias, eso sí.
-¿Cree que la mujer debería adoptar un papel de mayor protagonismo dentro de la Iglesia católica?
No soy teóloga ni canonista, ni eclesióloga. Así, que mi respuesta es la de una simple creyente a la que le interesa leer los documentos de los últimos papas sobre la mujer y su papel en el mundo y en la Iglesia. Juan Pablo II, que acuñó el término “genio de la mujer”, dedicó muchas energías de su pontificado a responder las preguntas clave: ¿Qué es la mujer? ¿Qué significa ser mujer?
Recientemente, el papa Francisco, en su entrevista concedida a la revista La Civiltà Cattolica, afirmó:”Es necesario ampliar los espacios para una presencia femenina más incisiva en la Iglesia (…). En los lugares donde se toman las decisiones importantes es necesario el genio femenino. Afrontamos hoy este desafío: reflexionar sobre el puesto específico de la mujer incluso allí donde se ejercita la autoridad en los varios ámbitos de la Iglesia”. Recibir la ordenación sacerdotal puede ser importante para algunas mujeres, pero, en todo caso, está sujeto a razones de índole fundacional, en las que no me siento capacitada para opinar.
Lo que de verdad me parece relevante es lo que señala el papa Francisco: ejercer esa presencia en la Iglesia, estar donde se toman las decisiones de calado, incluso ejercitar la autoridad en determinados ámbitos. Es lo que las mujeres profesionales buscamos en el mundo de la empresa, la economía y la política: influir en la toma de decisiones, resultar visibles en los órganos donde se “cuecen” las cosas. A mí, personalmente, me interesa más esta línea de acción que ser sacerdotisa. Tal vez porque no tengo vocación de sacerdotisa, sino de mujer profesional.
-El feminismo por el que se inclina en su libro, ¿podrá superar el feminismo ideológico que considera que la mujer es dueña de su cuerpo?
La mujer, como persona, debe ser dueña y responsable de sí misma, de su cuerpo, de su ser racional, de su conciencia. Es cierto que la reivindicación del propio cuerpo es la que hacían los esclavos, que no poseían propiedad ni dominio sobre él. Los seres libres no sentían necesidad de reivindicar su cuerpo. En nuestra sociedad occidental, en el siglo XXI, reivindicar el cuerpo carece de sentido, y más aún si eres materialista: somos nuestro propio cuerpo. Si somos nuestro propio cuerpo, resulta estrambótico que un grupo de activistas pro aborto se presentara en el registro civil para “registrar” su cuerpo.
En realidad deseaban visibilizar la idea (la ideología) de que el embrión o feto forma parte del cuerpo de la madre y que, por tanto, ella está capacitada, en el ejercicio de su propiedad sobre su cuerpo, para eliminar y expulsar de su útero ese “tumor” que lo invade. Pero como me dijo Montserrat Caballé en una ocasión, “da la casualidad de que si dejo que el “tumor” crezca durante nueve meses, lo que sale del útero por propio impulso de la naturaleza es un niño, no un tumor”.
¡Claro que mi útero me pertenece!, no necesito pasar por el registro civil para saberlo y que los demás lo sepan. Pero lo que se aloja en el útero es un ser diferente a mí, es un embrión, un feto humano, no un forúnculo.
-¿Es favorable a establecer cuotas de participación de la mujer en la dirección de empresas y de partidos políticos o hay que dejarlo al albur de las capacidades personales?
Su pregunta es una disyuntiva y no sé por qué me la plantea así. Para empezar le diré que soy una conversa de las cuotas, en la empresa y en las instituciones públicas. A fecha de hoy, con la irrupción masiva de la mujer en todos los campos del saber, de las profesiones, de la cultura, de la economía y de la política, su presencia en los órganos de dirección de las grandes compañías y de las instituciones de gobierno, debería tener una mayor proporción de la que se constata. Si hay mujeres tan preparadas como los hombres para ocupar un puesto vacante en un consejo de administración de una empresa del Ibex, ¿por qué su número es inferior? Si hay políticas tan competentes como sus colegas de partido para integrar una lista electoral desde los primeros puestos, ¿por qué siempre están relegadas a los últimos?
