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Maalula, el pueblo mártir venda sus heridas

Maalula desde lo alto

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Arthur Herlin - publicado el 05/10/15
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Un año después de su liberación, esta localidad siria donde se habla en arameo, la lengua de Cristo, todavía muestra las secuelas de un conflicto mortal

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Destino Maalula. Sólo unos kilómetros nos separan ahora de esta localidad sagrada. En los bordes de la autopista, hay enormes bases de tierra improvisadas, dispuestas a detener las ofensivas de la organización Estado Islámico.

Las apisonadoras del ejército sirio han plantado en unas horas terraplenes de tierra como un campo fortificado para camuflar y defender a centinelas burdamente armados.

Nuestro vehículo zigzaguea entre los terraplenes que invaden la carretera para alcanzar finalmente la entrada de la población cristiana. Esta ciudad santa está acomodada en los acantilados al sudoeste de Siria, a dos horas de viaje de Damasco, la capital siria.

En 2013, Maalula cayó dos veces en manos de los combatientes del Frente Al-Nusra. La mayoría de sus habitantes tuvieron que irse. Entre los que no tuvieron la sangre fría de dejar sus casas, cinco cristianos pagaron con su vida el rechazo a convertirse al islam.

Un niño da testimonio de la furia que había en los terroristas durante el ataque: “Yo estaba más asustado por sus gritos por las ráfagas de Kalachnikovs. Temblaba de miedo cada vez que un yihadista gritaba con todas sus fuerzas Allahu Akbar”.

La población fue liberada tres meses más tardes después de intensos combates que costaron la vida a 200 soldados del ejército sirio. Hoy, las calles son seguras pero muestran todavía las marcas del paso de los terroristas.

Todo profanado

Todo o casi todo aquí ha sido profanado. En primer lugar, el monasterio ortodoxo de Santa Tecla que domina Maalula desde el siglo IV. De hecho, en estos acantilados acabó la vida de santa Tecla tras haber abierto la montaña en dos para escapar de sus captores, en el siglo I d.C.

Desde la entrada del edificio, ya es posible evaluar la magnitud de la violencia que ha sufrido el santuario. La antigua puerta de entrada está apoyada en el muro, medio quemado, traspasado aquí y allá por balas de Kalachnikov.

Nuestros pasos nos encaminan hasta la antigua biblioteca que albergaba hace algún tiempo manuscritos muy antiguos… pero ninguno sobrevivió al incendio provocado por los terroristas.

Subiendo una rampa, salimos a la terraza, donde aparece la gran capilla. Crucifijos provisionales coronan la cúpula y el campanario, porque los originales fueron literalmente arrancados por los fanáticos del Frente al-Nusra desde su llegada.

El sacerdote responsable de los lugares nos invita a entrar en la nave de esta capilla estrecha. El espectáculo de desolación te hace saltar las lágrimas.

Los mosaicos recientes han sufrido las mismas indignidades que los frescos más antiguos. Los terroristas no seleccionaron y lo incendiaron todo.

Todo aquí ha sido profanado: las estatuas están destruidas, los iconos que recubren los muros rotos, los ojos de los santos arrancados.

Los autores de esta salvajada se tomaron el tiempo para firmar su crimen con un grafiti cerca del altar: Allahu Akbar (Alá es grande).

El Cristo pintado al fresco bajo la cúpula parece imperturbable a los insultos y a las profanaciones. Su dulce mirada lleva consigo la esperanza de todo su pueblo herido.

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