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¿Qué son los evangelios apócrifos?

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Inma Álvarez - publicado el 31/05/14
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¿Por qué hay narraciones de la vida de Jesús que no se aceptan como verdaderas? ¿Quién decidió que los evangelios “buenos” fueran solo cuatro? ¿Cómo se distinguen los evangelios verdaderos de los falsos?


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1. Los evangelios apócrifos son todos aquellos textos religiosos centrados en Jesús que fueron descartados por los cristianos de los primeros siglos, y que no se incluyeron en el elenco de los libros de la Biblia considerados por la Iglesia como auténticos e inspirados.

La palabra “apócrifo” deriva del griego y designa algo que está “oculto” o “escondido”. Al inicio el término fue utilizado para indicar aquellos escritos que revelaban “verdades” de tipo esotérico a “iniciados”. Sin embargo hoy, el término se usa para indicar en general los escritos sobre la vida de Jesús no aceptados por la Iglesia como inspirados por la Iglesia como inspirados por Dios ni como norma de fe, a diferencia de los Evangelios atribuidos a Mateo, Marcos, Lucas y Juan, y que se compusieron en la segunda mitad del siglo I. Estos últimos se llaman “canónicos” (de la “caña” usada para medir los límites) y trazan el perímetro de los textos sacros que entraron en el “Cánon” de la Biblia católica, es decir, el elenco oficial de los 73 libros (46 del Antiguo Testamento y 27 del Nuevo Testamento) fruto de un proceso de discernimiento iniciado dentro de la Iglesia en el siglo II y que prosiguió hasta el siglo IV, si bien el sello definitivo llegó con el Concilio de Trento en 1546.

Los evangelios apócrifos tienen algún parecido con los cuatro Evangelios canónicos pues presentan palabras, hechos ligados a la vida de Jesús, o narraciones más amplias sobre personajes ya presentes en los canónicos. Comenzaron a circular en el ámbito judío y cristiano a partir de la mitad del siglo II, como reflejo de tradiciones y temas populares, pero no se leían en las celebraciones litúrgicas en las primeras comunidades cristianas, ni gozaron de gran fortuna, como lo atestigua la escasez de códices existentes que nos dan noticias sobre ellos. No fueron aceptados porque se consideraban poco fiables, al haber sido compuestos en una época en la que ya habían desaparecido no sólo los Apóstoles y todos los testigos oculares de los acontecimientos ligados a la vida y la muerte de Jesús, sino también los discípulos directos de los apóstoles y los miembros de sus primeras comunidades.

2. Estos escritos se dividen básicamente en cuatro grupos: los mencionados por los antiguos escritores cristianos, por los que conocemos algo de su contenido, los fragmentos de papiro encontrados recientemente, los escritos que contienen detalles sobre la infancia etc. de Jesús, y los de tipo gnóstico, un movimiento herético de la antigüedad cristiana.

Algunos evangelios apócrifos, como el “Evangelio de los Hebreos”, solo lo conocemos por las noticias de los escritores eclesiásticos. Otros como el  “Evangelio de Pedro”, nos han llegado muy fragmentados, apenas algunos trozos de papiro, y no añaden prácticamente nada nuevo a los evangelios canónicos.

Otros, como el “Protoevangelio de Santiago”, el “Pseudo Mateo” o el “Pseudo Tomás”, narran datos de la vida de Jesús, de María o de san José que no aparecen en los evangelios canónicos.  Por ejemplo, del “Protovangelo de Santiago” conocemos la presencia del buey y la mula en la gruta de la Natividad, o el nombre de los padres de la Virgen, Joaquín y Ana. A menudo están llenos de detalles fantásticos o piadosos. Por ejemplo, en ellos se recoge la historia de la vara florida de san José, o el nombre de los tres reyes magos (Melchor, Gaspar y Baltasar), o los milagros que hacía el Niño Jesús, y fueron objeto de inspiración de leyendas y obras de arte durante la Edad Media. Un ejemplo de esto es el “Misterio de Elche”, en España (El Misterio de Elche es una representación teatral sobre la Dormición, Asunción y Coronación de la Virgen María, que tiene lugar cada año en agosto en la basílica de Santa María de Elche, de forma ininterrumpida desde la Edad Media, En 2001 fue declarada Patrimonio de la Humanidad).

El cuarto grupo de evangelios apócrifos son aquellos que ponen bajo la autoridad de algún apóstol doctrinas y contenidos extraños a la fe. Estuvieron relacionados con el gnosticismo, un movimiento filosófico-religioso que floreció sobre todo en el Norte de África, en los siglos segundo y tercero. La intención primaria de los gnósticos era validar su sistema de creencias, es decir, con sus escritos pretendían remontar el origen de sus creencias al mismísimo Cristo. Entre ellos destacan el Evangelio de María Magdalena, el evangelio de Tomás y el “Pistis Sophia”, entre otros.

De ellos hablaban muchos Santos Padres – nombre con el que se conoce a los principales escritores cristianos, por doctrina y santidad, desde san Clemente Romano (+ 101) hasta san Isidoro de Sevilla (560- 636) – para rebatirlos y combatir sus derivaciones gnósticas. La mayor parte de las veces, estos escritos narraban supuestas revelaciones de Jesús después de su resurrección, sobre el principio de la divinidad, la creación, el desprecio del cuerpo, etc.

