A los sacerdotes: Por favor, tratad con misericordia a los que vienen al confesionario
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“Cuantas almas arruinadas, almas generosas como las del hombre entristecido que empezaron bien, pues se les fue apegando el amor a esa mundanidad rica. Terminaron mal. Es decir, mediocres. Terminaron sin amor porque la riqueza pauperiza pero pauperiza mal”, dijo el Papa Francisco, improvisando este domingo 20 de septiembre en su homilía en la Catedral de la Habana.
Tras la visita al Palacio de la Revolución, el Papa celebró las Vísperas, liturgia de las horas, dirigiendo su homilía a los consagrados y presbíteros en la Catedral de la capital dedicada a la Virgen María de la Concepción Inmaculada.
“Todo consagrado es profeta. Todo bautizado es profeta”, vamos a hacerle caso a ellos, explicó el Papa antes de iniciar una improvisación proverbial ante el clero de base en Cuba.
El Papa tomó la decisión tras escuchar el testimonio de una religiosa y de las palabras de bienvenida del Cardenal Jaime Ortega.
“Al Cardenal Jaime se le ocurrió nombrar una palabra muy incomoda “la pobreza”, antes mencionó a la hermana “Sor Yaileny” que indicó “habló de los más pequeños, como niños”.
“La pobreza que va en contravía, el cardenal (Ortega) la repitió varias veces. Creo que Dios quiso que las escucháramos varias veces. El espíritu mundano no la conoce…no la quiere, la esconde. No por pudor sino por desprecio”, dijo.
El Pontífice luego contó una historia que causo más de una sonrisa: “Una vez me contaba un viejo cura sabio hablando cuando se mete el espíritu de riqueza, de mundanidad en el corazón de un consagrado o consagrada, de un obispo, de un papa, lo que sea. Cuando uno empieza a juntar plata y para asegurarse el futuro entonces el futuro no está en Jesús sino en una compañía de Seguros de tipo espiritual que yo manejo”.
“Cuando una congregación religiosa comienza a ahorrar plata, plata, plata- me decía- el mejor regalo de Dios es que le manda un ecónomo desastroso que la lleva a la quiebra y son la mejor bendición de Dios a su Iglesia: los ecónomos desastrosos. Porque las hace libres. Las hace pobres”, dijo el Papa en medio a las risas del público.
“Nuestra Santa madre Iglesia es pobre y Dios la quiere pobre. Como quiso pobre a nuestra Santa Madre María. Amen la pobreza como a madre”, comentó.
Y luego les sugirió preguntarse como está el propio despojo interior. Creo que hace bien a nuestra vida consagrada y presbiteral…no nos olvidemos que es la primera bienaventuranza”.
“Ustedes consagrados, sacerdotes, consagrados, consagradas, creo que les puede servir lo que decía San Ignacio, pero esto no es propaganda publicitaria de familia (risas)”, dijo el primer Papa Jesuita: “que la pobreza era el muro y la madre de la vida consagrada. Era la madre porque engendraba más confianza en Dios y era el muro porque la protegía de toda mundanidad”.
Luego insistió: “Cuantas almas arruinadas, almas generosas como las del hombre entristecido que empezaron bien, pues se les fue apegando el amor a esa mundanidad rica. Terminaron mal. Es decir, mediocres. Terminaron sin amor porque la riqueza pauperiza pero pauperiza mal”.
La riqueza “nos quita lo mejor que tenemos. nos hace pobres en la única seguridad que tenemos para poder tener la seguridad en lo otro, el espíritu de la pobreza, el espíritu de dejarlo todo para seguir a Jesús”.
Después, el papa recordó el testimonio de la religiosa que se consagró a los más pequeños. “Lo que hiciste al mas pequeño de mis hermanos me lo hiciste a mí”.
“Cuántas religiosas y religiosos queman, y repito el verbo, queman su vida acariciando material de descarte, acariciando a quienes el mundo descarta, a quienes el mundo desprecia, a quienes el mundo prefiere que no estén. A quienes el mundo hoy día, con métodos de análisis nuevos que hay, cuando se prevé que puede venir con una enfermedad degenerativa, se prevé mandarle de vuelta antes de que nazca”, añadió el Papa.
Finalmente se dirigió a los sacerdotes, recordándoles que ese “pequeño” del evangelio lo tienen muy cerca, en cada persona que acude a un confesionario.
“Cuando te muestra su miseria, por favor no le retes, no la retes, no le castigues. Si no tienes pecado, tírale la primera piedra, pero sólo con esa condición. Si no, piensa en tus pecados, piensa que tu puedes ser esa persona y piensa que potencialmente puedes llegar más bajo todavía, y piensa que tienes un tesoro en las manos, que es la misericordia del Padre”.
“Por favor, a los sacerdotes, no se cansen de perdonar, sean perdonadores, no se cansen de perdonar, como lo hacía Jesus”, concluyó, pidiéndoles que no se escondan “en miedos o rigideces”: “cuando te llega el penitente, no te pongas mal, no te pongas neurótico, no lo eches del confesionario, no lo retes, Jesús los abrazaba, Jesús los quería”.