Escribí en la palma de mi mano estas palabras: “No temas. Yo estoy contigo” y elegí confiarVine a ver a Jesús por un problema muy serio. Y no sabía cómo resolverlo. Cuando atraviesas una dificultad muy grande, sueles mirar al cielo y buscar a Dios.
Aproveché que la misa aún no comenzaba y entré a charlar con Él en este bello oratorio, donde todo es paz y serenidad.
En este silencio me di cuenta que vine a pedirle favores, no para decirle que lo amaba.
No estaba bien. Quería verlo porque lo extraño, porque me encanta sentir su presencia amorosa y recé con todo el corazón:
“Que me acerque a Ti, Señor, por amor.
No porque sufro.
O por un problema.
O por esta angustia que me come el alma.
O por una necesidad.
O un favor.
O una enfermedad.
Que te busque porque te amo.
Porque eres mi amigo.
Enséñame a confiar,
para dejar en tus manos mis problemas.
Que pueda amar, para amarte en verdad,
como Tú mereces,
con un amor puro y desinteresado.
Es la gracia que te pido”.
Entonces ocurrió algo inesperado, sorprendente. Sentí una dulce voz interior que me consolaba: “No temas“, me decía, “Yo estoy contigo”.
La misa empezó. En medio de la homilía me acordé de esas palabras y las escribí en la palma de mi mano, para tenerlas presentes todo el día.
“No temas. Yo estoy contigo”.
Al terminar de escribirlas, levanté la mirada y el sacerdote dijo:
“No temas”, te dice Dios. “Él está contigo”.
Lo miré sorprendido y continuó:
“No puede haber cristiano sin cruz. Pero esa cruz tan pesada, solos no podemos llevarla. Pídele a Jesús que te ayude y tu cruz será liviana y llevadera”.
Fue asombroso. Cuánta paz experimenté en ese momento.
Recuperé la serenidad. La certeza de saber que Jesús estaba conmigo. Entonces tomé una importante resolución: “Entre la incertidumbre y la confianza, elijo confiar. Confiaré a pesar de todo. Que se haga en mí Tu santa voluntad. Señor”.
Ese gesto de abandono hizo la gran diferencia. Salí de misa tranquilo, feliz. Los problemas se solucionaron. Y lo mejor de todo, ocurrió hoy: He venido a ver a Jesús, por amor.