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Las 4 veces en que la Virgen se apareció al buen indígena Juan Diego

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Gaudium Press - publicado el 15/08/15
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Cuando Nuestra Señora decide intervenir, y hay fidelidad, se producen los grandes acontecimientos históricos

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Los misioneros Franciscanos que fueron los primeros en llegar a la Nueva España -nombre que recibió la región cuando llegaron los españoles al mando de Hernán Cortés- comenzaron su evangelización en estas tierras mexicanas que les impresionaron por su extensión, belleza y riqueza.

Los aborígenes estaban sumidos en un fuerte paganismo y rendían culto a una serie de dioses a los que con frecuencia ofrecían sacrificios humanos, de crueldad asustadora, ya que les sacaban su corazón para tributarlos a sus divinidades.

Esa situación producía un distanciamiento con el cristianismo recién llegado, trayendo serias dificultades para la evangelización.

¿Cómo solucionar esas desconfianzas y vencer esas distancias? Fue ahí que la Santísima Virgen actuó de una forma suave, materna, exorcista y eficaz, cuando se apareció 4 veces al buen indígena Juan Diego, entre el 9 y 12 de diciembre del 1531.

Primera Aparición

Narra el documento Nican Mopohua, verdadera crónica de los hechos ( 1 ) que al subir el cerro del Tepeyac Juan Diego escuchó un bello cantar de pájaros que le atrajo y ahí escuchó una voz dulcísima que le decía:

– Juanito, Juan Dieguito ¿a dónde vas?

Se acercó y vio una luz resplandeciente y dentro una Señora de increíble belleza que le contemplaba tiernamente y que le llamaba.

– Quiero que sepas, hijo amado, que yo soy la siempre Virgen María, Madre del Dios verdadero. Deseo que sea construido en este mismo lugar un templo en el que seré Madre piadosa de todos, demostrándoles mi amor, ayuda y protección a todas las gentes que a él vinieren.

El Padre Eterno pinta a la Virgen de Guadalupe
Por Joaquín Villegas, Museo Nacional de Arte, Ciudad de México

Juan Diego le respondió: – Señora mía, voy a cumplir tu mandato, haré lo que deseas.

Impresiona la extrema bondad de Nuestra Señora al tratar a su hijo indígena Juan Diego, trato tan diferente al que recibía de sus hermanos nativos e incluso de algunos españoles que brillaron por el coraje pero no por su delicadeza.

El latinoamericano es desconfiado, pero cuando es bien tratado se enfeuda y confía en su dirigente. Entretanto, cuando es mal tratado se cierra y no hay quien le abra, decía el Profesor Plinio Correa de Oliveira (2).

Juan Diego va presto a hablar con la autoridad religiosa, con Juan de Zumárraga, el obispo franciscano de ese entonces. El prelado le escucha atentamente, la hace preguntas del catecismo y le pide que vuelva en otro momento.

Segunda aparición

La Virgen esperaba a Juan Diego al regreso de su ida a México. Ella sabía que él iba a volver, que no le creían y sabía de su desolación y abatimiento. Juan Diego le transmitió todo y además le dijo:

– Te ruego encarecida Señora que envíes a alguno otro más principal para que se encargue de llevar tu mensaje, porque yo soy un pobre hombre de campo. Virgen mía, perdóname, mi Señora, pues sé el enojo que te causo, dueña mía.

Nuestra Señora le dice:

– Juan Diego, el más pequeño de mis hijos, no son escasos mis servidores, pero de todo punto de vista es necesario que seas tú mismo quien lo solicite y con tu mediación sea cumplida mi voluntad (3). Así te ruego encarecidamente, mi hijo más pequeño, que otra vez vayas mañana a ver el Obispo y dile de nuevo que yo en persona, la Virgen Santa María, Madre de Dios, es quien te envía.

– Señora mía, no seré yo quien te cause aflicción. De muy buena gana iré mañana para que tu mandato sea cumplido.

Al día siguiente fue a visitar al obispo, y después de insistir y de una extensa espera fue atendido. El prelado lo miraba y poco a poco iba quedando impresionado y conmovido, algo empezó a vacilar dentro de él.

Le dice:

– Vuelve otra vez al lado de tu Señora y pídele una señal que me muestre que Ella es en verdad la Señora del cielo.

Tercera aparición

Volviendo a su casa volvió a encontrarse con la luminosa Imagen de la Virgen. Siempre de rodillas le explicó que el Obispo había pedido una prueba. P

ara su sorpresa una sonrisa iluminó el rostro sublime de la Virgen, quien le dijo:

– Está bien lo que dices, hijo mío. Regresa mañana y podrás llevar contigo la señal que el Obispo necesita.

