Pilar Cabañas, profesora de Historia del Arte de la UCM, señala la pasión del pintor catalán por los místicos
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En Miró, “hubo siempre una lucecita que le impulsaba a ir más allá, a no estancarse”, subraya Cabañas, que ha publicado recientemente Miró. El camino del arte (ediciones Encuentro). “Camino de perfección”, destaca la profesora, apuntalado en la ascética continua del artista catalán para renunciar “a sí mismo y a lo aprendido”, porque concebía el arte “como un don recibido, como una vocación y una facultad de esparcir semillas que hagan mejores a los hombres”.
Todo lo contrario a Picasso, según aparece en el libro, a quién Miró acusó “de falta de dignidad humana” y a sus obras de “volverse débiles y vacías con el tiempo”.
-¿Qué le fascinó de Joan Miró para escribir sobre él?
Su perseverancia y, por otro lado, la profundidad con la que se planteaba su creación, que te hace descubrir que los artistas no son nada banales, como mucha gente piensa, y más en torno a Miró del que siempre oyes comentarios de que lo que hace lo haría cualquiera. Me pregunté cómo podía ser criticado o minusvalorado alguien de tanta profundidad por el gran público, por lo que decidí dar a conocer la hondura de sus planteamientos creativos.
Como historiadores del arte, nos limitamos muchas veces a catalogar las obras, cuándo se hizo, quién la tiene, cuánto costó, el contexto sociopolítico del momento… Sobre Miró se ha publicado mucho ordenado cronológicamente, pero nadie se había parado a analizarlo temáticamente. Lo que me pareció interesante fue mostrar la coherencia de su trayectoria, sobre todo porque Miró me había parecido un modelo de artista.
-¿Puede explicar más esto último?
Miró -también cuando era un ancianito- seguía teniendo una gran fuerza creativa. Cuando llegas a la vejez, es normal que te hagas conservador; lo vemos en creadores actuales que encontraron su estilo y las claves con que les pueden reconocer el público y las galerías de arte. Y, entonces, se relajan. Pero en Miró no es así.
Si hiciéramos una gráfica de su trayectoria, la veríamos siempre ascendente, aunque tuviera sus “noches oscuras”, como todo el mundo, pero hubo siempre en él esa lucecita que le impulsaba a ir más allá, a no estancarse, a renunciar a sí mismo y a lo aprendido (en una época, se planteó quemar sus obras).
-Subtitula su homenaje a Miró con “El camino del arte”, ¿puede incidir en esto?
En él se aprecia muy claramente por los testimonios que han quedado (no así en artistas de otros siglos) que consiguió aunar vida y arte como una experiencia que se retroalimenta. Esto nos hace ver que el camino del arte es un camino de perfección, porque considera que debe abandonar lo aprendido, ya que percibe que no puede ir más allá, del mismo modo que cada uno encuentra una serie de límites en su vida personal que le impiden progresar en su camino profesional o en el personal.
¡Cuantas veces tienes que saltar al vacío!, como Miró lo hizo, ya que es muy fácil pararse en lo sabido. Pero cuando la vida te pide algo más, es más difícil hacerlo, porque conlleva un riesgo de no encontrar algo que te ayude a seguir adelante. Miró se planteaba –está recogido en el libro- qué es lo que se diría de su arte en el futuro.
A él no le interesó que dijeran que rompió esquemas o que dispuso de una mano genial, sino que hubiera ayudado a liberar al espíritu de los hombres, de modo que estos pudieran superar sus prejuicios y renovarse.
Se habla muchas veces de la función social del arte y se piensa en la denuncia y la reivindicación. En cambio, Miró aborda el núcleo esencial de la función social del arte: que el hombre encuentre su plenitud. Después puede intentar áreas más estéticas, económicas, pedagógicas, docentes…, pero lo esencial del arte es dar dignidad al hombre.
Parece muy abstracto, pero resulta evidente en experiencias concretas, por ejemplo, cuando te encuentras mejor a la salida de un concierto que te ha impactado. Hay vivencias que haces delante de una obra de arte que te conmueven porque te invitan a una actitud más positiva o a un cambio, a una esperanza.
-“El camino de perfección” que le gustaba tanto a Miró de una de sus autoras preferidas, santa Teresa.
Efectivamente. Te preguntas por qué tantos artistas contemporáneos se fijan en ella o en san Juan de la Cruz, si ni siquiera son creyentes muchos de ellos. Te das cuenta de que la experiencia que narra san Juan de la Cruz está muy cerca de la experiencia de la creación artística y quizá esa proximidad hace que sean tan admirados los místicos.
-Retomando la sencillez aparente con que Miró postula sus formas, ¿basta con que te gusten para que valores sus obras?
En el arte contemporáneo, hemos pasado de algo que tienes que entender a algo que solo tienes que sentir y experimentar, pero hay un término medio. Desde pequeños nos educan a no dejar en cualquier lado los zapatos, a doblar la ropa e ir aseado por respeto a los demás, pero no nos educan en la sensibilidad artística.
