Rezar no es susurrar un conjuro que nos va a conseguir los efectos que deseamos, sino una conversación que no domina la realidad de lo que nos pasa
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Es bastante común la burla de gente no creyente sobre la idea de que los cristianos creen que rezando se pueden arreglar todas las cosas y que el uso del rezo es por sí mismo un absurdo. Sería algo así como quien reza porque cree que rezando se puede curar una enfermedad, o un matrimonio. Lo que no es tan común es afirmar que muchos cristianos piensan precisamente eso, y que en ambos sentidos están muy desorientados.
A menudo la verdad y la falsedad se dan la mano y por eso podemos anticipar una conclusión: es verdad que rezar no cura enfermedades ni soluciona matrimonios y es mentira que rezar es un absurdo. Lo curioso del asunto es que la falsedad de ambas posiciones comparte la misma tesis.
Esta tesis común que comparten se ve muy claramente en la distinción hecha por la antropología cultural clásica entre magia y religión.
Contaba Malinowski, uno de esos antropólogos, que algunos nativos de las islas del Pacífico cuando salían a pescar con sus canoas a alta mar realizaban ritos religiosos de ofrendas y súplicas. Por lo visto, para ellos el mar era lo que no podían dominar, lo que excedía a cualquiera de sus poderes y competencias.
Malinowski observó que, sin embargo, estos ritos no se realizaban cuando los nativos pescaban –también en canoa- en un lago interior. Así que, dedujo, el meollo del asunto no residía en la actividad, es decir, la pesca, sino en la comprensión que tenían de la realidad.
Se acudía a la divinidad cuando un halo de misterio e impotencia excedía a las posibilidades de los hombres: nadie podía saber qué desventuras podían pasar en alta mar, pero en el lago todo estaba controlado.
Los nativos poseían un sentido claro de lo práctico y de lo que se puede llamar conocimiento científico básico, puesto que eran buenos navegantes, grandes pescadores y sabían que cada causa tiene su efecto, y que un buen anzuelo daba una buena pieza.
Pese a su conocimiento práctico, sabían también que había situaciones que uno no podía dominar y que ahí era donde acudían a la divinidad.
Sin embargo, fuera de ser una superstición dichos ritos, Malinowski se dio cuenta de que frente a los ritos religiosos, los nativos tenían ciertas prácticas esotéricas que no implicaban un conocimiento práctico ni tampoco religioso. Eran prácticas mágicas, y los propios nativos las distinguían claramente de la religión.
La magia tenía en común con el conocimiento práctico –poner un sedal, navegar- el hecho de que, por un lado, pensaba que toda causa tenía un efecto directo y, por otro, que uno podía dominar y era señor de la situación.
¿A qué se refería? Pongamos un ejemplo (aunque no es de Malinowski): igual que uno sabe que si uno deja caer sus gafas irán al suelo por la causa de la ley de la gravedad, del mismo modo la magia piensa que si se hacen determinados procedimientos (como una danza de la lluvia, o un muñeco de vudú) se conseguirán los efectos propios que esa causa persigue (que llueva o hacer daño).
Lo que Malinowski acertó a ver es que tanto magia como ciencia compartían esa estructura: dominamos las causas y por eso podemos predecir y dominar los efectos. Pero también acertó a ver que eso no era la religión.
Rezar no es susurrar un conjuro que nos va a conseguir los efectos que deseamos: no tenemos ese poder y si lo tuviéramos no haría falta propiamente rezar (lo cual sería una contradicción). Rezar es sobre todo y casi únicamente mantener una conversación. Esas conversaciones, como casi ninguna, no dominan la realidad de lo que nos pasa.
Podemos pedir, como pedimos las cosas a nuestros amigos, podemos reír, podemos llorar, pero eso no significa que dominemos las cosas que pedimos, ni mucho menos que dominemos la voluntad libre de a quien se lo pedimos. A veces se nos olvida esta pequeña diferencia, tanto a los cristianos como a quienes hacen burla de los rezos. Rezar es contarle a Alguien lo que nos pasa.
Cabe apuntar un breve detalle: también Malinowski se equivocaba al desligar ciencia y religión, porque la ciencia no es un dominio sobre las causas, sino una lectura y un diálogo con la naturaleza. Al final, estamos llenos de conversaciones, porque la realidad misma es un diálogo.