Juan Diego se calmó de inmediato.

De regreso a casa, se encontró con su tío Juan Bernardino postrado en cama, con una fuerte fiebre, el médico que le atendió dijo que era una enfermedad incurable y fatal.

Juan Diego corre a buscar un sacerdote. En estas circunstancias no pudo acudir a la cita con la Virgen, quedándose con cierto remordimiento y vergüenza.

Quiso ir por otro camino para no encontrarse con Ella pero optó por tomar el camino de siempre y se echó a correr apenas avistó el cerro, para no tener que dar cuentas a la Madre de Dios de su ausencia en ese día (4).

Obispo Zumárraga ante la tilma de San Juan Diego
Monasterio de la Anunciación en Alba de Tormes, España 

Cuarta aparición

Después de buscar al sacerdote que debía atender a su tío, al volver a pasar por el cerro del Tepeyac, se encontró de repente con aquel raudal de luz que viera en las tres ocasiones pasadas.

Paró en seco y quedó deslumbrado y temiendo ser censurado por la Señora escuchó en cambio una voz dulce que le interpeló con gran ternura:

– Hijo mío, ¿qué te sucede?

A lo que Juan Diego responde:

– Mi hermosa Señora, mi tío Bernardino está muy enfermo, se está muriendo y estoy en busca de un sacerdote porque él me lo ha pedido, por eso te prometo, mi Señora que una vez que haya cumplido con éste deseo regresaré ante ti para cumplir tu voluntad. Te ruego me perdones y tengas paciencia conmigo, pues no fue mi intención engañarte. Mañana a primera hora estaré contigo (5).

Ahí Nuestra Señora le dio una respuesta que es un mensaje para todos y cada uno, en todos los tiempos, y es lo que el fiel peregrino siente cuando estando en la Basílica del distrito federal de México se encuentra bajo el lienzo milagroso de la Virgen de Guadalupe:

– Mi queridísimo hijo, escúchame y deja que mis palabras logren llegar a tu corazón. No te angusties con esos sufrimientos. No temas nunca a ninguna molestia, enfermedad o dolor. ¿No estoy yo aquí que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra y protección? ¿No soy acaso la fuente de tu vida? ¿No te acojo bajo los pliegues de mi manto, bajo el amor de mis brazos? ¿Hay algo más que puedas necesitar? No permitas que la enfermedad de tu tío te angustie, porque él no va a morir a causa de ese mal. Quiero que sepas que, justo en este instante, él ya está curado (6).

Pensó Juan Diego que si Ella lo decía debía ser verdad y quedó calmo. Entonces se ofreció a dirigirse ahora mismo a la casa del Obispo a entregarle la señal que Ella quisiera darle.

La Virgen le respondió:

Juanito…Dieguito, hijo mío… sube hasta la cumbre del cerro y recoge las flores y vuelve aquí.
 
Subió y encontró una alfombra de flores, allí donde antes sólo había matojos y pedregal. Para colocarlas se despojó de su tilma y le usó a guisa de cesto, recogió rosas de una belleza única, como nunca había visto.

Al mostrarle a la luminosa Señora, Ella tomó en sus manos aquel cargamento de flores y las dejó caer sobre la tilma, para decir después:

– Hijo mío, todas esas flores son la prueba que pide el Obispo y a él se las llevarás… Dile que mire en esas flores mi voluntad y mi deseo, que él debe cumplir…. Eres digno de toda mi confianza, hijo mío, y por ello eres mi mensajero…

Y partió rápidamente. Su marcha era ágil, llena de alegría. Por el camino iba pensando que ahora iba a ir todo bien, tenía mucha confianza.

Al llegar al palacio del obispo los empleados le trataron de modo hostil, pero Juan Diego no se inmutó y esperó calmo.

Pasaron tres horas y él perseveraba con terquedad. Los empleados picados por la curiosidad querían que abriese su tilma que llevaba tan segura. Juan Diego se opuso y los enfrentó con energía.

Los ruidos subieron hasta el salón del obispo Zumárraga, por lo que salieron dos religiosos que trabajaban con el prelado y le pidieron ver lo que traía en su poncho.

Al ver el contenido quedaron deslumbrados al ver esas bellísimas rosas de Castilla que exhalaban un perfume riquísimo.

Un oficial del palacio viendo la escena avisó al Obispo quien mandó que subiese inmediatamente a su presencia.

