Un análisis tomando el ejemplo de EvaJesús, ante las tentaciones en el desierto, despachó de inmediato al demonio. No entró en un diálogo con el enemigo, sino que le respondió con decisión y convencimiento.
En cambio, Eva… Fíjate en las palabras del Génesis sobre la tentación original: el demonio se acerca y propone un tema de conversación: “¿Así que Dios les ha dicho que no coman de ninguno de los árboles del jardín?”.
Y la mujer, en vez de descartar a su interlocutor, comienza un diálogo: “Podemos comer de los frutos de los árboles del jardín, menos del fruto del árbol que está en medio del jardín, pues Dios nos ha dicho: No coman de él ni lo toquen siquiera, porque si lo hacen morirán”.
Con este diálogo la mujer se expuso a un tremendo peligro. El alma que sabe lo que Dios ha prohibido no se entretiene en aquella duda, en aquel pensamiento o en darle rienda suelta a aquel deseo, actitudes todas que son la introducción al pecado.
Volvamos a Eva: el Demonio, astutísimo como es y, además, inventor de la mentira, podía hacerla sucumbir, pues es ángel –ángel caído, pero ángel al fin, con poderes angélicos superiorísimos a las cualidades humanas.
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De hecho, sabemos lo que sucedió: ya entablado el diálogo, ya debilitado el entendimiento de la mujer, el Demonio pasa a hacer una proposición directa al pecado, una mentira, pintándole un panorama maravilloso: ser como Dios: “Y dijo la serpiente a la mujer: No morirán. Es que Dios sabe que si comen se les abrirán los ojos y serán como Dios, conocedores del bien y del mal”.
Puede el Demonio también ofrecer una felicidad oculta detrás del pecado, insinuando además que nada malo nos sucederá. Que además podemos arrepentirnos y que Dios es misericordioso.
A estas alturas de la tentación, todavía está el alma en capacidad de detenerse, pues la voluntad aún no ha consentido. Pero si no corta enseguida, las fuerzas se van debilitando y la tentación va tomando más fuerza.
Luego viene el momento de la vacilación. “Vio, pues, la mujer que el fruto era bueno para comerse, hermoso a la vista y apetitoso para alcanzar la sabiduría”.
Sobreponerse aquí es muy difícil, pero no imposible. Sin embargo, el alma ya está muy debilitada ante el panorama tan atractivo que le ha sido presentado.
“Y tomó el fruto y lo comió y dio también de él a su marido, que también con ella comió”. Ya el alma sucumbió, dando su consentimiento voluntario al pecado. Y lo que es peor: hizo caer a otro. Cometió un pecado doble: el suyo y el de escándalo, haciendo que otro pecara.
Luego viene el momento de la desilusión: ¿dónde está el maravilloso panorama sugerido por el enemigo? “Se les abrieron los ojos a ambos y, viendo que estaban desnudos, tomaron unas hojas de higuera y se hicieron unos cinturones”. El alma se da cuenta que se ha quedado desnuda ante Dios y de que ha perdido la gracia (Dios ya no habita en ella).
El remordimiento sigue a la desilusión. Y ante este llamado de la conciencia, puede uno esconderse, rechazando la voz de Dios o puede el alma arrepentirse y pedir perdón a Dios en el Sacramento de la Confesión.
“Oyeron a Yavé que se paseaba por el jardín al fresco del día y se escondieron de Yavé Adán y su mujer. Pero Yavé llamó a Adán, diciendo: ‘¿dónde estás, Adán?’”.
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¿Cómo luchar contra las tentaciones?
La oración es el principal medio en la lucha contra las tentaciones y la mejor forma de vigilar. “Vigilen y oren para no caer en tentación” (Mt. 26, 41). “El que ora se salva y el que no ora se condena”, enseñaba san Alfonso María de Ligorio.
¿Qué hacer ante la tentación? Despachar la tentación de inmediato. ¿Cómo? También orando, pidiendo al Señor la fuerza para no caer. Nos dice el Catecismo: “Este combate y esta victoria sólo son posibles con la oración” (#2849).
“No nos dejes caer en tentación”, nos enseñó Jesús a orar en el Padrenuestro. La oración impide que el demonio tome más fuerza y termina por despacharlo.
Sabemos que tenemos todas las gracias para ganar la batalla. Porque … “si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? (Rom. 8, 31).
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Y después de la tentación ¿qué? Si hemos vencido, atribuir el triunfo a Quien lo tiene: Dios, que no nos deja caer en la tentación.
Agradecerle y pedirle su auxilio para futuras tentaciones. Si hemos caído, saber que Dios nos perdona cuantas veces hayamos pecado y, arrepentidos y con deseo de no pecar más, volvamos a Él a través del sacramento de la confesión.
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Artículo publicado originalmente por catoliscopio.com