Y aquí es donde su pregunta me sorprende: no se trata de incluir a una mujer incompetente desplazando a un hombre competente. Se trata de que las mujeres competentes puedan estar codo con codo con los varones competentes. Porque hasta ahora, esos espacios han sido copados en exclusiva por varones, competentes o no, que ésa es otra. Me hace mucha gracia que cuando una ministra se desvela como un fiasco, la gente diga, “claro, como ha entrado por ser mujer….” ¡Alto ahí! Estaba en la cuota, de acuerdo. Pero el incompetente es el presidente del gabinete: seguro que tenía diez o veinte más acertadas y ha metido la pata hasta el fondo. Y, me atrevo a más: reivindico el derecho a que una incompetente se haya colado en el ejecutivo gracias a una cuota mal utilizada. Porque ¿cuántos incompetentes han ocupado durante décadas los consejos de ministros, sabiendo que lo eran e imponiéndose sobre sus homólogas, más capacitadas que ellos, por el simple hecho de ser varones?
–Usted es profesional y madre de cuatro hijos. ¿Observa en el mundo empresarial una mayor sensibilidad para acoger y favorecer la maternidad de la mujer y hacerla compatible con el trabajo?
Observo mayor sensibilidad, pero no siempre es voluntaria. Responde a esa lucha secular de las mujeres por sus derechos sociales y laborales. La legislación europea y nacional ha avanzado mucho y las empresas, a la fuerza, tienen que adaptar su cultura y su realidad a esas legislaciones que continuamente se están mejorando. Pero de nuevo me veo en la necesidad de cuestionar un aspecto de su pregunta: ¿por qué la sensibilidad de la empresa debe acoger y favorecer la maternidad de sus empleadas y hacerla compatible con el trabajo? ¿Sólo con ellas? Supongo que también tienen empleados que son padres y, por tanto deben de acoger y facilitar su paternidad y hacerla compatible con su trabajo. ¿O es que la paternidad no requiere tiempo, atención o cuidados? Lo que sucede es que los padres no avanzan en sus responsabilidades, continúan pensando que los hijos son cosa de la madre.
Yo creo que el eje central del movimiento de las mujeres no es el aborto, como equivocadamente piensa cierto sector importante de feministas radicales. El caballo de todas las batallas es que los hombres asuman su paternidad de igual a igual con la mujer. El hijo necesita un padre y una madre. Hay que reivindicar los cuidados y la educación de ese hijo en esta sociedad dura y competitiva. Las madres necesitan padres que compartan con ellas la crianza y educación del hijo, y que apoyen la profesión de su mujer.
En cuanto a las empresas, a fuerza de leyes, se están viendo obligadas a favorecer la conciliación familiar, por supuesto no sólo de las madres, sino también de los padres. Y si fueran más inteligentes, comprenderían que cuando sus empleadas y empleados logran conciliar vida familiar y laboral, se sienten más satisfechos y su trabajo es más gratificante para ellos, y, por tanto, mucho más productivo, además de mantener una mayor fidelidad y estabilidad en la compañía.
-¿Cree que la ideología de género ha afectado a la posición del hombre, cuya identidad parece haberse diluido?
Yo no observo por ningún lado que la identidad masculina se haya diluido. Por más que miro alrededor, constato que la masculinidad goza de excelente salud y que los hombres continúan rigiendo el mundo. Es verdad que en las cumbres del G 20 aparecen algunas presidentas. En el G 7 está Angela Merkel. Christine Lagarde se pasea con su tez bronceada y sus Hermès al cuello, como buena francesa, pero está rodeada de banqueros, que siempre se han movido en esas mullidas alfombras del poder financiero y económico. ¡Ellos no sonríen tanto como Lagarde! ¡Ellos no necesitan ser simpáticos! ¡Ellos siempre han estado ahí! Basta con abrir un periódico o ver el telediario: los varones son los que ocupan los pixeles y los titulares.