Un obispo argentino recuerda que “siempre hay niños” en las grandes tragedias, aunque no se les vea“Una foto, una piña”. Así tituló el obispo de Gualeguaychú y presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral Social, monseñor Jorge Eduardo Lozano, su reflexión sobre el drama de los refugiados en Europa y en el mundo, y el impacto que causó en el mundo la imagen del niño sirio muerto que apareció en una playa.
“La foto de Aylan con sus tres años sepultados sobre la arena nos ha golpeado duro. Nos conmovió hasta las lágrimas y la indignación. Una vergüenza para la humanidad. Incluso el relato de su papá nos deja perplejos y confundidos”.
El prelado recordó con crudeza y dolor, y a modo de advertencia, que en estos casos y otros casos “siempre hay niños”.
Monseñor Lozano exhortó a escuchar los ruegos del papa Francisco y sostuvo: “Estamos llamados a superar la globalización de la indiferencia, en el mundo y entre nosotros. Una oración y ayuno sin búsqueda de justicia es hipocresía”.
Texto de la reflexión
La foto de Aylan con sus tres años sepultados sobre la arena nos ha golpeado duro. Nos conmovió hasta las lágrimas y la indignación. Una vergüenza para la humanidad. Incluso el relato de su papá nos deja perplejos y confundidos.
Siempre hay niños (¿hace falta decir que son inocentes?).
En la mayoría de los gomones, flotadores improvisados o botes precarios que intentan alejarse al menos un poco del infierno hay niños.
Escondidos en las cajas de los camiones hay niños. Y a veces mueren.
En las calles bombardeadas hay niños llorando de miedo, por sus juguetes rotos o sus familias desaparecidas.
En los caminos polvorientos del desierto hay niños que deben huir con sus padres por ser cristianos. En ocasiones mueren deshidratados o por hambre.
En los campamentos de refugiados en el Líbano y otros países, también hay muchos niños.
De igual modo en Haití hay niños que quedaron huérfanos y mutilados por el terremoto, y muchos que son abusados sexualmente a cambio de comida.
Y en nuestra Argentina vemos niños tirando de carros con cartones y botellas, o llevando “paquetitos” de algún narco. Otros están desnutridos y se los disfraza o esconde.
Siempre hay niños.
En el centro y las periferias hay niños.
Y nos preguntamos: ¿Dónde están los organismos de las Naciones Unidas? ¿Dónde las organizaciones sociales y políticas? ¿Dónde la prensa dedicada a los derechos humanos y la libertad de expresión?
El Papa nos había convocado a una jornada de ayuno y oración para el 7 de Setiembre de hace dos años, para detener el bombardeo que se estaba planificando en Siria. Debemos reforzar nuestra plegaria. El profeta Isaías nos dice cuál es el ayuno que Dios ama: “Soltar las cadenas injustas, desatar los lazos del yugo, (…) compartir tu pan con el hambriento y albergar a los pobres sin techo; cubrir al que veas desnudo y no despreocuparte de tu propia carne” (Is, 58).
Estamos llamados a superar la globalización de la indiferencia, en el mundo y entre nosotros. Una oración y ayuno sin búsqueda de justicia es hipocresía.
El poeta dijo: (…) “Importan dos maneras de concebir el mundo. / Una, salvarse solo, /arrojar ciegamente los demás de la balsa / y la otra, /un destino de salvarse con todos, / comprometer la vida hasta el último náufrago, / no dormir esta noche si hay un niño en la calle.” (…)
Está claro que se rompió la metáfora y entró la realidad de Aylan huyendo en esa balsa tan concreta como fatal.
Acordáte. Siempre hay niños. ¿Hace falta decir que son inocentes?
Artículo originalmente publicado por AICA