O cómo el sacrificio y las dificultades hicieron crecer al autor de El Señor de los Anillos
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El famoso autor de El Señor de los Anillos, J.R.R. Tolkien, no tuvo una infancia fácil: huérfano a los 13 años y católico (en una Inglaterra anglicana donde serlo equivalía al rechazo social), fue criado junto a su hermano menor por un sacerdote. Se enamoró de otra huérfana a los 18 años, Edith Bratt, con la oposición de su tutor y de la familia de ella.
Años después (6-8 de marzo de 1941) escribiría una carta a su hijo Michael, en la que le hablaba sobre el amor y el matrimonio. En ella, el escritor cuenta humildemente su experiencia, cómo tuvo que crecer y madurar en las dificultades, y da una gran lección final a su hijo.
Mi propia historia es tan excepcional, tan equivocada e imprudente en casi todos los aspectos, que resulta difícil aconsejar prudencia. Aún así, casos difíciles dan malos ejemplos; y casos excepcionales no siempre son buenos guías para otros. Pues lo que vale aquí es un poco de autobiografía — en esta ocasión dirigida principalmente a las cuestiones de la edad y de las finanzas.
Me enamoré de tu madre alrededor de los 18 años. De manera muy genuina, como se mostró – aunque, está claro, mis limitaciones de carácter y temperamento hicieron que yo con frecuencia cayera por debajo del ideal con el que había comenzado.
Tu madre era más mayor que yo y no era católica. Completamente lamentable, según lo veía mi tutor. Y esto fue en cierto modo muy lamentable, y en cierta forma, muy malo para mí. (…) Yo era un chico inteligente luchando contra las dificultades de conseguir una bolsa de estudios (muy necesaria) en Oxford.
Las tensiones combinadas casi me causaron un colapso nervioso. Fracasé en mis exámenes y (como años más tarde mi profesor me contó), aunque hubiera conseguido una beca, acabaría apenas con una beca parcial de £60 en Exeter: apenas lo suficiente para empezar (ayudado por mi querido y viejo tutor), junto con una beca de salida del colegio de la misma cuantía. (…)
Yo era inteligente, pero no diligente o concentrado en sólo una única cosa; gran parte de mi fracaso se debió simplemente al hecho de que no me esforzaba (por lo menos no en literatura clásica), no porque estaba enamorado, sino porque estaba estudiando otra cosa: el idioma gótico y no sé qué mas.
Por tener una educación romántica, hice de un caso de noviazgo adolescente algo serio, y lo convertí en fuente de compromiso. Físicamente cobarde por naturaleza, pasé de ser un conejito despreciado del segundo equipo de la casa a capitán del equipo principal en dos temporadas (…) Además, surgieron problemas: tuve de escoger entre desobedecer y engañar a un tutor que había sido un padre para mí, más que la mayoría de los padres verdaderos, pero sin estar obligado a ello, y “desistir” de mi amor hasta que tuviera 21 años.
No me arrepiento de mi decisión, , aunque fue muy difícil para mi amada. Pero no fue culpa mía. Ella era perfectamente libre y sin ningún compromiso conmigo, y yo no habría reclamado nada (excepto de acuerdo con el código romántico irreal) si ella se hubiera casado con otra persona.
Durante casi tres años, no vi ni escribí a mi amada. Fue extremadamente difícil, doloroso y amargo, especialmente al principio. Los efectos no fueron completamente buenos: me volví veleidoso y negligente, y desperdicié buena parte de mi primer año en la facultad. Pero no creo que cualquier otra cosa hubiera justificado un matrimonio basado en un romance juvenil; y, probablemente, nada más habría fortalecido suficientemente la voluntad de dar permanencia a este romance (por más cierto que fuese un caso de amor verdadero).
En la noche de mi 21 cumpleaños, escribí nuevamente a tu madre – 3 de enero de 1913. El 8 de enero volví a verla y nos hicimos novios, informando del hecho a una atónita familia. Me esforcé y estudié más – y entonces la guerra estalló al año siguiente, cuando me faltaba un año para terminar la facultad. En esos días, los chicos que no se alistaban eran despreciados públicamente.
Era un agujero desagradable donde estar, especialmente para un joven con demasiada imaginación y poco coraje físico. Sin diploma; sin dinero; con novia. Soporté el oprobio y las insinuaciones cada vez más directas de los parientes, me quedaba despierto durante la noche y conseguí una Primera Clase en el Examen Final en 1915. Enrolado en el ejército: julio de 1915. Consideré la situación intolerable y me casé el 22 de marzo (del año siguiente, n.d.e.). Después me encontré atravesando el Canal (¡aún conservo los versos que escribí en esa ocasión!) a la carnicería del Somme.
¡Piensa en tu madre! Y sin embargo, no creo ni por un momento que ella estuviera haciendo más de lo que le habría pedido que hiciera – y esto no disminuye el valor de lo que hizo. Yo era un chico joven, con un bachillerato regular y capaz de escribir poesía, algunas libras escasas al año (£20 – 40) y sin perspectivas. Seis días por semana en la infantería, donde las posibilidades de supervivencia estaban severamente contra uno (como subalterno). Ella se casó conmigo en 1916 y John nació en 1917 (concebido y dado a luz durante el año del hambre de 1917 y de la gran campaña U-boat) durante la batalla de Cambrai, cuando el fin de la guerra parecía tan distante como ahora (…)
De la oscuridad de mi vida, tan frustrada, coloco ante ti la única cosa grande que amar en la tierra: el Sagrado Sacramento… En él encontrarás romance, gloria, honra, fidelidad y el verdadero camino de todos tus amores sobre la tierra; y, sobre todo, la Muerte: por la paradoja divina, que encierra la vida y exige la renuncia de todo, y sin embargo, por el gusto (o anticipo) de que se puede encontrar lo que uno busca en sus relaciones terrenales (el amor, la fidelidad, la alegría).
(Las Cartas de J.R.R. Tolkien; editado por Humphrey Carpenter. Artículo adaptado del blog Modestia Masculina).