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Yo, Dios y mi tiempo de soltero

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Destrave - publicado el 10/09/15
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Estar soltero no es una enfermedad, tampoco una vocación; no es estar solo ni es sinónimo de soledad. Es un tiempo solo tuyo, dure lo que dure

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Mientras unos lidian con la “solteritis” como si fuera una enfermedad, otros la toman como si fuera una especie de vocación, el “solterismo”, pero yo creo en una tercera opción; aunque aún no tengo un nombre para definirla, es algo que resulta de la suma de espera + camino + preparación.

Ante la “solteritis”, algunos parientes se preocupan por ti, como si tu caso fuera contagioso o terminal. ¡Sólo cabe un milagro! La persona soltera que admite tener “solteritis” tiene comportamientos rayando en la desesperación. Todo lo que escucha decir sobre cuidados o simpatía para conseguir a alguien, lo prueba. Tiene mucho miedo de morir con esta enfermedad que dice tener, y vive en función de ella; incluso busca “remedios” que alivien los síntomas, ¡pero estos acaban volviéndose peores!

Del otro lado, están los que consideran “estar soltero” como una especie de vocación, eso es el “solterismo”. Asumen para si ese título los que creen que están bien en esta situación. Aparentan estar seguros, decididos a escoger esa vocación. ¡Una pena! Se nutren de dosis de alegrías momentáneas, ven dificultades en construir y buscar una felicidad verdadera y duradera. No entienden la belleza que es compartir el don más precioso que Dios les da: la vida.

Estar soltero no es una enfermedad ni tampoco una vocación, no es estar solo ni es sinónimo de soledad. Es un tempo solo para ti, dure lo que dure. Es tiempo de conocerse, conquistarse y amarse, tal vez incluso de descubrir los motivos que te hacen estar soltero. ¡Que bueno! Es la ocasión de hacer un viaje en el tiempo y reparar las lagunas de tu historia. Es ocasión de mejorar y estar preparado para recibir a alguien en tu vida.

Es urgente, mientras, un amor propio antes de cualquier apertura a otro amor. El amor propio es una laguna única que sólo debe ser llenada por uno mismo. Corremos el riesgo de buscar en alguien un sentimiento que nos corresponde llenar a nosotros. Insistimos en una dependencia afectiva que absorbe y desgasta nuestras relaciones.

Más importante que el amor propio es la reciprocidad del amor de Dios. Aunque en mil vidas no consigamos retribuir el amor que Él nos tiene, es fundamental esa prioridad en nuestro orden afectivo. El amor de Dios, para quien lo busca, es una experiencia única, como un tesoro nunca encontrado.

Por esto, afirmo que soltero no significa solo y, como Teresa de Ávila afirma, sólo Dios basta. Es un amor tan presente, que yo no me veo con el derecho de sentirme solo. Es un amor que viene para guiar y ordenar todos los demás amores, sentimientos… Cada amor debe estar en su debido lugar.

Pues bien: En la de meta de esta ocasión bien vivida, allí la encontraré, a esa persona que ama a ese Amor Incondicional, que encuentra en Él los caminos a seguir y afronta, confiada, todos los ‘nos’ de la vida y que, aunque con los dolores y angustias propios del ser humano, permanece anclada con el barco de su vida en el Puerto Seguro que es el amor de Jesús.

Gentilmente, le pediré la oportunidad de amarrar mi barquito a su lado. No sólo en el puerto, sino en una numa vaga mais coladinha, para conversar, estar cerca uno del otro, aprender a convivir e incluso, en el caso de un barco afloje la cuerda y el otro esté a punto de dar la vuelta. No podemos perder el puerto de vista. La inversión de prioridades afloja la cuerda del bote y lo aleja de la seguridad del puerto.

La reciprocidad de ese amor de “cercanía” comienza a crecer, hasta que estemos preparados para renunciar a nuestros barquitos y navegar juntos, compartir un barco nuevo. Hasta que llegado el momento, gentilmente, yo le pida: “¿Quieres amarme en segundo lugar para siempre?”.

“Sólo en Dios el hombre encuentra la verdad y la felicidad que no se cansa de buscar” (CIC 27).

Artículo originalmente publicado por Destrave

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