3. Existen una cincuentena de apócrifos. Algunos se conocen desde la antigüedad. Otros son descubrimientos recientes, como los escritos de Nag Hammadi (1945).

Algunos expertos, atendiendo a su contenido, suelen clasificar los evangelios apócrifos en cuatro grupos:

– Evangelios de la infancia: narran el nacimiento de Jesús, o los milagros realizados durante su infancia.

– Evangelios de dichos: son colecciones de dichos y enseñanzas de Jesús sin un contexto narrativo. 
La mayor parte de ellos son gnósticos.

– Evangelios de la Pasión y Resurrección: intentan completar los relatos de la Muerte y Resurrección de Jesús.

– Diálogos del Resucitado: recogen enseñanzas del Resucitado a alguno de sus discípulos. Estos últimos son típicos de la literatura gnóstica.

Los apócrifos más conocidos son: evangelio de Pedro, el evangelio según Tomás, los evangelios de la Infancia de Tomás, el evangelio de Bartolomé, el evangelio de María Magdalena, el evangelio según los Hebreos, el evangelio de Taciano (o Diatessaron), el evangelio del Pseudo-Mateo, el evangelio Árabe de la Infancia, el evangelio de la Natividad de María, el evangelio de Felipe, el evangelio de Valentino (Pistis Sophia), el evangelio de Ammonio, el evangelio de la Venganza del Salvador (Vindicta Salvatoris), el evangelio de la Muerte de Pilatos (Mors Pilati), el evangelio según Judas Iscariote, y el protoevangelio de Santiago.

4. Algunos evangelios apócrifos eran conocidos desde la antigüedad. Otros han sido descubiertos recientemente, como es el caso de los Papiros de Oxirrinco, procedentes de la excavación arquelógica realizada por los ingleses S. P. Grenfell y S. Hunt en 1897, en la actual actual El-Bahnasa (Egipto).

El más importante acontecimiento reciente en el terreno de los escritos apócrifos se produjo con descubrimiento por parte de unos campesinos, en un pueblo egipcio llamado Nag Hammadi en diciembre de 1945, cerca de mil páginas en papiro: 53 textos divididos en códices, cuya antigüedad se remonta probablemente hacia el siglo IV d.C.

Los escritos contenían traducciones originales del griego al copto, que contienen evangelios apócrifos llamados de Tomás y Felipe, un “apocalipsis de Pablo”, tratados teológicos y palabras atribuidas a Jesús, de claro contenido gnóstico.

5. En ocasiones, los apócrifos proporcionan detalles que describen la sensibilidad de los cristianos de los primeros siglos o que confirman los datos contenidos en los evangelios canónicos.

Aunque no constituyen fuentes escriturísticas de primera mano, los evangelios apócrifos pueden ser útiles para confirmar algunos datos recogidos por los cuatro evangelistas. Por ejemplo, el “evangelio según los hebreos”, que según los expertos se remontaría a la primera mitad del siglo II. No tenemos ningún testimonio directo de él, sino sólo algunas frases recogidas por algunos ilustres hombres de la antigüedad, entre ellos Sofronio Eusebio Jerónimo, más conocido como san Jerónimo, que además de la célebre traducción latina de la Biblia del griego y del hebreo, compuso la obra De viris illustribus, es decir, una especie de diccionario biográfico dedicado a los hombres que se habían distinguido de algún modo en la antigüedad.

En esta obra, Jerónimo recoge en latín un pequeño pasaje del perdido evangelio según los hebreos, que probablemente había consultado varias veces en la biblioteca de Cesarea Maríttima fundada por Orígenes, una de las más ricas y renombradas del mundo antiguo, destruida por los árabes junto con la ciudad en el año 638: “Tras haber dado la Síndone al siervo del sacerdote, el Señor fue donde Santiago y se le apareció”. En este pasaje Jerónimo recoge la palabra sindon para traducir la homónima palabra griega que había empleado al traducir el Evangelio de Lucas (23,53), donde se habla del lienzo que había envuelto el cuerpo sin vida de Jesús. El “evangelio según los hebreos” tendría por tanto el mérito de atestiguar que, en la época de su composición, la Síndone se encontraba probablemente en Palestina, quizás en la misma Jerusalén.

A veces el valor de los apócrifos consiste en reflejar la mentalidad del ambiente en el que se originaron, y sobre todo la voluntad de la gente de llenar los vacíos dejados por la sobria descripción de los evangelios canónicos. Por ejemplo, el “evangelio de Pedro”, compuesto hacia mediados del siglo II, ofrece, aunque con detalles extraños, una descripción del momento preciso de la Resurrección de Cristo. El relato refleja la necesidad que tenía la gente, en particular los cristianos ligados a la figura de Pedro, de imaginar el momento que había cambiado para siempre sus vidas y que constituía el centro de su fe.

Para ampliar:Artículo de los Misioneros del Sagrado Corazón de Jesús sobre los descubrimientos de Nag Hammadi
Interesante artículo sobre los evangelios apócrifos, en la página Con el Papa
Detalles narrados por los "evangelios de la infancia"

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