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Conoce a las cinco pensadoras top del siglo XX

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Enrique Chuvieco - publicado el 28/05/14
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Simone Weil, María Zambrano, Edith Stein, Hannah Arendt y Elisabeth Kübler-Ross

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Apertura a la trascendencia, enfoque esperanzado ante la crisis cultural y el ser humano como ser de relación son los argumentos que aúnan a estas mujeres que nos acerca de forma entendible López Casanova, este médico canario en su libro Pensadoras del siglo XX (editorial Rialp).

Cirujano del aparato digestivo, quiso ir más allá de la materia y diseccionar la entraña filosófica del corazón que superase a los “sistemas abstractos alejados del ser humano concreto y real”, tan propios del racionalismo y de los “ismos” que han campeado a sus anchas en los últimos siglos y que lo siguen haciendo actualmente. En estas intelectuales ha encontrado, asegura, “los mejores ensayos sobre las ‘razones del corazón”, a pesar de que algunas sufrieron el rechazo o el asesinato, como Simone Weil, Hannah Arendt o Edith Stein.

-¿Cuál ha sido el motivo para elegir únicamente mujeres para su libro?

Este libro nace de una serie de conferencias en las que analicé el concepto filosófico de “el corazón”. En el decir de Pascal, quería encontrar los mejores ensayos sobre “las razones del corazón”. De hecho, quise denominar el libro como Pensar con el corazón, pero ya existía uno con ese título. Es decir, deseaba encontrar propuestas filosóficas en las que se entrelazaran una vida de plenitud con un pensamiento lógico-deductivo. Porque esto último, sin complementarlo con una mirada filosófica “desde el corazón, significa construir sistemas abstractos alejados del ser humano concreto y real.

Y entonces me di cuenta de que las propuestas más fecundas en este sentido salían de la pluma de las mujeres que abordo en mi libro: Simone Weil, María Zambrano, Edith Stein, Hannah Arendt y Elisabeth Kübler-Ross.

-Por lo que me dice percibo que quiere resaltar la mirada femenina para una mejor solución de los problemas que nos afectan ahora, ¿es así?

La idea más original del libro es la de dar a conocer la vida y la obra de estas intelectuales del siglo XX y aplicarla a la crisis profunda de la cultura en la que vivimos en el actual siglo XXI. Ahora bien, no utilizo la preciosa antropología que cada una de ellas nos ofrecen porque sus autoras sean mujeres, sino porque su contenido resulta muy valioso.

No me ha interesado nunca el enfoque de género ni de cuotas, porque existen en el siglo XX pensadoras que están a la altura de cualquier pensador varón, y no necesitan ser valoradas por su condición femenina. Resulta además que una característica que engloba a todas estas grandes pensadoras es su desapego respecto de las corrientes feministas.

-¿Qué rasgo destacaría en estas cinco mujeres que las unifica?

Además de oír la voz del corazón como se ha comentado, y de esa falta de conexión respecto de las corrientes feministas debida a su insuficiencia antropológica, yo señalaría las siguientes características comunes: ofrecer un pensamiento lleno de esperanza, en el que se aportan soluciones para la crisis cultural que vivieron; apertura a la trascendencia, pues todas ellas se rozan con lo divino, por utilizar el precioso título –El hombre y lo divino– del libro de María Zambrano.

Por último, señalaría que todas tuvieron que sufrir un desarraigo profundo, algunas por ser judías, otras por las circunstancias biográficas que afrontaron: arrostraron una vida durísima y, quizás por ello, comprendieron que el ser humano es vulnerable y necesita del otro para su comprensión plena, que no somos individuos solitarios, sino personas en relación.

-Sobre Simone Weil, subraya su compromiso con personas y sucesos de su época hasta el punto de vivir una ascesis personal. En este sentido, ¿faltan compromisos actuales así?

Lo que claramente faltan son respuestas antropológicas que favorezcan un modo de entender la plenitud humana como la que ofreció y vivió Simone Weil. Ella explica de un modo genial, que sin compromiso, y éste necesita del esfuerzo personal, de la ascesis, no se puede entender nada de lo humano. Así, para comprender el problema complejo de la relación entre trabajadores y empresarios no dudó en emplearse voluntariamente en una empresa en la que trabajaba como fresadora en una cadena de montaje; era como una pieza sustituible por otra y solo comía del sueldo que le pagaban, y así permaneció más de un año.

También pasó hambre voluntaria, trabajó como agricultora o se alistó voluntaria en la Guerra Civil española. Todas estas experiencias le favorecieron para comprender el ser humano desde el corazón que sufre, que es como titulo mi capítulo sobre Weil. Y nos entregó un pensamiento maravilloso, lleno de realismo, pero sin desesperanza. Vale la pena conocerlo.

