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Chesterton, un peso ligero

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Ignacio Pérez Tormo - publicado el 04/02/15
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El escritor que explicó la Alegría del Cristianismo con originales metáforas

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G. K. Chesterton tras su éxito con El hombre que fue jueves (1908) comenzó a mostrar en sus artículos de prensa una simpatía hacia la Iglesia de Roma. Por esto fue criticado por algunas personalidades de la cultura de Londres. La respuesta del escritor no se hizo esperar y llevó por título Ortodoxia (1908). Se trata de un ensayo en el que afirma la Alegría del Cristianismo, contestando cada objeción de estas personas, tan influidas por los filósofos paganos. De ahí que en atención a sus destinatarios, comience por las leyes físicas.

Una piedra cae porque es dura. De igual forma los antiguos reyes que trataban con solemnidad sus asuntos, cargados de pesadas joyas, como anillos o pendientes, pesaban demasiado para ser elevados. Los que se elevan con facilidad son los pájaros. Estos para volar tienen su fortaleza en su  fragilidad, siguiendo toda ley universal.

Sube como un globo

Esta Ley incluso puede ser divertida. Así el Salmo que reza “Oh montes, ¿por qué saltasteis como carneros,/ Y vosotros, collados, como corderitos?”, según Chesterton, es el más divertido de la Biblia, porque es el modo como alegremente brincamos los hombres.

Y para saber cómo lo hacemos, debemos imaginarnos un globo con el que juegan los niños. Es similar por su movimiento: el globo cae, bota, se eleva, rebota. Y también por su forma, que a Chesterton le recuerda la de un niño rellenito, a un peso ligero. Y sentirnos livianos nos permite dar un paso más.

Nos lleva a buscar el bienestar del otro

Chesterton buscó llegar al corazón de la gente a través del humor. Lo practicaba como si fuera un deporte. Lo utilizó asimismo como instrumento narrativo, quizá el más implacable, para transmitir el mensaje que deseaba comunicar. Aunque son inseparables sus ironías de su mensaje, trataremos de ilustrarlo con algunas tomadas de Cómo escribir relatos policíacos (2011), obra que reúne artículos diversos.
                 
En uno de ellos, intenta disuadir a los escritores de novelas de crímenes de ejercitarse con sus esposas. El motivo, según Chesterton, es que asesinar les distraería de escribir; y ser asesinado interrumpiría gravemente su carrera literaria. Con más seriedad, les interpelaba a dar fe de que en ocasiones el alma humana se implica, a solas con Dios, bien por el corazón o bien por el odio. Es la gran opción de la novela de detectives, de la que él además era aficionado.
                 
Por esto las separaba de otro género según el número: “Una novela de detectives describe por lo general a seis personas vivas que discuten sobre cómo pudo morir alguien. Un libro de filosofía moderna describe por lo general a seis muertos discutiendo cómo es posible que alguien siga con vida”. Y en los finales de las de detectives, habitualmente no se suele ahorcar al culpable.
                 
Entonces el criminal pasa a sentirse perdonado. Y una maquinaria del perdón, la única que la tiene es la Iglesia. De ahí que donde está la Alegría, allí hay perdón. Y el perdón en Chesterton es un tema vivo, un símbolo activo, que lo conecta con otros, como el del sentido del humor. Y el suyo, a Chesterton le mantenía alejado de la seriedad.
                 
Aunque no esté en el Catecismo, la seriedad es un verdadero vicio
           
Esta según Chesterton, es un mal hábito en que caemos fácilmente, casi sin esforzarnos, pues su tendencia es cuesta abajo. De hecho fue Satanás, el que “cayó por la fuerza de la seriedad”. Pero después de esta caída, gracias a Dios, empezó todo.
                 
Entonces el Evangelio, el escrito en el que Dios se nos da a conocer, oculta alguna cosa de Él. Su sentimientos se detallan completamente, salvo en un aspecto.

                 
No se trata de que Jesús reprima sus emociones. De hecho el Evangelio muestra como derramó sus lágrimas sobre Jerusalén.
                 
También relata cómo derribó las mesas por la escalinata del Templo y preguntó a los hombres cómo esperaban librarse de la condenación del infierno. Por tanto, no es esta la emoción que nos oculta.
                 
Se trata de una para la que no hemos sido preparados:
                 
“Había algo que constantemente ocultó con un silencio repentino, o con un impetuoso aislamiento. Cuando caminó sobre nuestra tierra, había en Él algo demasiado grande para que Dios nos lo mostrara; y algunas veces imaginé que era Su Alegría.”
                 
Este párrafo expresa una exageración, muy típico en nuestro escritor. De ahí que debamos cotejarlo con un marco más vital. En este momento de su vida, había descubierto la Alegría como “el secreto gigantesco del Cristianismo”.
                 
Un verdadero secreto, pues los filósofos paganos, de donde él procedía, desconocían el lugar donde buscarla. Aunque la ignoraran, les reportaba su pequeña publicidad, pues la ofrecían sin poseerla, como un soborno a las almas. Y la suya la había encontrado y quería comunicarla. La respuesta final de Chesterton a todas las objeciones era la Alegría.            

 

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