La historia de la hermana Genoveva
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El caso de la Hermanita Genoveva y sus compañeras, al igual que el de Carlos de Foucauld y el de la Madre Teresa son experiencias que demuestran que el deseo de fraternizar se está realizando y en algunos casos merced al amor heroico de unos pocos; el caso de una comunidad agropecuaria en México, las “Ciudades de María” y el de Mosuo (China) son algunos ejemplos que corroboran que hay otro mundo por descubrir.
Otro mundo está siendo posible
Genoveva, más conocida como Veva (francesa de origen) vivía hace 60 años con los Tapirapé, próxima al municipio de Confresa, en Mato Grosso. La misionera vivía en la aldea Urubú Blanco, la mayor de ellas.
Ella y otras dos hermanitas llegaron a Brasil el 24 de junio de 1952, con el objetivo de vivir junto con los con los Apyãwa de la tribu Tapirapé, en condiciones semejantes a los nativos, empezando a tener la misma comida y el mismo estilo de vida.
Experiencia que el antropólogo Darcy Ribeiro considera “una de las más ejemplares de la historia de la antropología” y que el teólogo Leonardo Boff la propone como modelo de la verdadera “evangelización”.
Aprendieron su idioma, sus costumbres, su fe…y desde esos saberes pudieron evitar que el pueblo se extinguiera. Cuando llegaron sólo quedaban vivos unos 43 integrantes. El cacique les dijo con pena que allí todo tenía un valor menos ellos: “tierra vale, peces valen, madera vale, sólo Apyãwa no vale”, decía casi llorando.
Pero el amor de estas hermanas fortaleció la autoestima de los Apyãwa, convenció a las mujeres a unirse a sus hombres.
El 24 de septiembre de 2013, cuando muere Genoveva a los 90 años, la aldea Tapirapé en el Araguaia, ya estaba poblada por unos mil Apyãwa. Genoveva vivió como un miembro más de la tribu. Esa mañana del 24 había amasado barro para el arreglo de la casa. Por la tarde murió en brazos de la hermanita Odile.
Una gran consternación invadió la aldea. Los cantos fúnebres, ritmados con los pasos, se prolongaron por mucho tiempo, durante la noche y el día siguiente. Se oían muchos lloros y lamentaciones.
Finalmente fue sepultada, dentro de la casa donde vivía, según el ritual Apyãwa, en una hamaca colgante recubierta de una tierra peñerada por mujeres y más tarde humedecida hasta consolidarse como barro. Siguiendo un cuidadoso ritual acompañado de cánticos. A una altura de unos 40 centímetro del suelo, en su hamaca donde dormía todos los días, el cuerpo de Genoveva permanece, desde entonces, entre aquellos que escogió para que fueran su pueblo.
La noticia de su muerte atrajo visitantes de todo el mundo. Algunos viajaron 1.100 Km para verla en su hamaca. El cacique Tapirapé resaltó el respeto con el que siempre fueron tratados por las hermanitas durante esos sesenta años de convivencia.
“Los Apyãwa les debemos nuestra supervivencia a estas hermanitas”, dijo. Y Así Genoveva se fue convirtiendo en un “monumento de coherencia, silencio y humildad, de respeto y reconocimiento de lo diferente” – según Antonio Canuto-, “probando cómo es posible, con acciones simples y pequeñas, salvar la vida de todo un pueblo”.
Si el cristianismo es un proyecto comunitario de salvación estas Hermanitas de Jesús están demostrando que ese proyecto está siendo posible entre blancos y aborígenes, en el noroeste del Matogroso (Brasil); así como el Hermano Carlos de Foucauld lo hizo posible a principios del siglo XX en el desierto de Argelia, con los musulmanes; al igual que Madre Teresa en la India, acompañando a cada moribundo a morir en su propia fe, al igual que todos aquellos que se acercan al diferente no para hablarles del amor de Dios sino para ser ese amor, para convivir, conocer y valorar su diferente cultura y religión.
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Artículo publicado originalmente por CELAM