A falta de recuperar la paz, la capital siria se organiza como puede para permitir a sus habitantes continuar su vida cotidiana
Para ayudar a Aleteia a continuar su misión, haga una donación. De este modo, el futuro de Aleteia será también el suyo.
Todavía faltan unos diez kilómetros para llegar a Damasco, que ya se divisa desde la colina que tomamos. La visibilidad es perfecta y permite observar casi toda la ciudad: se puede distinguir en su centro una inmensa humareda blanca.
Se trata de la embajada de Rusia, que acaba de ser alcanzada por un misil de Daesh, consecuencia de su reciente compromiso con el ejército árabe sirio.
La pesada e inmensa humareda indica que la explosión debió ser especialmente potente. Misiles como ese, Damasco recibe un puñado cada día. Nada en comparación con lo que cayó sobre ella hace un año en la misma época.
“Se recibían obuses cada cinco minutos, ¡la vida era imposible!”, confía una damascena. Hoy la capital todavía permanece amenazada: se distinguen tres zonas de combate situadas en sus afueras norte, este y sur, respectivamente ocupadas por el Jabhat al Nosra (frente de la victoria) y el Jaysh al Islam (el ejército del islam).
Desde hace diez meses, la línea de frente se ha estabilizado pero hace poco más de una semana, las dos facciones terroristas han coordinado una ofensiva, sin éxito.
Damasco en estado de sitio
Continuamos nuestro viaje al ritmo de los check points que se hacen cada vez más frecuentes a medida que uno entra en la ciudad. Desde que uno se encuentra en el centro de Damasco, los militares se hacen omnipresentes.
La defensa de Damasco está organizada en distintos anillos, como un blanco de tiro. Hay que atravesar muchas zonas circulares para llegar a su centro, donde están situados los barrios gubernamentales y zonas residenciales acomodadas.
Ignorando las vías, jardines y edificios, se han desplegado bloques de hormigón armado para delimitar estas zonas. Estas murallas improvisadas tienen al mismo tiempo permiso para poner fin definitivamente a los ataques de vehículos suicidas que se prolongan con frecuencia desde el año 2011, cuando empezó el conflicto.
Si pueden parecer precarias a primera vista, son sin embargo estas disposiciones las que han permitido a la capital siria resistir a los ataques de terroristas islámicos. También gracias a ellas la vida sigue su curso en la capital.
Lejos de estar abrumados, los habitantes prosiguen sus hábitos: las madres van a buscar a sus hijos a la salida de la escuela, el tráfico sigue siendo denso y los sirios continúan frecuentando las zonas comerciales, restaurantes,… casi como nada hubiera pasado.
Las apariencias frágiles de la paz
Nada en el rostro de los damascenos de hecho podría dejar adivinar el estado de guerra que sufren. Y sin embargo, algunos lugares claves de la capital recuerdan a sus habitantes que está bien sumida en un desgraciado conflicto. En primer lugar el hospital nacional sirio, el más importante del país, totalmente gratuito y reservado a los civiles sirios llegados de todo el territorio.
Todas las habitaciones están ocupadas, pero los médicos, numerosos, no parecen estar desbordados.
Los pacientes están cuidadosamente atendidos y se benefician de una calidad de cuidados más que correcta: el material es bastante nuevo y las instalaciones están mejor cuidadas que en algunos hospitales occidentales.
Sólo los males de los pacientes difieren de los de nuestros hospitales: aquí todo el mundo es víctima de la extrema violencia del Estado Islámico.
Acompañados por el director del hospital y por algunos médicos, examinamos varias habitaciones. En una de ellas hay un niño: bajo su cintura, el inexistente volumen de las vendas no deja lugar a dudas: ha perdido sus piernas.
Su padre muestra su coraje haciendo la V de victoria, pero su rostro descompuesto revela el trauma que ha vivido: hace menos de un mes, cuando jugaba en su ciudad natal de Raqqa, un camión cisterna lleno de gasolina y cargado de explosivos estalló cerca suyo.
En la habitación de al lado, un comercial y su compañero permanecen postrados en la cama, ambos atendidos después de haberse visto sorprendidos por una bomba incendiaria en los suburbios de los alrededores de Douma al norte, donde están presentes los terroristas de Jaysh Al Islam.
Los dos hombres sufren quemaduras de tercer grado. “Cuando me cure, volveré a trabajar a mi almacén”, afirma uno de ellos. Y no es imposible que su comercio sea pronto restaurado. Es así como sobrevive la capital: reparando cada fachada, reconstruyendo cada edificio demolido por las bombas.
Al día siguiente de esta visita, el hotel donde se alojan algunos periodistas se ve afectado también por un cohete que deja entrever un cráter de poco más de un metro en la fachada. Y en solo un día, ese mismo agujero ya se ha llenado, es como si el impacto hubiera desaparecido.
Tras cuatro años de guerra, esto se ha hecho casi automático, un reflejo: borrar todo rastro de conflicto para ofrecer algo mejor a los damascenos, las apariencias frágiles de la paz.