María Zambrano unió el corazón a la cabeza en su concepto de “Razón poética”, por el cual valora los fenómenos espirituales, que son los más importantes para la vida ¿se opondrían estos al cientificismo, positivismo y otros cuantos ismos?

La respuesta es afirmativa. La gran pensadora malagueña supo intuir que detrás de cada “ismo” existe una abstracción filosófica nacida solo de argumentaciones lógico-deductivas. Y ella intuyó que para entender a fondo al ser humano, además del razonamiento activo, se necesita recibir pasivamente en el corazón. Se abre entonces la filosofía al mundo de los valores, a “lo divino”: la creatividad artística, la ética, lo religioso…

En definitiva, a esas realidades aurorales, difíciles de pesar y medir, pero que forman parte de lo más esencial de la vida y que la dotan de sentido. Para interiorizarlas se necesita tener un corazón limpio, que pueda y sepa recibir “lo divino”, lo poético, la sabiduría eterna que han captado los poetas. Lógicamente, esto supone salir del racionalismo, del cientificismo, de todo “ismo” y de toda abstracción filosófica.

La apertura a los fenómenos trascendentes define la búsqueda de Edith Stein, la judía que se hizo monja y fue asesinada en un campo de concentración. ¿Cuáles son sus principales aportaciones?

Con su existencia mostró que el amor y la verdad tienen una relación directa, y nos enseñó a vivir sin prejuicios, abiertos a la verdad y a sus consecuencias. El corazón que ama, podría resumir su vida. De sus aportaciones intelectuales, de modo resumido, señalaría su comprensión de la persona humana compuesta de inteligencia voluntad y afectividad, y su intento por tratar los temas filosóficos como complementarios, su búsqueda de elementos de unión entre los diversos enfoques en torno al hombre. Ella trató de encontrar lo que unía el pensamiento de Santo Tomás de Aquino con el de su maestro Husserl, con una gran apertura de mira intelectual, superando las batallas, tan frecuentes, entre escuelas filosóficas.

-Partir de la realidad (el objeto y su naturaleza) para conocerla es un elemento común a todas las pensadoras. En su libro, expone algunas consecuencias de partir del sujeto y no hacerlo de la realidad, ¿podría enumerarlas sintéticamente?

La consecuencia más evidente de partir del sujeto, es decir, de que yo soy autónomo y me doy mi propia ley moral con independencia de lo real, es que se termina perdido en un laberinto de desesperanza porque todo es relativo. Y esto paraliza la acción, la preocupación por el otro, lleva a que el corazón se enfríe, se haga incapaz de reconocer y de captar si alguien solicita alguna ayuda. Tampoco, en este estado, se sabe recoger la donación de los demás.

De este modo, en el nivel social, se genera la pobre sociedad del espectáculo en la que las personas se convierten en refinados consumidores de ocio, en la expresión de Rof Carballo. Y, por supuesto, se incapacita al individuo para oír el rumor de lo divino en el que Zambrano cifraba la plenitud humana.

-La desconexión con la naturaleza de las cosas en algunos ámbitos conlleva una mayor autonomía del ser humano para elegir, por ejemplo, su sexo, al que se define como un hecho cultural, según la ideología de género, ¿qué consecuencias tiene esto?

Efectivamente, la desconexión de la ética con algo que no sea el propio yo conduce al mito del hombre nuevo, es decir a afirmar que en el ser humano no existe ninguna limitación excepto las que técnicamente resulten imposibles. Así, se afirma como un logro del progreso, el que la persona pueda elegir su sexo y se da carta de naturaleza a cualquier uso de la sexualidad desconectado de la afectividad o de la moralidad. Pero se llega entonces a la tiranía de los cuerpos, en la genial expresión de Octavio Paz, que incapacita a las personas para la verdadera donación afectivo-sexual.

El psiquiatra español Enrique Rojas ha señalado, en este sentido, que “la primera epidemia mundial que existe en la actualidad no son ni las drogas, ni el Sida, ni las depresiones, ni el estrés, sino las rupturas conyugales”. Esta es la consecuencia real de la banalización del sexo que se postula desde las instancias de género.

Y como consecuencia del dominio de esa perspectiva de género en los medios de comunicación, todo esto resulta como un nuevo totalitarismo, en el sentido riguroso en el que lo estudió Hannah Arendt. Y resulta inquietante, pero necesario, pensar como la filósofa alemana, que en un totalitarismo, las personas que no reaccionan resultan cómplices, colaboran con la banalidad del mal.

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