No hay que minimizar la importancia de este trastorno, pues puede ser causa de otros males
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La depresión es una enfermedad complicada, multifactorial y multicausal que involucra gran variedad de síntomas de características diferentes, perturbando el funcionamiento y equilibrio del adolescente. El daño es en todos los niveles de acción y relación: orgánico, conductual, emocional, cognitivo/intelectual y puede afectar cerebralmente a quien la padece. No se debe ignorar o minimizar, y menos en la adolescencia que se complica aún más por la vulnerabilidad propia de esta etapa. Los cambios y variadas necesidades de adaptación que sufren los chicos en esta etapa no ayudan en esta enfermedad tan compleja, aceptada ya como síndrome. Distinguir entre la inestabilidad propia de un adolecente y la enfermedad de la depresión es complicado.
Es importante distinguir entre las conductas habituales y las recientes, que no concuerdan con su forma natural de ser, por ejemplo: ya no le interesa lo que antes le apasionaba, le perdió el gusto; se vuelve insociable y problemático; las diversiones que disfrutaba ya no le llaman la atención o hasta le fastidian por un estado intenso de indiferencia. Un ámbito revelador es la escuela y sus actividades académicas. Ya no cumple igual con sus responsabilidades, no puede, tiene desgano y esto le preocupa o le angustia, aunque no lo demuestre o lo disimule. Ya no emprende proyectos o a todo le busca lo negativo.
La depresión se confunde con la flojera o desinterés, pero la diferencia con un adolecente realmente flojo, es que este busca pretextos para no hacer lo que debe, que al deprimido no se le ocurren.
Cuando el adolecente está enfermo de depresión, frecuentemente siente ganas de llorar, a veces llora a solas (sobre todo el varón) se aísla al no poder contener las lágrimas o llora cuando se va a la cama para que no lo vean sus padres. Al otro día, se siente muy cansado y sus actividades cotidianas, bañarse, vestirse y hasta peinarse le resultan abrumadoras.
La irritabilidad del adolecente deprimido va de leve a grave y se adhiere fuertemente a la rebeldía característica de su edad. Puede adoptar vestimentas diferentes y retar a sus padres, hacerse perforaciones, tatuajes sin autorización o tener amigos “raros”. Sus estados de ánimo son muy cambiantes y aparece lo inevitable, la consecuencia irremediable: el bajo rendimiento escolar.
Otro síntoma es la alteración del apetito que se manifiesta por la pérdida o el aumento del mismo. Muestran preferencia por cosas dulces y carbohidratos, comiendo ansiosamente y aumentando de peso; al engordar, se complica más, sobre todo en las chicas, por el resultado adverso a su imagen en un momento de su vida en el que esto, es muy importante. Aparece el rechazo que le causa tristeza o dolor, se confunde y solo ve resultados en su contra, se deprime más.
El sueño se altera, duerme mucho o poco, llegando hasta el insomnio, presenta despertares frecuentes en la madrugada, queda despierto hasta altas horas de la noche y en consecuencia al otro día en la mañana, le es imposible despertar, levantarse y dejar la cama. Vestirse ahora es agotador y tarda más de lo acostumbrado. En el día tendrá una sensación de fatiga, pesadez y desgano más notoria en las horas de la escuela, pues su ciclo de sueño ha cambiado y alterado su ritmo biológico. Por si fuera poco, se siente culpable al no cumplir con sus responsabilidades y le angustia, no comprende por qué se le dificulta concentrarse o razonar y se siente mentalmente atiborrado o fastidiado.
La capacidad de decisión también se afecta por su confusión persistente y cuando se acuerda de sus labores escolares pendientes, se preocupa o termina por desesperarse al no sentir la mínima energía para cumplir con ellas, y así empiezan los sentimientos de culpa recurrentes.
En el aula esta distraído, ausente, al estudiar para los exámenes olvida todo o casi todo porque sus funciones mentales están alteradas: memoria, atención, comprensión y concentración, impactando negativamente en su proceso de aprendizaje. Es una lucha constante porque la depresión afecta más por la mañana y se aligera por la tarde o noche y los padres no conocen estos cambios propios de la enfermedad, no la detectan a tiempo y se complica. La depresión es la única enfermedad que mejora al final del día.
El chico puede demostrar deseos de salir por la tarde o noche y los padres no lo perciben como parte de la enfermedad, lo que menos se imaginan es su enfermedad y llegan a pensar: “que casualidad, no se apuró con la tarea porque no tenía energía y ahora sí la tiene para salir”. Los padres lo confunden con manipulación, chantaje y hasta cinismo, perdiendo tiempo maravilloso sin acudir a los especialistas adecuados para su tratamiento.
En los padres está presente el mecanismo de la negación, es más tranquilizador para ellos declarar inexistente el problema, minimizarlo o atribuirlo a la irresponsabilidad, que reconocer y aceptar que su hijo tiene una enfermedad. Negándolo se sienten más tranquilos, y mientras, la depresión avanza y se complica.
Aparecen ahora frecuentes dolores de cabeza, insomnio más fuerte, fatiga crónica, alteraciones gastrointestinales o dolores varios, los ciclos de repetición de los procesos depresivos son imprevisibles.
Los padres deben de tener cuidado de no minimizar o negar síntomas y vigilar sus comentarios incomprensivos que enojarán o desesperarán más a su hijo, haciéndolo sentir incomprendido y más incapacitado. Se sentirá solo, abandonado, no querido, y esto puede llevarlo a optar por soluciones drásticas como el suicidio, que se da por la desesperación e impulsividad propias de la adolescencia.
Por María Martha Márquez Rojas. Artículo publicado por la revista Ser Persona