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He visitado la Catedral de Sal de Zipaquirá innumerables veces. Es una experiencia que siempre me asombra. Todas las personas a las que he invitado a conocer esta obra de arte, arquitectura e ingeniería colombiana siempre han quedado maravilladas. Lo que se contempla dentro de la Catedral eleva el espíritu y por ello escribo.
La palabra Zipaquirá proviene del lenguaje muisca de los pobladores indígenas que se desarrollaron en la actual sabana cundiboyacense en el centro de Colombia. Esta palabra de ritmo musical significa tierra del Zipa, cacique indígena que gobernaba el lugar. Siglos atrás los muiscas explotaban uno de los minerales más preciados de la época: la sal.
La catedral actual es la segunda que se ha construido entre las minas de sal. Constituye una obra monumental que ha sido calificada como la principal maravilla de Colombia y obligada visita para cualquier persona que recorre esas lindas tierras.
La obra conjuga muy bien dos elementos que son profundamente humanos: el trabajo y la fe como también el esfuerzo físico y creativo del ser humano y su espíritu que busca elevar al hombre hacia lo más alto.
La catedral impacta fuertemente por su simpleza y grandiosidad. Toda ella invita al silencio, al recogimiento y la oración. Es grandiosa por la inmensidad y profundidad de socavones, columnas y paredes. Es simple por la llaneza de su diseño que permite la exaltación de la luz a través de la sal.
Desde los inicios de la explotación, los mineros quisieron expresar su fe en medio del riesgo y la aventura que supone todo trabajo de minería bajo tierra, en medio de la oscuridad y la ausencia del aire.
En primer lugar pidieron protección a nuestra Madre María y brotó naturalmente de ellos una devoción particular a la Virgen del Rosario de Guasá (socavón). A Ella le construyeron la primera capilla en donde podían encomendar sus vidas y las de sus familias implorando protección.
Con el paso de los años y el crecimiento de los socavones surgió la idea de construir la Catedral.
Se convocó un concurso de diseños. Sorprende el número de 44 diseños presentados. Resultó ganador el proyecto creado por el ingeniero colombiano Roswell Garavito Pearl a quien se le debe la obra actual. La catedral fue inaugurada en diciembre de 1995.
No me es difícil imaginar la vivencia interior de estos mineros que al calor del trabajo y del esfuerzo diario buscaban vivir sus creencias y devociones. Recios artesanos del cerro con manos inmensas encallecidas por las duras jornadas pero con el corazón profundamente sensible que como niños buscaban el cobijo de la Madre del Cielo bajo tierra.
Hace dos mil años fueron humildes pescadores los elegidos por el Señor, hoy fueron sencillos mineros quienes se convirtieron en la inspiración de una obra religiosa y cultural de impacto nacional e internacional.
La teología cristiana se hizo diseño y arquitectura. Caminar por la Catedral de Sal se convierte en una catequesis, evangelización viva de los fundamentos de la fe. Creación y pecado, reconciliación y santidad; vía crucis como camino de redención; los sacramentos, entre otros símbolos, están expresados de forma magistral.
Estos trabajadores imbuidos en la fe de la evangelización constituyente dejaron para Colombia y el mundo una obra monumental que refleja la capacidad del ser humano de relacionarse con Dios.
Demostraron de forma prístina que querían hacer de su lugar de trabajo un espacio sagrado en medio de su vida cotidiana atravesada de socavones. Dieron gloria al Creador de todo en medio de sus sudores y esfuerzos y por ello edificaron una maravilla que habla con inusitada fuerza de lo divino y lo humano en una obra que firmemente clavada en la tierra quiere ir hacia el cielo en actitud de encuentro.
De forma natural y espontánea estos hombres de fe nos han dejado un brillante de ejemplo de cómo evangelizar la cultura a través de una obra perenne que ha sido vista y será visitada por millones de personas. Todos ellos entraran en contacto con lo humano y lo divino en el ámbito de una Catedral de Sal bajo tierra.
Por José Alfredo Cabrera Guerra
Artículo publicado por el Centro de Estudios Católicos