Mucha gente se confiesa de no ir a Misa, quizás por imposibilidad. Personalmente creo más grave ir a Misa, incluso en días festivos, sabiendo que se odia a alguien a quien se le niega el saludo, se rehúye la mirada y se evita hablarle. A Misa no se va sólo físicamente, sino con fe sincera. Entonces ¿no es importante confesarse y arrepentirse de haber ido a Misa en estas condiciones?
Responde padre Valerio Mauro, profesor de Teología sacramental (respuesta traducida y abreviada por Aleteia):
La frase con la que termina la pregunta del lector es digna de ser subrayada. Ciertamente, no todos viven su fe por convención o costumbre.
Hay también, en el campo de la fe cristiana, las que llamamos "buenas costumbres". No hay que despreciarlas. A menudo nacen de una educación recibida de pequeños, pero asumida personalmente como una actitud convencida hacia el Señor y a cuanto se nos pide para vivir la fe en la comunidad eclesial.
En resumen, ir a Misa no está reservado a los "puros" que "no pecan".
Quisiera añadir, sin embargo, que es muy importante en todo esto la conciencia de la dimensión comunitaria de la fe.
Aun vivida por cada uno de nosotros de manera personal, los católicos están llamados a pronunciar juntos su "credo" y a vivir en una real comunión de fe, esperanza y amor.
La pregunta concreta del lector toca varios ámbitos del comportamiento cristiano: se tocan aspectos de teología sacramental y moral, se ponen en contraste comportamientos hacia Dios y hacia los demás.
La misericordia en el centro
Una primera respuesta, muy sencilla, que parece obvia, consiste en invitar a poner ante la misericordia de Dios a unos y otros.
Hay que tomar conciencia de la importancia de los sentimientos que se expresan en gestos con falta de amor y que van contra el Evangelio.
El cristiano está llamado a "santificar" el día del Señor. No hay que olvidar que el domingo es el día dedicado a las "cosas del Señor". No es sólo ir a Misa, sino también hacer actos de fe que nos hagan "santificar" el día del Señor, hacerlo un día especial, dedicado a Él, a la convivencia familiar, a la caridad, a tomarse tiempo para el cuidado de uno mismo.
En relación a la Misa dominical, por tanto, no se trata solo de una participación física o no, sino de dejarse implicar en la lógica cristiana del día del Señor. La misma lógica de la fe debería intervenir también en el examen de nuestros sentimientos.
No ofender
El ejemplo que dice el lector es claro. El Señor mismo, en el Evangelio, condena al que pronuncia palabras ofensivas contra sus hermanos.
En el pasaje encontramos la invitación a la reconciliación antes de presentar la ofrenda en el altar de Dios:
"Habéis oído que se dijo a los antepasados: No matarás, y el que mata, será condenado por el tribunal. Pero yo os digo que todo aquel que se irrita contra su hermano, será condenado por el tribunal. Y todo aquel que lo insulta, será castigado por el Sanedrín. Y el que lo maldice, será condenado a la Gehena de fuego. Por lo tanto, si al presentar tu ofrenda en el altar, te acuerdas de que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda ante el altar, ve a reconciliarte con tu hermano, y sólo entonces vuelve a presentar tu ofrenda".
Estas palabras no deberían hacer que dejáramos de ir a Misa si tenemos problemas con alguien, sino que son una advertencia severa para reconciliarnos con los hermanos.
Alimentar sentimientos de odio hacia el prójimo está en fuerte contradicción con el gesto eucarístico de comer el Cuerpo de Cristo.
Si no podemos sanar en seguida nuestras relaciones, sí que estamos llamados a poner ante la misericordia de Dios, en la confesión, el corazón arrepentido, para que lo purifique a través de su perdón.