O cómo la Revolución Francesa llevó a cabo el primer genocidio de la era moderna
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En medio de los fastos por el bicentenario de la Revolución Francesa encabezados en 1989 por el entonces presidente Francois Mitterrand, secundado por prácticamente la totalidad de la intelectualidad del momento, el periodista y escritor galo Reynald Secher, aguó la fiesta casi perfecta de homenaje sin fisuras, denunciando desde las páginas de su obra “Contribución al estudio del genocidio franco-francés: la Vendée vengada” lo que calificó como el primer genocidio de la era moderna: el asesinato masivo, por orden de los revolucionarios liberales instalados en París, del pueblo de la región de la Vendée, en el extremo noroeste de Francia.
Desde siempre se había admitido que la Revolución que derrocó a la monarquía, instauró la república y adoptó el liberalismo filosófico y político como doctrina, había recurrido a la violencia. La tétrica imagen de la guillotina como invento macabro para ejecutar en masa está, ciertamente, grabada en la mente de muchos. Pero esa violencia se había asociado, de modo automático, con cuestiones politicas. De repente aparece Secher y da otra versión radicalmente distinta acerca de los móviles de la represión militar que los revolucionarios ya en el poder enviaron a la Vendée, entre los años 1794 y 1795.
Secher, oriundo de la zona castigada, pese a haber sido condenado al exilio intelectual por muchos de sus pares, se convirtió en un éxito de ventas en un país demasiado acostumbrado a una versión oficial de la historia hasta entonces incuestionada. De alguna manera, Secher y su obra, demuestran que el revisionismo histórico no es patrimonio de los argentinos. El inconformismo intelectual daría sus frutos ya que no sólo fue un éxito comercial sino que mereció numerosos premios y, finalmente, en 2010 algunos diputados franceses, tomando como base la documentación de la obra, presentaron una moción para que la Asamblea Nacional reconociera que lo ocurrido en la Vendée se trató de un genocidio y que el Estado francés debería responder por ello.
Genocidio documentado
Como nos recuerda Vittorio Messori en “Leyendas negras de la Iglesia” Secher “fue a buscar una documentación que muchos consideraban ya perdida. En efecto, los archivos públicos habían sido diligentemente depurados, en la esperanza de que desaparecieran todas las pruebas de la masacre realizada en la Vendée por los ejércitos revolucionarios enviados desde París. Pero la historia, como se sabe, tiene sus astucias: así Secher descubrió que mucho material estaba a salvo, conservado, a escondidas, por particulares. Además pudo llegar a la documentación catastral oficial de las destrucciones materiales sufridas por la Vendée campesina y católica, levantada en armas contra los «sin Dios» jacobinos.”
Según la investigación, en el período 1794/1795, en un área de aproximadamente 10.000 km. cuadrados, se asesinó a 120.000 pobladores, fundamentalmente por permanecer fieles a la religión católica. Sería, en comparación con la actual población gala, como si hoy perecieran 8 millones de habitantes. Dada la masividad de víctimas, se reemplazó la guillotina por algo más eficaz: por órdenes recibidas directamente del Comité de “Salud Pública” de París, los oficiales revolucionarios subían a campesinos desarmados a lanchones para arrojarlos en medio del río Loira.
Añade Messori que “El término «genocidio», aplicado por Secher a la Vendée, ha desatado polémicas, por considerarse excesivo. En realidad el libro muestra, con la fuerza terrible de los documentos, que esa palabra es absolutamente adecuada: «destrucción de un pueblo», según la etimología. Esto querían «los amigos de la humanidad» en París: la orden era la de matar ante todo a las mujeres, por ser el «surco reproductor» de una raza que tenía que morir, porque no aceptaba la «Declaración de los derechos del hombre».
Lo que sacudió académicamente a Francia quizás no haya sido tanto la denuncia de Secher respecto del genocidio perpetrado contra el pueblo de una región apartada, sino en haber demostrado que ese hecho macabro obedeció a un móvil muy concreto cual fue el odio a la fe y, por otra parte, en atreverse a decir claramente lo que nadie quería escuchar: que incluso el alabado liberalismo político, colocado por los revolucionarios franceses en un altar pagano junto a la diosa Razón, podía ser responsable de un genocidio.
El pueblo como protagonista
Otro aspecto trascendente que surge de la lectura de la obra de Secher según interpreta Messori es que derribó el mito escolar según el cual el pueblo campesino habría tenido sólo un rol secundario en el levantamiento. El citado autor italiano afirma que “Según el esquema comúnmente aceptado, el oeste de Francia se sublevaría contra el París de los jacobinos, empujado por los aristócratas y el clero que querían mantener sus privilegios. Es una mistificación, desenmascarada ya desde hace algún tiempo, pero todavía presentada en los manuales de escuela, frente a la evidencia de los documentos: éstos demuestran, sin que pueda haber dudas, que la sublevación empezó desde abajo, desde el pueblo, que a menudo, con su iniciativa, arrolló los titubeos del clero y de los nobles (muchos de los cuales prefirieron huir al extranjero en lugar de asumir sus responsabilidades). Insurrección popular, pues, y no «política» -aunque acompañada de contradicciones y errores, como todo lo humano-, y ni siquiera «social», sino fundamentalmente religiosa, contra los intentos de descristianización que una minoría de feroces ideólogos realizaba en la capital.”
Como dice Alfredo Sáenz en su libro “La epopeya de la Vendée” en esa época turbulenta, incluso los términos del famoso lema “libertad, igualdad, fraternidad” podían significar cosas muy distintas según quién las pronunciara, y agrega: “Coexistían dos acepciones totalmente antagónicas de la libertad: la de los vandeanos, más obvia, más concreta, más radicada en la vida cotidiana, en las familias o en los consejos de parroquia elegidos por sus miembros; y la de los revolucionarios, una libertad más abstracta, más intelectual, la liberación de toda traba, de toda religación, aun cuando de hecho significara el aplastamiento de una serie de libertades bien concretas, en aras de otra serie, mucho menos real, de principios quiméricos.”
Se avecinaban los tiempos en que la persona, digna por ser criatura predilecta de Dios, dejaría paso al individuo, anónimo, aislado y por ende, más fácilmente manipulable.