Un mapa documentado y seguro para orientarse en el universo poco conocido de los fenómenos extraordinarios
Apariciones, visiones, éxtasis, estigmas: a menudo (en ocasiones gracias a los medios que cabalgan a veces la ola del sensacionalismo) algunos de estos términos nos resultan familiares. Pero hablar hoy de “fenómenos místicos cristianos” significa adentrarse en un territorio misterioso y fascinante marcado por la presencia extraordinaria de lo divino, en que, al mismo tiempo, se corre el riesgo de deslumbramientos y falsificaciones engañosas.
El término "fenómeno" es utilizado de manera trasversal: en la filosofía (Kant, Hegel, Husserl…), en la meteorología, con los fenómenos atmosféricos, asumiendo a veces un matiz de admiración, quizá incluso irónico, en las manifestaciones de entusiasmo por un atleta u otros personajes, considerados fenómenos,…
Pero si se vuelve a la raíz de la palabra, el sustantivo fenómeno deriva del griego phainòmenon, “aquello que se manifiesta” y que es, por lo tanto, observable a través de los sentidos.
El adjetivo místico, del griego mystikòs, se refiere a la dimensión de lo sagrado, a su experiencia directa, difícilmente comunicable y más allá de la esfera común de percepción y comprensión.
Finalmente, la precisión cristianos, para evitar allanamientos que podrían crear confusión limita la investigación en el campo de la fe cristiana, admitiendo al mismo tiempo que se puede hablar de fenómenos místicos también en otras experiencias religiosas.
Con el objetivo de ayudar a colocar los fenómenos individuales en el horizonte de la fe y de la espiritualidad cristiana, valorar los criterios que atestiguan la autenticidad y considerar la gracia que enriquece a la Iglesia, Àncora Editrice publica el Dizionario dei fenomeni mistici cristiani (Diccionario de los fenómenos místicos cristianos) a cargo de Luigi Borriello y Raffaele Di Muro.
Las 67 palabras del diccionario –escritas por estudiosos que, con un método riguroso, conjugan la teología espiritual y mística con la psicología y la medicina– representan un mapa documentado y seguro para orientarse, a la luz de la fe cristiana, en el universo poco conocido y velado de un halo de misterio de los fenómenos extraordinarios.
A título ilustrativo el libro presenta además una profundización de seis figuras emblemáticas de la mística cristiana precisamente en relación a los fenómenos místicos de que han sido expresión – san Francisco de Asís, santa Teresa de Ávila, san José de Cupertino, Luisa Piccarreta, san Pío de Pietrelcina y Natuzza Evolo – y toca también el tema de la problemática relación entre drogas y mística.
Un diccionario de los fenómenos místicos cristianos, pero ¿de qué se trata exactamente? El libro examina todos los hechos o eventos extraordinarios atestados por la experiencia cristiana, hayan sido percibidos sólo por el alma que los experimenta (locuciones, visiones, revelaciones…) o manifestados externamente y constatados por quien entra en contacto con las personas que muestran o llevan el signo (éxtasis, levitaciones, estigmas…).
Los fenómenos místicos son una realidad experimentada y experimentable en la Iglesia, no existe duda de su existencia; los que niegan la verdad, no siendo capaces de presentar elementos que sostengan sus propias tesis, actúan generalmente por prejuicio, que es la antítesis de la observación científica objetiva.
Partiendo de tales supuestos, permanece la exigencia de atribuir a tales fenómenos la interpretación correcta: verificada la autenticidad y habiendo examinado a las personas que los experimentan, el pasaje final lleva a preguntarse sobre qué significado asignarles según el diseño de Dios.
La premisa necesaria es, por lo tanto, la prueba de la autenticidad que varía según el género de fenómenos y las relativas posibles falsificaciones.
En particular, para los fenómenos interiores, las comprobaciones son buscadas en el ámbito del discernimiento espiritual, generalmente por expertos teólogos y directores espirituales, para cerciorarse si tales eventos son originados por el Espíritu de Dios o, por el contrario, por el engaño del demonio o de la misma persona que tiene la experiencia.
Sobre la base de los criterios de análisis que toman en cuenta tanto las condiciones generales de las personas que se consideran iluminadas por Dios, como de los efectos que los fenómenos producen en ellas es, de hecho, innegable que los fenómenos auténticos son decididamente más raros que los inauténticos.
Por quién o por qué son causados estos últimos, es objeto de análisis y discusión. La atribución al demonio de posibles engaños continuará siendo un problema de discernimiento en la Iglesia, como también el Papa Francisco a menudo y abiertamente subraya.
Ciertamente el desarrollo de la psicología y la psiquiatría ha reorientado la investigación hacia una nueva dirección, que lleva en sí, inevitablemente, una contraposición: quien no cree en el origen sobrenatural de los fenómenos místicos tiende a reducirlos a simples producciones –más o menos normales– de la psique.
Por el contrario, los autores creyentes usan los mismos elementos para verificar si los fenómenos pueden tener una explicación natural, de origen psíquico, para tener un criterio de discernimiento entre manifestaciones verdaderas o falsas.
El Diccionario parte de la base de que, consideradas las rigurosas verificaciones sobre su autenticidad, existen fenómenos místicos en la experiencia cristiana, en particular en la de los santos.
De este dato, de hecho, surgen inevitables interrogantes: ¿qué relación existe entre fenómenos místicos y santidad? ¿Cuál es su frecuencia y presencia en la vida de los santos? ¿Qué significado dar a tales fenómenos en el diseño de Dios?
Los dones extraordinarios dados por Dios a estas almas elegidas les ofrecen una particular luz y fuerza espiritual que difunden a su alrededor. Las almas perciben con gran claridad la obra de Dios y se sienten elevadas por la gracia que actúa totalmente por encima de sus capacidades naturales, siempre por el bien de la persona y de su pueblo.
Dios exige la fe en su palabra, pero no se trata, sin embargo, de una adhesión ciega a un “dios ignoto”, porque su luz está garantizada precisamente por la visibilidad de la acción de Dios en las personas que manifiestan los signos.