Los niños que no crecen en el calor de un hogar sólido y amoroso serán presa fácil de “falsos mesías”
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El dolor engendrado en el seno de la familia, las malas relaciones paterno-filiales, las dificultades económicas traducidas en pobreza extrema, la agresividad por parte de algún miembro del hogar trae consecuencias perjudiciales para quienes la conforman. Uno de los primeros anhelos escondidos y que se cuecen lentamente en el corazón es el de poder alcanzar una libertad y una vida nueva que permita cambiar todas las condiciones actuales que sólo generan desgracia para poder salir del hastío de vivir.
En este ambiente hostil los chicos y las chicas esperan oportunidades que les posibilite convertir en realidad aquellos cuentos de hadas que de seguro oyeron desde niños. Ellos, una vida de aventuras que los haga sentirse héroes, caballeros de armaduras o jeques de oriente con mujeres que les abaniquen permanentemente; ellas, el príncipe azul que toque delicadamente sus labios para hacerlas despertar de esa terrible pesadilla en la que sienten que viven sin poder nunca despertar.
Es en este punto donde ellas encuentran “aventureros” que matan dragones y conquistan doncellas para llevarlas al castillo de los sueños, chicos felices con sus vacíos del alma que llenan con interminables noches de distracción y alucinantes remedios que les hacen olvidar por un momento la miseria de sus vidas; y ellos, amigos libertadores que prometen una aventura donde la adrenalina se mezclará con la novedad para darle a la vida un toque de emoción y sentido.
Quien no ha experimentado la seguridad y la fuerza del amor de su familia fácilmente puede caer en las garras de quienes fungen de redentores. Sobre todo de esos que se presentan como el “mesías” afectivo de la vida, aquellos de quienes se llega a afirmar: “llegaste a darle sentido a todo lo que soy”. Pero el latente peligro de estos supuestos redentores está en que son más opresores que cualquier otro y sus grillos más pesados que aquellos de los que quieren liberarse. Con esos es fácil adquirir deudas impagables de afecto, parecen salvadores que nos han bajado de una cruz pero únicamente para clavar en otra mucho más grande y esclavizante.
“Errores no corrigen otros”, dice el adagio popular o “suele ser más peligrosa la cura que la enfermedad”, afirmaban nuestros abuelos. Padres con “hijos del dolor”, frustrados, amargados, hartos de vivir, que sólo son felices en sueños y que están dispuestos a extender la mano buscando la “salvación” en cualquiera que les sonría aunque sea socarronamente y les prometa sacarlos de su infierno para llevarlos a un paraíso que sigue estando en la imaginación de todos.
Únicamente la solidez del hogar, la fuerza del amor humano liberador, la confianza en los padres, la lucha denodada por ofrecer un amor que no deje deudas de ninguna clase, que permita a los padres morir sabiendo que ofrecieron a sus hijos la serenidad de una relación dignificante que no tiene necesidad de ser llenada con amores ficticios, redentores falsos y comerciantes de falsa libertad.
Pero además es necesario sobreponerse a los espejismos que engañan con facilidad y que nos hace llamar “oro” a todo lo que brilla, sólo porque nunca se ha llevado una prenda hecha de este metal. Para ofrecer libertad hay que ser libres, para ofrecer amor hay que amarse y para salvar hay que estar en situación de salvado. Nadie que se esté ahogando puede tender su mano a quien se ahoga como él. Es imprescindible entender que quien ayuda lo debe hacer por amor al otro y no por amor a sí mismo; que cuando rescata no ata y que cuando sana por un lado no inflige dolor por el otro.
La revisión de nuestra propia familia es lo que inicia este trabajo para evitar que los hijos caigan en manos de mercaderes de la esperanza; ayudarles a que tengan sentido de pertenencia y de responsabilidad con los miembros de la casa según su edad y rol. Que la pobreza sea sobrellevada por la fuerza del amor, que las verduras sean servidas con ternura y no carnes con rencor; que el salir de casa no sea el sueño de quien aspira a recuperar la libertad. Es importante no empujar a quienes amamos a los tentáculos de quien para sentirse poderoso necesita alimentarse del dominio que tiene sobre los demás.
Sigo afirmando que existe una sola persona en el universo que salva porque puede hacerlo, que sana porque es sano, que libera porque es libre y que ama no por amor a él sino por amor a nosotros. Que cuando pone en situación de redimido no lo hace para cargar otro yugo sino para hacer que vivamos la libertad en plenitud, porque para eso fue que nos liberó, para ser libres. Libres de nuestros afectos enfermizos, de nuestros apegos que matan, de nuestro deseo de figurar, de nuestro buen nombre, de nuestra imagen, de nuestras ansias de poder que nos hacen esclavos del poder, del inagotable deseo por poseer que engendra todos los males, de nosotros mismos.
Sí, sí, ya lo sé, lo he escuchado a muchos: “es una tontería, no vale la pena creer, que nos aliena, nos quita la libertad…que…que…que…” Pero ¿y si es verdad y te estás perdiendo la oportunidad? ¿No crees que vale la pena darle una oportunidad a él? Estoy seguro que sí. Dale la bienvenida a la roca que sustenta tu familia, dale la bienvenida a Jesús; con él descubrirás junto con tus hijos que no todo lo que brilla es oro.