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¿Cómo tomar buenas decisiones?

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Centro de Estudios Católicos - publicado el 21/07/14
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Abrirse a las opiniones de los demás, no dejarse llevar por el estado de ánimo y otros consejos de oro

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Vivimos en un entorno de cambios constantes, información abundante y poco tiempo para procesarla. No basta leer la información, si ésta no es analizada, priorizada, e integrada a los aspectos fundamentales del plan organizacional o incluso al propio plan de vida, sustentado en la identidad, valores y misión que debemos cumplir.
 
Por ello, se hace necesario desarrollar la capacidad de discernir para poder distinguir lo esencial de lo accesorio, lo cual permitirá a la persona mantenerse enfocada en los principios, sin ceder a presiones o circunstancias externas.
 
El término discernimiento proviene del latín discernere, que significa: separar, reconocer, cernir.
 
El primer paso en el proceso es el diagnóstico que nos permite tener una clave de lectura apropiada y una toma de conciencia de los aspectos que están presentes tanto en el ámbito personal como organizativo.
 
Hay que evitar tomar decisiones basadas en estados anímicos o en la ley del gusto-disgusto: hacer lo que nos resulta agradable y dejar a un lado lo que es más costoso.
 
La precipitación o falta de reflexión es manifestación de una acción, que al dejarse llevar por los impulsos, carece del debido discernimiento.
 
En el campo laboral, esto implica preguntarse cuánto de lo que hacemos marca una real diferencia para la organización. No basta mantenerse ocupados, si se evaden tareas que son prioritarias para la institución o si se destinan esfuerzos innecesarios en trabajos que pueden ser delegados a terceros.
 
Para incrementar la calidad en la toma de decisiones es de gran utilidad cultivar la virtud de la humildad y docilidad para abrirse a las opiniones de los demás y hacer una opción fundamental por vivir en la verdad.
 
De esta forma evitaremos el peligro de relativizar situaciones para justificar el uso de métodos errados por razones erradas: “todo el mundo lo hace”, “lo que importa es que la intención era buena” y tantos otros argumentos que esconden falacias de pensamiento.
 
Para que las acciones den frutos permanentes deben brotar de un recto discernimiento fundamentado en la verdad. Apliquemos a nuestras vidas la conocida frase: “Por sus frutos, los conoceréis.”
 
Por Carlos Muñoz Gallardo
Artículo publicado originalmente por Centro de Estudios Católicos 

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