¿Cómo lidiar con esa derrota cuando el país alberga la Copa?
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Las victorias resaltan nuestras virtudes, potencialidades y capacidades. Pero, las derrotas construyen el carácter. Es necesario aprender a donarse completamente, dar lo mejor; pero saber lidiar con el éxito y las frustraciones. Si se es un ganador no es porque se gana siempre, sino porque se sabe lidiar y seguir adelante en medio del fracaso.
Brasil como sede de la Copa inició el mundial de forma tímida, con poca emoción de los brasileños, que preferían inversiones en infraestructuras del país a costear los gastos exorbitantes de un evento de esta magnitud. A pesar de eso, el juego más popular alcanzó su objetivo: unió a un país alrededor de un balón. Llegó incluso a “endiosar” a los convocados, que compusieron la selección. En el fondo del corazón de cada brasileño estaba la esperanza tímida, pero presente, de que Brasil podría añadir una sexta estrella.
La sede para la Copa y el orgullo brasileño de que se es imbatible en el fútbol está presente en nuestro país. Alemania paralizó los pasos “tímidos” rumbo a la sexta.
¿Cómo lidiar con esa derrota cuando el país alberga la Copa?
Algunos aspectos debemos reconocer: las derrotas existen y es necesario estar preparados para pasar por ellas. La diferencia entre quien gana y quien pierde está en la capacidad de tener la dignidad de saber perder. La derrota en este momento puede y debe ser una poderosa palanca para buscar ser siempre el mejor, de donarse completamente. La dignidad de la derrota está en comprender y admirar al adversario. Los sentimientos quedan mezclados: la rabia, la frustración, la impotencia…
Dos textos bíblicos me llaman la atención: el pastor que tiene cien ovejas y pierde una, deja a las demás y va al encuentro de la que se perdió (Lc 15, 4-6) y la de la mujer que tenía diez monedas y perdió una. Buscó, encontró y se alegró (Lc 15, 8-9).
En términos existenciales preguntamos: ¿qué es lo más importante que hemos perdido en nuestra vida? Todos hemos perdido algo o en alguna situación nos hemos sentido derrotados. La cuestión no es lo que perdimos en sí, sino cómo lidiamos con esas pérdidas. Tenemos la posibilidad de recorrer dos caminos: lamentar, culpar a los otros y sufrir el resto de la vida o encarar el problema, tratar la cuestión con serenidad y aprender con él.
Tanto en el campo como en la vida las pérdidas son inevitables y no se puede ganar siempre. Las pérdidas acompañan nuestra existencia: muerte, separaciones… Aprender a perder es un ejercicio para aprender a ganar. Como personas de fe no se puede perder el placer de vivir, las oportunidades, la dignidad , la fe y la esperanza. Si es necesario debemos acudir a las pérdidas de la vida porque lo que nos mueve es la certeza de que somos más que ganadores en Cristo. Nos queda la pregunta: “Pues, ¿quien es el que vence al mundo sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?” (1 Jn 5,5).
Artículo publicado originalmente en el blog Pensar Paralelo