Juan Diego le narró su nuevo encuentro con la bella Señora y la prueba que le mandaba. Extendió entonces la tilma, la abrió ante los ojos de los presentes.
El asombro fue unánime (7). Mons. Zumárraga al levantar sus ojos vio la tilma, ya sin flores y estampada en ella milagrosamente la figura de la Virgen María.

El Obispo y otros que con él se encontraban cayeron de rodillas, como si la propia imagen se les hubiese aparecido allí.

Quedó sobrecogido con la señal y creyó. Pidió que Juan Diego se quedara a dormir en el palacio y llevó la tilma a su oratorio.

El hecho milagroso corrió de boca en boca por toda la ciudad. Solemnemente la tilma fue conducida a la catedral, seguida por las autoridades y una multitud de fieles. El prelado le pedía disculpas por su anterior escepticismo y fueron juntos hasta el cerro de las apariciones.

Posteriormente Juan Diego llega a su casa y encuentra a su tío Bernardino enteramente curado, cumpliéndose así lo que la bella Señora le había anticipado.

Ahí cambió la historia de México y de América, porque Nuestra Señora fue la verdadera estrella de la evangelización; a partir de ahí las conversiones fueron enormes.

El obispo pidió a Juan Diego que luego que sea construida la iglesia sea él el heraldo y guardián del santuario.

Y fue él el gran apóstol, ya que la gente que visitaba la iglesia recibía el testimonio de primera mano del vidente afortunado. Y se sabe que permaneció en la capilla hasta el fin de sus días.

Nos cuenta Juan Garrido, autor del libro San Juan Diego, el indio que en pocos años se convirtieron a la fe católica más de diez millones de indígenas, gracias a la acción exorcista y materna de la Madre de Dios.

Pueblos enteros aferrados a sus antiguas creencias idolátricas y de sacrificios humanos las dejaron de repente, tocados por el encanto de Aquella que deslumbró y fascinó al propio Dios.

Juan Diego vivió como ermitaño, solo, una vida de santidad, de oración y de evangelización y muere en el año de 1538 en una habitación cerca del santuario en el cerro del Tepeyac, lugar que hoy se ha convertido en oratorio de visita de los fieles. Tres días después falleció el Obispo Zumárraga.

Murió para esta vida para comenzar la vida eterna junto a su Madre, que comenzó a amar en ésta tierra.

Fue beatificado por san Juan Pablo II, el 6 de mayo de 1990 y posteriormente canonizado.

El superior de los Padres Franciscanos en 1531, Fray Martín de Valencia dice: después de las apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe vimos una AVALANCHA de nuevos fieles, era una conversión masiva que se estaba dando (8).

En otro momento afirma: es una locura bautismal que nos inunda y claman desesperadamente para ser cristianos.

Y el papa Pablo II les escribe a los franciscanos y les dice: “Que la soberbia no empañe nuestros corazones. Esta conversión de tantas multitudes, como quizá nunca se ha dado en la historia de la Iglesia, no es obra nuestra. Todo el mérito debemos atribuírselo a la Virgen que quiso aparecerse en el Tepeyac… para traer a toda la nación a los pies de Cristo, único Salvador. A Ella, la Virgen, todo el honor y alabanza” (9).

Gracias a esa intervención de Nuestra Señora de Guadalupe que llega fuertemente hasta nuestros días y a la tenaz evangelización de sus hijos queridos del clero secular y de las órdenes religiosas, hoy México cuenta con 53 beatos y santos canonizados, 23 beatos y 30 santos, según nos comenta el historiador y periodista Carlos Villa Roiz (10).

Ese pasado de esplendor religiosa nos hace esperar un futuro aún más glorioso, bajo la mirada materna de la Guadalupana, patrona de México, Soberana y Emperatriz de las 3 américas.

Por Gustavo Ponce

___

1.- Gallardo Muñóz, Juan. San Juan Diego ” El indio”.Dastin S.L. Madrid,2003.
2.- Correa de Oliveira, Plinio. Reunión con ecuatorianos, 1985, Sao Paulo, sin publicar.
3.- Gallardo Muñóz, Juan. San Juan Diego “El Indio”. Dastin S.L. Madrid, 2003. Pág. 62
4.- Idem. Pág. 69.
5.- Idem. Pág. 72.
6.- Idem. Pág. 73.
7.- Idem. Pág. 77.
8.- Idem. Pág. 167.
9.-Idem. Pág. 169.
10.- Villa Roiz, Carlos. “El buen camino”, México, 2009

Artículo originalmente publicado por Gaudium Press

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