Estamos demasiado acostumbrados a hablar, hablar y hablar en la oraciónHay quien, al orar, se persigna como si marcara el número telefónico del cielo, luego se pone a pedir todo lo que necesita, o bien a leer metódicamente oraciones impresas en hojitas, cuadernitos, o libritos, y cuando termina se persigna como si colgara el auricular y se va, satisfecho porque ya ‘cumplió’ con su rezo acostumbrado. ¡No dejó a Dios decir nada!
Estamos demasiado acostumbrados a hablar, hablar y hablar en la oración. Hace falta equilibrar la balanza. No sólo hablar sino escuchar; no sólo pedir, también alabar, agradecer, adorar. Y, sobre todo, dejar hablar a Dios.
Y tal vez alguien diga: “¡Pero Dios no habla!, ¡a mí nunca me ha hablado!”. A lo que cabe responder: sí lo ha hecho, pero no te has enterado porque estabas demasiado ocupado hablando tú.
Dios habla, en primer lugar, a través de su Palabra; pero no solamente; también habla a través de otros medios, algunos tan evidentes como las palabras del Papa Francisco, siempre certeras, que nos conmueven y nos “mueven el piso”, y otros tan discretos como puede ser un comentario de alguien, algo que nos toca vivir, algo que oímos o leemos aparentemente por “casualidad”,…
Sería estupendo si tomáramos unas horas uno de estos días previos a la Semana Santa, o incluso durante los primeros días de esta, para hacer un “retiro” en el que nos dediquemos sin prisas a abrirnos a lo que Dios quiera decirnos.
Podemos empezarlo o terminarlo yendo a misa; pasar también un tiempo en adoración ante el Santísimo; caminar o sentarnos en medio de un bello paisaje, tal vez en el jardín de algún convento.
Y para meditar tomar algún pasaje bíblico, quizá uno de los textos previos a la narración de la Pasión y Resurrección, por ejemplo, las palabras que Jesús pronunció en la Última Cena, por ejemplo en el Evangelio según san Juan (a partir del capítulo 13), para irnos adentrando en el tema.
O bien aprovechar algún mensaje cuaresmal u homilía del Santo Padre; o también podemos acudir a algún retiro en alguna parroquia o comunidad religiosa, o incluso tomarlo por internet (ahora hay retiros gratuitos que ofrecen las charlas en video y también el material escrito para que uno pueda imprimir alguna hojita con reflexiones y preguntas para irlas haciendo a lo largo de la jornada).
De lo que se trata es de acostumbrarnos a silenciar nuestra propia voz para poder captar la de Dios.
Abrir el oído y el corazón, y ponernos en disposición de acoger lo que el Señor quiera comunicarnos. Callarnos tantito…aprender a escucharlo…
Artículo originalmente publicado por Desde la fe