Ya desde el tiempo de los Apóstoles, la familia fue vital en la existencia de la Iglesia
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En la Iglesia primitiva había dos clases de asambleas en las que participaban los cristianos:
“Acudían al Templo todos los días con perseverancia y con un mismo espíritu, partían el pan por las casas… Alababan a Dios y gozaban de la simpatía de todo el pueblo” (Hch 2, 46-47);
“Y no cesaban de enseñar y de anunciar la Buena Nueva de Cristo Jesús cada día en el Templo y por las casas” (Hch 5, 42).
La Vulgata (la traducción de la Biblia al latín realizada por san Jerónimo en la segunda mitad del siglo IV), al hablar de que el apóstol san Pablo con frecuencia saludaba a la Iglesia que se reunía en las casas utiliza la expresión “Iglesia doméstica”.
Se ve en su Carta a los Romanos (16,5): “Et domesticam Ecclesiam eorum… (y del mismo modo a la Iglesia que está en su casa -en la casa de los consortes Prisca o Priscila y Áquila)”.
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Por tanto para el Apóstol Pablo la casa es el lugar donde se reúne la comunidad eclesial, en la que reside la plenitud de la Iglesia.
“Desde sus orígenes el núcleo de la Iglesia estaba a menudo constituido por los que, ‘con toda su casa’ habían llegado a ser creyentes (Hch 18,18).
Cuando se convertían, deseaban también que se salvase ‘toda su casa’ (Hch 16,31). Estas familias convertidas eran islas de vida cristiana en un mundo no creyente” (CIC 1655).
La caridad, el testimonio cristiano de sus miembros, era un medio muy eficaz para extender el mensaje.
Ya en aquellos momentos iniciales la casa o pequeña porción de Iglesia, jugó un papel muy importante en la evangelización al constituirse en el centro de la vida eclesial y de la evangelización pues en ella eran acogidos los misioneros y se cultivaba la hospitalidad.
La familia cristiana es pues fermento de la Iglesia.
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¿Por qué a la familia le llaman “iglesia doméstica”?
La Iglesia es una gran familia, formada de familias. La Iglesia doméstica es el origen y está en la base de las famosas primeras comunidades cristianas y, en consecuencia, de la Iglesia.
La familia es una comunidad cristiana. Y los valores que en estas primeras comunidades se verificaban deben también verse en las Iglesias domésticas de hoy.
¿Cómo eran las primeras comunidades cristianas y/o qué deben tener las Iglesias domésticas de hoy?
Todos los miembros de la comunidad eran corresponsables los unos de los otros como los miembros del cuerpo humano (Rm 12,7-11).
Vivían en íntima comunión fraterna, con un sólo corazón y una sola alma (Hch 4,32). Se nutrían de la Palabra proclamada (Hch 2,42). Practicaban con asiduidad la oración comunitaria (Hch 2,42. 46).
Tenían claro que el Espíritu de Jesús era el alma de la comunidad, de quien procede la comunión y el impulso de vida (Hch 1,5).
Compartían fraternalmente el pan material y el Pan eucarístico (cfr. Hch 2,42.47). Practicaban el perdón y se llevaba a cabo con sinceridad y misericordia la corrección fraterna (Mt 18,15-35).
Estaban centrados en Jesús, el Señor resucitado (cfr. Mc 16,20; Mt 18,20). Tenían claro que era importante salir para acercarse a los pobres y más débiles, a predicar y ser testimonio de vida (Mt 18,4; Hch 4,33). Sabían que los diferentes dones son puestos al servicio de los demás (1Cor 12,1ss; Hch 20,35).
La Iglesia, en mayúsculas, ha hablado mucho de la familia como Iglesia doméstica. Para la muestra los siguientes botones:
“Los Padres de la Iglesia, en la tradición cristiana, han hablado de la familia como ‘Iglesia doméstica’, como ‘pequeña iglesia’. Se referían así a la civilización del amor como un posible sistema de vida y de convivencia humana. ‘Estar juntos’ como familia, ser los unos para los otros, crear un ámbito comunitario para la afirmación de cada hombre como tal, de ‘este’ hombre concreto.
A veces puede tratarse de personas con limitaciones físicas o psíquicas, de las cuales prefiere liberarse la sociedad llamada ‘progresista’. Incluso la familia puede llegar a comportarse como dicha sociedad. De hecho lo hace cuando se libra fácilmente de quien es anciano o está afectado por malformaciones o sufre enfermedades.
Se actúa así porque falta la fe en aquel Dios por el cual todos viven (Lc 20, 35) y están llamados a la plenitud de la vida” (Carta a las familias, 15. Del papa Juan Pablo II, año 1994).
En el Decreto Apostolicam Actuositatem del Concilio Vaticano II, sobre el apostolado de los seglares, la familia es presentada como “santuario doméstico de la Iglesia” (11).
El papa Pablo VI con frecuencia se refirió a la familia cristiana como Iglesia doméstica. Por ejemplo en su exhortación apostólica Marialis Cultus (2-2-1974) dice:
“La familia cristiana se presenta como una iglesia doméstica…si elevan en común plegarias suplicantes a Dios; porque si fallase este elemento, faltaría el carácter mismo de familia como Iglesia doméstica” (52).
