Los cristianos hablan de un Dios de paz y de amor. Pero la Biblia está llena de guerras, matanzas e incluso genocidios que Dios parece aprobar. Incluso Dios se presenta como “guerrero”. ¿Cómo es posible esta contradicción?
1. La redacción de la Biblia se extiende a los últimos siglos antes de Jesucristo. Pero la historia de la que da testimonio se extiende dos milenios. Cuando se habla de la Biblia, hay que saber en qué momento de la Revelación se sitúa. Al principio de la Biblia, los primeros capítulos del libro del Génesis hablan de la Creación y de los orígenes de la humanidad: la violencia no tiene su origen en Dios.
Es un hecho: muchas páginas de la Biblia son extremadamente violentas: “Con odio colmado los odio”, dice el salmo 139, muy bello por cierto.
Esta violencia es uno de los obstáculos para la lectura del Antiguo Testamento.
También alimenta el rechazo a las religiones, en particular a las religiones monoteístas: la Biblia sería un manual de fanatismo que habrían heredado, más o menos, el cristianismo y el islam.
¿De dónde viene la violencia, según la Escritura? No viene de Dios. La Creación es un acto de poder, no de violencia.
El hombre tiene como misión, entre otras, poner orden en este mundo inacabado, imperfecto. Su dominio sobre el mundo creado tiene por objetivo que reine la paz.
Pero la serpiente, el Maligno, sugiere al hombre que comiendo del fruto prohibido se hará capaz de rivalizar con Dios.
Marido y mujer no se ayudan a resistir a la tentación. Al contrario, se arrastran el uno al otro. Se dejan engañar: es el pecado.
La primera consecuencia del pecado es la violencia. Sobre un fondo de rivalidad, Caín mata a Abel. Dios quiere parar el ciclo infernal de la violencia: protege a Caín. Pero esta se mantiene viva.
Y llega hasta tal punto que, dice la Escritura, Dios se arrepiente de haber creado al hombre. “La tierra está llena de violencia a causa de los hombres”, le dice a Noé.
¡Que la humanidad tenga un nuevo comienzo, a partir del único justo que Dios encuentra, Noé y su familia!
El diluvio engulle pecadores y pecados. Dios no se venga pero no puede dejar indefinidamente que se propaguen el mal, la injusticia, la violencia, el pecado.
Al final, como signo de una nueva alianza con la humanidad, Dios suspende en el cielo un arco que reúne a la humanidad de un extremo de la Tierra al otro.
El arco, arma de guerra, se convierte en símbolo de paz. Anuncia una inversión aún más radical: la muerte de Jesús en la cruz como fuente de salvación.
Por supuesto, estos primeros capítulos de la Biblia utilizan un lenguaje de imágenes. Pero sólo las mentes superficiales los tomarán a la ligera.
Ellos aclaran la situación del hombre, de todos los hombres, antes de que se inicie, con Abraham, la Historia de Israel.
2. Para darse a conocer a los hombres, Dios eligió a un hombre, Abraham, y a su descendencia. Cuando los israelitas se hacen numerosos en Egipto, el faraón es violento con ellos, especialmente haciendo matar a todos los recién nacidos de sexo masculino. Dios sale en defensa de su pueblo: esto es justicia.
Israel no ha nacido en la violencia. Ha nacido de una llamada: Dios llama a Abraham y le hace salir de su país para que se desplace, en nómada, con su familia y su ganado.
Él mismo es un hombre de paz. Intercede ante Dios a favor de Sodoma, ciudad gravemente pecadora.
En caso de conflicto por la utilización de un pozo en Beerseba, llega a una solución con su rival.
Concluye incluso una alianza con él. Es saludado por Melquisedec, rey de Shalem (Jerusalén), palabra que significa “paz”.
Pero si Abraham es más bien pacífico, ¿qué decir de Dios? Dios impidió a Abraham que le ofreciera a su hijo en sacrificio y esta prohibición permanecerá.
En Jerusalén, el valle de Gehena está maldito porque reyes impíos creyeron atraer los favores divinos sacrificando a sus hijos e hijas. Dios condena esto, en el profeta Jeremías, “lo cual yo no mandé” (Jeremías 7,31).
Pero Dios es también aquel que hace llover fuego sobre Sodoma y quien destruye la ciudad y a su población.
El cristiano recuerda que, en el Evangelio, dos discípulos querían un día hacer descender fuego sobre un pueblo que rechazaba recibirles y Jesús les reprende. Algunas versiones añaden: “No sabéis de qué espíritu sois”.
