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Algunos directores de cine están, como también tantos otros artistas visuales, movidos por la intención de hacer que lo pensado se haga patentemente visible.
Kurosawa es, quizá, una de las encarnaciones de esta pulsión. Habiendo sido él mismo, además, pintor, sus películas están hechas con una paleta viva y generosa, y sus últimos proyectos fueron, in crescendo, cada vez más –digámoslo así- plásticos, como haciendo, de la película, lienzo.
El largometraje al que pertenece este corto, Sueños, es uno de sus últimos filmes. Rodado en 1990, significó un alejamiento de sus clásicas narrativas épicas, en pos de una fragmentación de la historia en ocho breves viñetas, basadas en ocho sueños recurrentes del autor, que siguen –como los sueños- su propia lógica interna.
Este es el único episodio en toda la película que no se sucede en japonés: el marcado acento neoyorquino de Scorsese, quien da al estudiante que le visita una lección sobre la belleza natural, se suma a una breve, previa conversación en francés. De acuerdo al artículo publicado en inglés en Open Culture, algunos han querido ver en esta escena una confesión de parte de Kurosawa, quien habría visto en Scorsese a un maestro de la talla del pintor holandés.