Ahora bien, “Cristo quiso nacer y crecer en el seno de la Sagrada Familia de José y de María. La Iglesia no es otra cosa que la ‘familia de Dios’” (CIC 1655).
“El hogar cristiano es el lugar en que los hijos de Dios reciben el primer anuncio de la fe. Por eso la casa familiar es llamada justamente ‘Iglesia doméstica’, comunidad de gracia y de oración, escuela de virtudes humanas y de caridad cristiana” (CIC 1666).
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El Concilio Vaticano II en su documento Lumen Gentium, en el numero 11, recupera la expresión y también llama a la familia Ecclesia domestica, en la que los padres son los primeros anunciadores de la fe para los hijos.
“La familia cristiana constituye una revelación y una actuación específicas de la comunión eclesial; por eso puede y debe decirse Iglesia doméstica (Juan Pablo II, exhortación apostólica Familiaris consortio, 21). Es una comunidad de fe, esperanza y caridad, posee en la Iglesia una importancia singular como aparece en el nuevo testamento (Ef 5, 21-6,4; Col 3, 18-21; 1 P 3,1-7)” (CIC, 2204).
“La familia cristiana es el primer ámbito para la educación en la oración. Fundada en el sacramento del matrimonio, es la ‘Iglesia doméstica’ donde los hijos de Dios aprenden a orar ‘como Iglesia’ y a perseverar en la oración” (CIC, 2685).
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En la Iglesia pues se suele identificar a la familia cristiana católica como “Iglesia doméstica”. Esta idea es desarrollada por Juan Pablo II en el número 49 de su encíclica Familiaris Consortio, denominándola “Iglesia en miniatura”.
Es decir que a la familia se le identifica como verdadera Iglesia y como parte del cuerpo de Cristo que formamos todos los creyentes.
En ella han de verse los signos del Evangelio, marcando toda su vida y la estrecha relación entre sus miembros, puesto que el cristianismo no es una filosofía, sino una nueva forma de vivir y de ser en virtud de que el cristiano es engendrado de lo alto.
Y la familia no es solamente el “grupo primario” de cualquier sociedad, como afirman los sociólogos, sino que también, como se suele decir, es su célula y su corazón y al mismo tiempo es la Iglesia en su mínima expresión.
Pero muchas veces la reflexión sobre la familia como “Iglesia doméstica” se queda reducida al mero hecho de cumplir con requisitos para la práctica de los sacramentos, las leyes y normas que dicta la Iglesia, cuando es algo más que eso. Es decir, no cualquier familia es Iglesia doméstica.
La familia no es Iglesia doméstica sólo porque el matrimonio esté casado por la Iglesia, o porque la familia practique los sacramentos o porque vaya a misa los domingos; es por esto y por mucho más.
Jesús, en compañía de María y José, se dedicó a llevar la palabra de su Padre a todos los hombres; así, la familia cristiana o la Iglesia doméstica tiene la tarea de seguir los pasos de la Sagrada Familia de Nazaret e imitarla.
La Iglesia doméstica tiene, de esta manera, la misión de evangelizar ad intra y ad extra, será para todos testimonio del amor de Dios, vivirá los valores cristianos, será educadora en un ambiente de oración, colaborará y participará en la vida de otra familia más grande: la comunidad parroquial a favor de la evangelización en la caridad y/o acción social y recibirá ayuda de la comunidad eclesial, por ejemplo, con las catequesis.
La familia es la principal fuente de socialización, la red protectora y amortiguadora de situaciones críticas y tensionantes. La familia es el mayor lugar educativo de comportamientos y valores, al ser el primer espacio temporal de convivencia.
También es el contexto natural donde se produce el encuentro intergeneracional, decisivo para el desarrollo como personas y para el enriquecimiento mutuo.
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La familia es la institución que prepara al ser humano para adaptarse a la sociedad transmitiéndole normas. Ahí es donde se dan las relaciones de cariño, que favorecen el desarrollo de la vida y proporcionan seguridad emocional.
El tipo de relaciones que mantenga un niño con los demás siempre estará marcado por el modelo vivido en casa.
Cuando el ambiente familiar es frustrante o difícil, los hijos buscarán fuera relaciones que mantengan valores opuestos a los que ve, pudiendo entrar en grupos anómalos.
La adaptación a la escuela es más rápida y más convincente para los niños que prolongan y reflejan en sí mismos los valores que tiene y vive su familia.
Los niños que son apoyados, valorados y tratados con sincero cariño en la familia se sienten más seguros en su institución educativa, influyendo positivamente en su proceso de aprendizaje.
En las familias donde se viva la fe, donde haya manifestaciones de afecto, de aceptación incondicional y potenciación de la autonomía, los hijos se sienten seguros y confiados para seguir adelante.
Por el contrario los hijos que crecen en un ambiente familiar desordenado, inestable y mal formado, tendrán deficiencias psicológicas, afectivas, emocionales, intelectuales y sociales que saldrán a flote tarde o temprano.
En la familia el ser humano aprende a desafiar los retos, a asumir responsabilidades, a encontrar las bases para afrontar el futuro, convirtiéndose incluso en un referente que pueda dar sentido a la vida de otras personas y familias de la sociedad en que vive.
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