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Catholic Link - publicado el 15/09/15
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Una reflexión sobre la confianza en la familia

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El tiempo. Tal vez el bien más escaso de la actualidad. ¿Por qué? Innumerables razones. Podemos culpar a la economía del país o a nuestra vecina que nos chatea todo el día por el Whatsapp. Sin embargo, independientemente del responsable, cuando se trata de nuestra familia, debemos parar. Parar de hacer cosas y detenernos a buscar un encuentro, una conversación, un diálogo. “El hombre halla alegría en la respuesta de su boca; una palabra a tiempo, ¡qué agradable!” (Proverbios 15: 23). Qué mejor que encontrar esa frase exacta, en el momento preciso, cuando eres adolescente y viene de tus propios padres. Y para encontrarnos en ese instante único, hay que estar. No queda otra.

Presencia, conocimiento y confianza

Pero estar no implica únicamente presencia física. Sino entrega, atención, dedicación. Los adolescentes no son un problema por ser simplemente adolescentes (sólo el 15% sufren una “crisis” como las que vemos en los realities). Son un dolor de cabeza cuando no han tenido guía, compañía o soporte desde pequeños. No se trata de llegar un día, cuando tienen 14 años, y decir: “Hola hijo, ya creciste, ahora vamos a hablar”.

La relación se construye, día a día, paso a paso, con amor, tiempo, dedicación y real interés. Desde que nacen. Generando confianza a través del encuentro y de la apertura. De la comprensión. Del conocimiento de nuestros hijos más allá de sus gustos e intereses. ¿El plato preferido de tu hijo es la lasaña? Genial. Pero, ¿podrías describir qué es lo que anhela en el fondo de su corazón? ¿Qué piensa del amor? ¿De Dios? ¿De tantas cosas que escucha y ve, pero de repente no sabe categorizar?

La relación se construye, día a día, paso a paso, con amor, tiempo, dedicación y real interés. Desde que nacen. Generando confianza a través del encuentro y de la apertura.

Dicen algunos manuales de psicología que los adolescentes tiene que aprender a afrontar las consecuencias de sus actos, acostumbrarse a pensar e informarse antes de decidir, embarcarse en situaciones en las que se tengan que valer por sí mismos, rebelarse por lo que vale la pena, exponer razones, proponer soluciones, ser responsables, aprender a ser y a hacer buenos amigos, entre otros tantos retos. Pero esto no lo van a hacer solitos.

Para lograrlo los padres tenemos que animarles a que actúen con conductas propias y no copiadas, alentarlos cuando tienen soluciones originales, revelarles los rasgos esenciales de su carácter, crear situaciones para que desarrollen sus capacidades y habilidades, elevar sus puntos de mira, ponerlos a pensar en medio de preguntas abiertas que se refieran al qué, al por qué, al para qué y al cómo de cada situación[i], además de innumerables tareas que nos toca como educadores. No sólo por ser sus padres. Sino por ser su referencia. El eje principal en el que centrarán la mirada para hacerse hombres y mujeres de bien… o de mal.

¿Cómo lograr esta pequeña lista sin diálogo? ¿Sin encontrarnos con ellos? ¿Sin tratar de ser mejores cada día para ser su ejemplo? ¿Sin complicarnos la vida? Si queremos que nuestros hijos nos cuenten lo que sea, tienen que confiar en nosotros. ¿Qué es la confianza? Es lo que nos enseña la Biblia de una manera dulce y serena:
Haz que sienta tu amor a la mañana, porque confío en ti; hazme saber el camino a seguir, porque hacia ti levanto mi alma.Salmo 143, 8

Más claro, imposible.

[i] CASTILLO CEBALLOS, G. El adolescente y sus retos. La aventura de hacerse mayor. Editorial Pirámide. Ojos Solares. Madrid. 2009.

Artículo originalmente publicado por Catholic Link

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