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Los Templarios: historia de una orden religiosa

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Aleteia Team - publicado el 16/05/14
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Mucho más que la imagen caricaturística que ofrece la Literatura, los Templarios fueron una orden al servicio de los peregrinos

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El profesor Franco Cardini, medievalista de la Universidad de Florencia, en el diario Avvenire del 27 de marzo, dedicó un largo artículo a los Templarios. Desde hace años es centro de las habladurías y pseudo investigaciones, allá donde la realidad es mucho más interesante: “Sobre la Orden del Templo, que fue disuelta por la autoridad del Papa Clemente V en 1312 pero que (a pesar del proceso inquisitorio contra la Orden por el impulso del Rey de Francia Felipe IV) nunca fue condenada, existen y conviven – medianamente mal, de todo el resto – una “leyenda rosa”, una “leyenda aurea” y una “leyenda negra”.

La primera los reconoce inocentes víctimas de la avidez de un rey que quería despojarlos de sus riquezas y de la cobardía de un papa que no se atrevió a defenderlos. La segunda los presenta como sabios, íntegros, valientes, poseedores de secretos y hasta misteriosamente sobrevivientes de la supresión y ocultamente aún presentes entre nosotros. La tercera los presenta violentos, soberbios, pecadores, sodomíticos, codiciosos, amigos de los sarracenos y hasta herejes y, por qué no, ya que estamos – nigromantes”.

Pero en realidad, ¿quiénes eran los Templarios? Cardini nos lo explica: “fueron una verdadera paradoja: no exactamente Religio, Orden monástica, sino Militia, Orden religiosa que admitía en sus filas de combatientes, a los Hopitalarios de San Juan de Jerusalén (hoy sobrevivientes como La Orden de Malta), a los Hospitalarios alemanes consagrados a María (los “caballeros teutónicos”) y a algunas Órdenes nacidas en el mundo báltico como también en la Península Ibérica.

Eran hijos de la necesidad: llamados a presidiar países en guerra y a enfrentar milicias no cristianas, pues mientras las fuerzas cristianas fuesen dramáticamente inferiores a la necesidad, debían combatir. Entre ellos habían hermanos que eran sacerdotes y asistían a su ministerio, pero también otros que eran milites, caballeros, es decir guerreros, y algunos otros todavía servientes, “sargentos”, hermanos “laicos” adeptos a los trabajos más humildes y cansados y a los servicios militares secundarios.

Obviamente, ningún Templario que fuera sacerdote podía tocar las armas ni pelear: pero los demás – aunque no fueran sacerdotes, eran realmente siempre “clérigos” – podían hacerlo. La Iglesia latina inventó la categoría del religioso – combatiente, en el ámbito cristiano completamente inédita (ejemplos de alguna manera análogos existen en el ambiente musulmán y budista): una paradoja a la cual las Iglesias orientales han siempre mirado con horror”.

Pero es a partir del Seiscientos o Setecientos que grupos intelectuales de carácter esotérico – y, a menudo adversarios de la Iglesia católica (presagios de la masonería) – han alimentado la leyenda como adherente y mito fundante y dado vida a esa pseudocultura que es el “templarismo”, hoy vuelto famoso por libros como el de Eco (El péndulo de Foucault) o de Dan Brown (El código da Vinci). “Se trata – concluye el profesor Cardini – de historietas sinuosas, aburridas y privadas de valor, de las que ya desde hace años ha sido demostrada la inconsistencia pero que, a pesar de todo, continuarán por mucho tiempo prosperando y circulando porque la madre de los imbéciles siempre está embarazada”.

 

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