El primer viaje del Papa fuera del Vaticano fue al cementerio abierto de Lampedusa
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La Misericordia es la punta de diamante del pontificado del papa Francisco, que en los gestos tiene la impronta del ejemplo, además explícito en la convocatoria del año santo convocado entre el 8 de diciembre y el 20 de noviembre 2016.
En su primer viaje fuera del Vaticano, el pasado 08 de julio de 2013 (apenas cuatro meses después de su elección), el Papa se conmueve y reza en el lugar donde se calcula en los últimos 20 años han perdido la vida 25.000 personas, entre ellas muchos niños incluso de brazos, mujeres y ancianos, que trataban de llegar a Europa en botes o chalupas fortuitas.
En un campo santo hecho de sal y agua, atracando en el barco de auxilio de la Guardia Costera italiana frente a la costa de la isla italiana de Lampedusa, rezó y lanzó una corona de flores al mar, sofocando por voluntad propia cualquier gran recibimiento de políticos o ceremonias pomposas para no profanar esa última ribera fúnebre de desesperados.
En la bula del año santo, el Papa invitó a ser cristianos en las obras para “despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza (…) pues los pobres son “los privilegiados de la misericordia divina” (n.15).
Esos mismos que huyendo de la pobreza, el hambre, y las guerras confían sus vidas a traficantes sin escrúpulos y se chocan contra un muro de indiferencia en las fronteras de occidente.
El mar que baña las costas de la isla siciliana de Lampedusa (Italia) es un cementerio en sinfín donde aún hoy agonizan y flotan boca abajo inmigrantes que tocan a la puerta de la opulenta, vieja, y tecno-céntrica Europa.
El papa anunció el año jubilar, y citó entre otros motivos de la celebración, el Juicio Final del Evangelio de Mateo (Mt, 25, 31-46): Lo que habéis hecho a uno de mis pequeños “a Mí me lo habéis hecho”.
Enterrar a los muertos y recordarlos en la oración hace parte de abrazar la Misericordia, pero aún más evitar muertes inútiles. Algo que parece superfluo, y en cambio, toca a las puertas cotidianamente de cualquier ciudad europea o sudamericana en el mendigo que sucumbe en el frió del anden o el migrante que se apaga atravesando el confín.
Los pequeños por los que lloró Francisco en Lampedusa y por los que todavía hoy clama la misericordia divina, invitan a actuar. En esa ocasión, Francisco ha visitado a los supervivientes, animado a los habitantes de la Isla para que el mundo crea.
En un dolor silente por el naufragio frecuente de los “hermanos y hermanas en extrema necesidad”, Francisco, hijo de inmigrantes italianos, ha sido el primer papa que visitó Lampedusa, a 100 kilómetros de Túnez, fuera de los protocolos para rezar y pedir para que no hayan más muertos que enterrar sino por sana vejez.