Cuando le dices a un niño en el parque que hay que compartir, le estás dando unas claves. Es igual para el arte: si no das pautas a los niños (habrá extraordinariamente que alguien las tenga de modo natural) sobre el color, la forma, la sensibilidad artística…, tan presente, por ejemplo, en la cultura asiática, les estamos negando una gran riqueza.
-Entonces una persona de cincuenta años que no haya tenido una mínima formación artística es difícil que entienda el arte contemporáneo.
Efectivamente, hay un aspecto que tiene que ver con que te guste una obra, aunque no la entiendas, pero no puedes alcanzar mayor profundidad si no dispones de una formación artística, por ejemplo, en unas determinadas pinceladas o una composición. El ejemplo lo tengo con mis hijos, ¡que no los metes en un museo ni a rastras!
Por ejemplo, ¿por qué los niños disfrutan con la plástica hasta los diez años y luego la abandonan? Si a esos niños les dejas volar con su imaginación y les sigues animando a experimentar con colores conseguirías que avanzaran. En cambio, lo que cuenta primeramente son las matemáticas y el inglés. De este modo, les decimos que eso es lo importante. Estamos abocados, con este sistema educativo, a que no valoren el patrimonio artístico que tenemos cuando lleguen a dirigir la sociedad.
-Miró decía de Picasso que sus obras se vuelven débiles y vacías con el tiempo y le acusó de falta de dignidad humana.
Picasso frivoliza con su genialidad. En cambio, Miró, con las dificultades que tuvo –su espíritu iba por delante de sus capacidades- es lo contrario: tenía un gran compromiso con su vocación artística y una gran fe sobre la función del arte. En cambio, yo no he encontrado ese compromiso tan profundo de Picasso con el arte. En él, siempre hay un reto por ser el primero, por ser el más avanzado, por demostrar su genialidad y por estar en el mercado. En Miró no es tan acuciante esa necesidad de buscar el aplauso.
Personalmente no he conseguido ver en Picasso ese compromiso del arte con un don recibido, como una vocación, cosa que sí tenía Miró que concebía el arte y su labor como poseedores de una capacidad de esparcir semillas que hagan mejores a los hombres. El artista malagueño es un rompedor porque ha hecho añicos los esquemas del arte, y esto hay que agradecérselo, ya que ha ayudado a avanzar la belleza. Pero se enreda frecuentemente en un torbellino que le lleva a la autocomplacencia. Creo que buena parte de sus obras no deberían estar en los museos.
-En su libro refiere, con textos de Miró, su espiritualidad y el impacto que le provocaban la naturaleza y las cosas. Pareciese que buscaba la esencia de todo lo que le rodeaba.
Era un hombre muy sencillo y humilde, virtudes, al menos para mí, que hacen que una persona sea capaz de dejarse sorprender por la realidad y, con ello, mantener la inocencia. Esto lo percibimos en buena parte de su obra.
-Él dice que el artista “debe estar dispuesto a trabajar en la mayor indiferencia y oscuridad”
Ya en su primera época, cuando pinta las espigas y los insectos, él habla de cómo entrar en esa espiga y, al estilo de los pintores chinos, no quedarse en la superficie. Ellos consideran que para pintar un bambú tienes que convertirte en bambú. La ingenuidad con la que está planteada La masía (1920-1922), con las lagartijas, gallos y esos animales, procede de este planteamiento: de comprender hasta el fondo cada uno de los elementos. Este modo de abordar la realidad, simplificando la esencia de estos elementos, le lleva a la abstracción.
-Él reconoce que no tenía mano para el dibujo.
Así es, por lo que es admirable y tuvo mayor mérito conseguir sacar de dentro este raudal de sensibilidad. Conviene plantearte con realismo cuáles son tus aptitudes. Es como el joven Daniel Stix, deportista discapacitado que sale en el anuncio de Cola-Cao y se atreve con todo. En cambio, Picasso lo tenía todo.
En este sentido, cuando Chillida vino a estudiar a Madrid y todo el mundo le alababa por lo bien que dibujaba, él se preguntaba en la soledad que no podía ser arte aquello que era tan fácil para él. Al siguiente día cambió de mano y empezó a dibujar con la izquierda, con el objetivo de que ésta fuera por detrás de su cabeza, de sus ideas.
-Miró tuvo escaso reconocimiento en España durante el franquismo.
Hay artistas que se exiliaron tras la Guerra Civil, pero él sufrió “el exilio interior”, que llamamos los historiadores. Él se queda aquí, pero no participa de nada del Régimen. De hecho es cuando Franco está a punto de morir, el momento en el que le ofrecen hacer una retrospectiva en el Museo de Arte Contemporáneo, cuando era una figura absolutamente consagrada en el panorama internacional. Sí participa en muestras en Barcelona, como en la del Colegio de Arquitectos. Se recluye entre Mallorca, Barcelona, París y Estados Unidos, por lo que su actividad discurre más fuera que dentro.
-En sus escritos, el artista catalán alude a Dios y a la “necesidad de descubrir la esencia religiosa” para “no añadir nuevas fuentes de embrutecimiento que se ofrecen hoy a los pueblos”.
Hay muchas referencias a Dios en sus escritos de joven, pero menos en los posteriores. Lo que sabemos, por testimonios, es que acompañaba a su mujer a Misa.