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Señor, cuando me siento ciego y sin luz
para comprender lo que debo hacer yo
o sugerírselo a los demás,
vienen a mis labios las palabras
del ciego del Evangelio:
“Señor, que vea”.
Dame, sobre todo, sensibilidad
y prontitud para escuchar,
para que pueda oírte
cuando llamas a mi puerta:
“Mira que estoy a la puerta y llamo”.
A veces, Señor, me encuentro
interiormente tan pobre,
tan sucio, tan lleno de heridas.
Extiéndeme tu mano,
como hiciste
con el leproso del Evangelio:
“Si quieres puedes limpiarme”.
Danos tu fuerza
para cumplir nuestra misión,
la misma fuerza
que diste a los apóstoles,
cuando los llamaste para seguirte,
la que diste a Mateo
cuando le dijiste: “Sígueme.
Y él se levantó y le siguió”.
Siguiendo el consejo
de tu Madre en Caná:
“Hagan lo que Él les diga”,
estamos ciertos de que,
si acogemos tus palabras,
tu fuerza todopoderosa
no sólo cambiará el agua en vino,
sino que hará
de nuestros corazones de piedra
corazones de carne.
Por eso te pedimos:
“Ayuda mi falta de fe”.
Por el Padre Arrupe sj
Artículo originalmente publicado por Oleada Joven