En esos momentos en los que nos llegamos a arrepentir de haber luchado tanto, no podemos dejar que ningún pensamiento negativo nos quite la esperanza
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Hoy quiero volver al primer amor. Al primer sueño. Al primer paso del camino. Todos tenemos un primer paso, un primer amor, un momento mágico. El amor a nuestros padres, el amor a nuestros sueños de joven, el amor a nuestro Dios cuando se hizo carne en nuestras manos, el amor a ese amigo, el amor al primer trabajo, a la vocación consagrada, a una persona con la que soñamos ser una sola carne, el amor a los hijos, el amor a la vida.
Sí, siempre hay un primer amor. Un amor que nos puso en movimiento, que nos hizo cambiar, crecer, saltar, confiar. Un amor que nos removió los cimientos. Un amor que cuestionó nuestras prioridades.
Todos hemos vivido ese amor. A lo mejor no lo recordamos, pero estuvo. Como nos recuerda el Papa Francisco: “Siempre está el riesgo de olvidar el amor que Dios nos ha mostrado”.
Ojalá todos recordáramos nuestro primer amor a Jesús, a María. El amor que nos tienen. Leemos en el Apocalipsis: “Has sufrido, has sido perseverante, has trabajado arduamente por amor de mi nombre y no has desmayado. Pero tengo contra ti que has dejado tu primer amor”. Ap 2, 3-4.
A veces podemos hacer muchas cosas sin amor. Luchar y esforzarnos olvidando nuestro amor a Dios. Ese sí sencillo y pobre con el que se abrió el corazón y se rompió el alma para dejarle entrar en nuestra vida.
El primer amor es un sí loco, radical, profundo, herido, dispuesto. Tal vez pecó de inmadurez, porque la vida era larga y lo eterno se dibujaba como un sol tenue sobre la mañana de nuestra vida.
Ese momento de luz y de vida en el que pensamos que la vida era nuestra, y que teníamos la fuerza suficiente para cambiar el mundo. Ese primer amor cambió las prioridades, revolucionó nuestra forma de ser.
Volver al primer amor consiste en recuperar la sonrisa de esa capacidad nuestra para soñar con lo imposible. Lo importante es que nunca dejemos de luchar.
Leía el otro día: “Tienes que tener esperanza. Eso rejuvenece el alma. No puedes permitirte un pensar negativo. No te preguntes por qué. Pregunta mejor: ¿Y ahora qué? Si no puedes controlar tu actitud, olvídate. Vas a sanar lentamente o vas a morir joven”[1].
¿Y ahora qué? Cuando algo o alguien me decepciona. ¿Ahora qué? Cuando las cosas no salen como esperábamos. ¿Y ahora qué? Cuando fracasamos en la entrega y nos quedamos vacíos, solos, abandonados. ¿Y ahora qué? Me gusta la pregunta. Me desafía. Me inquieta.
Quiero volver al primer amor. En esos momentos en los que nos llegamos a arrepentir de haber luchado tanto, no podemos dejar que ningún pensamiento negativo nos quite la esperanza.
Miramos el cielo y las estrellas. Hemos renunciado, hemos caminado, hemos luchado. Miramos nuestra vida, nuestra miseria, la misericordia de Dios. Sí, tenemos que seguir subiendo, luchando, dejándonos la vida. Hay que volver al primer amor.
[1] Louis Zamperinni, Don´t give up, don´t give in