Cotejando estas dos escenas, es grande la tentación de oponer Antiguo y Nuevo Testamento y de rechazar el Antiguo que presentaría un rostro de Dios más odioso que deseable.
Sin embargo, aun cuando destruye Sodoma, Dios no cede a la arbitrariedad o a la desmedida: es toda la ciudad de Sodoma la que había pecado faltando a un deber humano fundamental: la hospitalidad. Dios no es violento: es justo y protege.
Unos siglos después, Abraham, en Egipto, sus descendientes, sufren violencia: son explotados y amenazados con ser exterminados.
Empieza entonces otra fase de la Historia sagrada. Dios va a salvar a los israelitas “con mano fuerte y brazo extendido”.
Bajo la conducción de Moisés, les hace salir de Egipto. Les defiende cuando son atacados. Les hace entrar en la Tierra prometida.
3. En un mundo de violencia, muy frecuentemente el pueblo de Israel se encuentra en estado de guerra. Lo que está en juego es su independencia nacional, pero también religiosa.
Dios escogió por tanto un pueblo que nunca será un imperio muy poderoso pero que entra forzosamente en competición con los poderes que lo rodean.
Estamos acostumbrados, al menos en nuestro suelo, a largos periodos de paz con nuestros vecinos. Pero esto no era así: la guerra era una actividad ordinaria.
Pensemos en la Edad Media. En la medida en que Dios se ha confiado a este pueblo, las guerras de Israel tienen un objetivo sagrado.
“Dios Todopoderoso” es el Señor de los ejércitos celestiales, es decir de los astros innumerables, pero también de los ejércitos de Israel que defienden su independencia religiosa.
Se mezcla también con otros pueblos corriendo el riesgo de adoptar también a sus dioses. En algunos casos, este deseo de pureza religiosa ha podido llevar a la aniquilación de una u otra población.
Pero parece que este tipo de conducta, poco frecuente, tuvo causas mucho más mundanas.
Es sobre todo el botín que está consagrado al anatema, es decir, ofrecido a Dios para que Israel no sea preso de la codicia de los bienes materiales.
Respecto a las instituciones de Israel, prevén la pena de muerte para un determinado número de faltas, pero se trata tanto de faltas sociales, como el homicidio o el adulterio, como de faltas propiamente religiosas: por ejemplo cuando alguien entrega a sus hijos a los ídolos.
Pero todo debe hacerse según el derecho, sobre la base de muchos testimonios, y el acusado debe tener la posibilidad de defenderse.
La “ley del talión”, “ojo por ojo, diente por diente” no es una llamada a la venganza, sino una limitación del castigo.
4. La violencia, al final, sólo hace víctimas. No se la vencerá con una violencia opuesta. Si la violencia viene del corazón del hombre, es el corazón del hombre el que la tiene que curar. La violencia sufrida debe transformarse en ofrenda. Es lo que ha hecho Cristo. Pero incluso después de veinte siglos de educación por parte de Dios, ningún contemporáneo de Jesús lo entendió. Nosotros mismos, ¿hemos entendido?
En su historia, Israel ha sido mucho más a menudo víctima de la violencia que autor de ella.
Por los profetas, Dios hace progresivamente descubrir a su pueblo que la violencia es ciertamente un callejón sin salida y que incluso el ejercicio de la fuerza no pondrá fin al pecado que está en el hombre. Lo importante es la conversión de los corazones.
El cambio total de perspectivas es anunciado por las profecías del Servidor de Dios: “Justificará mi Siervo a muchos y las culpas de ellos él soportará” (Isaías 53,11).
El cristiano reconoce en Jesucristo la realización de esta profecía.
La historia de la violencia en la Biblia es la historia de una educación. Es inútil negar la presencia de la violencia en nuestros corazones, en nuestra sociedad, en nuestro mundo.
Hay que, en primer lugar, regularla, impidiendo que invada todo el campo. También hay que saber que son posibles las regresiones: el siglo XX ha sido un siglo de extrema violencia.
Si hay odio, debe dirigirse a todas las formas del Mal: el rechazo de Dios, la falsedad, la injusticia, el desprecio a los demás, a su dignidad, a sus bienes.
Hay que odiar el pecado y amar al pecador.
Lo que el autor del salmo citado no podía entender: “Con odio colmado los odio”, lo que Jesús ha realizado perfectamente y que sus adversarios no han entendido. Y nosotros, ¿lo hemos entendido?